Al día siguiente Laura ya no vino de buen humor y tuve que tragarme su desidia, sin rechistar, por temor a que la emprendiera a gritos como de costumbre y para evitar que mi hija se sintiera mal.
Realmente me cuestiono a mí mismo por qué no cedo a Magda; es una mujer tan simple, tan cautivadora, tan racional, tan tierna y entusiasta... tan... corriente. Valoro el más mínimo detalle en su forma de ser porque me resulta tentadora y veo en ella una salida que no debo aceptar; sería demasiado egoísta e injusto por mi parte utilizarla para huir de mis pesadillas y así contagiarla de todas las penas acontecidas en el pasado y sé que acabaría por convertirla en una desdichada a mi lado: ahora vivo sin volver la vista pero cuando abandonara mi tétrico sendero para desviarme hacia el más protector, tarde o temprano acudirían a mí los fantasmas del ayer y mi desazón se adueñaría, sin dejarnos descansar a ninguno de los dos.
Estoy seguro de que un día, Magda se cansará de esta situación y su atención empezará a centrarse en cualquier otro hombre; por un lado, me duele pensarlo, ya que la necesito más de lo que yo mismo querría; pero también me alegraré: no hay nada que desee más en el mundo que su felicidad... y la de Julia, por descontado.
A veces intento distanciarme de ella; procuro ser algo grosero en mis respuestas, evitando palabras dulces y objeciones insinuadas; rechazando citas, mostrándome desatento cuando se dirige a mí por cuestiones personales, obligándome a estar ocupado; tonteando ante ella con otras mujeres... sobretodo, a raíz de esta noche que pasamos juntos: sin embargo, me siento mal y acabo por condescender en la mayoría de las ocasiones. Es tan sensible que me estrellaría de cabeza contra la pared una y otra vez si llegara a hacerle daño con mis patochadas. Es Magda... y me brinda lo mejor de sí misma.
Indudablemente, si remuevo los recuerdos, algo que nunca me ha gustado hacer y que ahora estoy poniendo de manifiesto en estas páginas, decido que los dos peores momentos de martirio que viví con Laura fueron; la muerte de su padre y el aborto.
El aborto aconteció mucho antes que el fallecimiento de Ernesto. Sucedió cuando Julia tenía seis años. Fue un embarazo no deseado, concebido en una noche que salimos con unas parejas amigas y llegamos demasiado “contentos” a casa; ella estaba muy despejada y yo la seguí... y, juego por juego, acabó convirtiéndose en algo fortuito. Llegó en muy mal momento ya que justo por aquel entonces, Laura estaba a punto de ser nombrada jefa del departamento de psiquiatría en el hospital: algo que, naturalmente le hacía mucha ilusión y que, consabidamente, le reportaría más tarea y, por lo tanto, menos tiempo libre del que ya apenas gozaba.
Una mañana de domingo, se levantó y se encerró en el baño a vomitar. Con la experiencia de Julia ya no hizo falta preguntarse nada; era evidente que estaba preñada.
La noticia le cayó fatal y para no perder la costumbre, me atribuyó a mí el infortunio. Yo era el único culpable por haberla embarazado. Los meses anteriores a la pérdida, fueron un calvario de constantes represalias.
Una tarde, mientras estaba en el Agora ( todavía no trabajaba en la clínica ) me llamaron de la consulta privada de Laura; era su secretaria y con una voz algo consternada me hizo saber que habían ingresado de urgencias a mi mujer por unas pérdidas que se preveían como un posible aborto. Salté de la butaca, corrí al vestuario, me cambié, hablé con el Dr. Bartolomeu, pedí a mis compañeros que intervinieran en mi lugar y se hicieran cargo de todo lo pertinente y desaparecí de su vista como un rayo.
Cuando llegué al hospital donde la habían trasladado y al abrir la puerta de su habitación, casi sin aliento por las prisas y los nervios de haber estado en una retención de tráfico durante hora y media hasta llegar a mi destino durante la cual llamé para informarme sobre el estado de mi esposa sin que supieran decirme nada, la encontré estirada en la cama, pálida y agotada por la anestesia. Estaba de siete meses y lo había perdido. Le habían tenido que practicar una cesárea. Estiró la mano para que le ofreciera la mía; me senté en la silla que descansaba junto al camastro y sosteniéndosela, se la besé.
dissabte, 22 d’octubre del 2011
diumenge, 2 d’octubre del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
-Hola, cariño ¿cómo va todo por ahí?... claro, me lo figuro... ¿ahora has acabado de cenar?... sí... he hablado con ella: mi madre la ha invitado a un chino... sí, sí he cenado en el bar y ahora estaba leyendo un poco antes de dormir- iba mirando a Magda sin que ella se diera cuenta: ojeaba un libro acerca de las técnicas del Yoga- Sí, mañana estaremos en casa cuando llegues: ¿sobre las tres?... pues adonde tú quieras. De acuerdo: cuídate. Hasta mañana... yo también- estas dos últimas palabras las pronuncié en voz baja: era evidente que respondía a un “te quiero” que Magda no hacía falta que escuchara en boca de Laura para tener la certeza.
Colgué el teléfono y lo dejé de nuevo al lado de la lamparita. Como si no pasara nada, le hablé animosamente:
-¿Qué haces leyendo un libro sobre Yoga? ¿es que lo practicas?.
-Sí... ¿lo encuentras ridículo? Para tu información, te diré que los hindúes tienen la mente mucho más despejada que nosotros los occidentales y es gracias, en parte, a la relajación- me dio la explicación con un tono algo irritado. Yo también me incorporé un poco sobre el cojín y le toqué la espalda.
-Mujer, no lo encuentro ridículo; al contrario, me parece interesante. Me iría bien controlar un poco más este cerebro que sirve para poco a estas alturas de la vida.
-Pues ya te lo pasaré cuando termine, si de verdad te parece sugestivo- volvía a estar enfadada. No le dije nada y me la quedé mirando con las cejas un poco arqueadas. Ella, después de depositar de nuevo el libro en el cajón, también me miró.
-¿Qué te pasa?
-Nada... ¿qué me va a pasar?- mentía muy mal.
-Entonces ¿por qué me hablas así?
-¿Así, cómo? Te hablo de una manera normal.
-No... antes estabas contenta; ahora estás mosqueada.
-Ya... veo que tu mujer te tiene muy controlado ¿no?- no quería pronunciar el nombre de ella.
-¿Porque me ha llamado?... no lo suele hacer; debía de estar aburrida.
-Que superficialmente hablas de ella... sin embargo eres muy afectuoso... “cariño”...
-Vamos, Magda, es mi modo de expresión. Sabes que soy así: en el hospital le digo cariño incluso a Juana- es una de las enfermeras más antiguas de planta: tiene sesenta y dos años. La verdad sea dicha; no es muy agraciada pero su bellísima persona suple la fealdad física que a todos nos pasa inadvertida.
-Mira, Jorge; ya sabes a lo que me refiero o sea que no me vengas con tonterías.
-Laura es mi pareja: no puedo evitar estar en contacto con ella. Es lógico que quiera saber qué hago y que me pregunte por Julia, si está de viaje. Yo también la telefoneo cuando estoy fuera. ¿No hacías tú lo mismo con Enric?
-Nosotros no viajábamos con todos los gastos pagados- se enfurruñó y empezó a molestarme su actitud inmadura.
-No seas niña, Magda. Somos adultos y sabemos lo que hay entre nosotros. Nunca te he engañado; desde el principio fuiste consciente de lo que teníamos y estuviste de acuerdo ¿no?.
Se giró hacia mí tapándose con la sábana casi hasta el cuello:
-Sí, es cierto; sabía de sobras que estabas casado pero no me pidas que mantenga intactos los sentimientos de aquellos primeros momentos; te he ido conociendo de un modo distinto: hemos paseado juntos; hemos cenado a la luz de las velas, hemos hecho el amor, te he hablado de mi vida aunque tú seas tan celoso de la tuya y, para colmo, pasamos todo el día el uno al lado del otro... no pretendas que te trate como a un amigo con el que tengo derecho a roce de vez en cuando, siempre que tu vida personal te lo permita.
-Es que no podría ser de otro modo...- la miré con rabia.
-¿Ah, no?... ¿puedes decirme, Jorge, qué significo para tí?- su pregunta me incomodó: demasiado personal, demasiado concreta y yo tampoco tenía la respuesta acertada; no al menos la que ella quisiera escuchar. No tenía un buen día para devanarme los sesos; quería que todo resultara sencillo y nada más. Mi vida ya se complicaba suficiente con Laura. Por lo tanto, bajo su mirada interrogante, repliqué erróneamente.
-Eres una buena amante.
Automáticamente vi sus ojos enrojecerse y llenarse de lágrimas. Su boca temblaba como si un inoportuno escalofrío se hubiera adueñado de ella. La palabra “cabrón” parpadeó en mi cabeza en grandes y brillantes letras de neón. Sus hombros temblaron y se echó a llorar sin poder controlar las emociones. Para variar, no supe qué hacer. Me sentía grotesco; medio incorporado en su cama, desnudo bajo la sábana con el miembro tan flácido como mi cerebro en aquellos precisos instantes. Estiré los brazos para abrazarla pero no tuve tiempo porque Magda se levantó, en un solo movimiento se cubrió con el camisón y desapareció del dormitorio. En cuestión de segundos oí cerrarse con el pasador, la puerta del lavabo. Me pasé la mano por la cara, frotándome los ojos y acariciándome el mentón intentando despojarme de las oscuras ideas y me dije en voz baja: “imbécil; eres un perfecto imbécil”. Levanté la vista hacia el comedor. Me puse en pie, me vestí con los calcetines y los pantalones y me dirigí al baño. Piqué débilmente a la puerta con los nudillos. No respondió.
-¿Magda?- apoyé la oreja y oí sus sollozos- Magda, cariño, perdóname; a veces soy un miserable- volví a picar, esta vez algo más fuerte- No te enfades conmigo... por favor...- seguía llorando y yo no tenía ni idea de qué decir. Era una escena un tanto dura. Me quedé meditativo durante un rato esperando su reacción y, finalmente pregunté- ¿Quieres que me vaya?- me pareció la mejor opción porque imaginé que no tendría ganas de estar con un hombre cargado de procacidad, como yo. De nuevo callé y presté atención. Su voz sonó un poco congestionada, como si estuviera pasando por un fuerte resfriado.
-No, no te vayas- percibí el sonido del rollo de papel higiénico al girar, el crujir de un trozo arrancado y a continuación la escuché sonarse la nariz. Al poco rato, corría el cerrojo, de nuevo. Entreabrió la puerta y la pude ver; los contornos de los ojos, irritados y un poco hinchados. Me miró con una expresión tristísima y todavía me juzgué más cretino que antes- Lo siento: no tenía derecho a ponerme así. Pero tampoco esperaba una respuesta tan cruel.
-Lo sé... lo siento; soy un capullo.
Se pasó un minúsculo trozo de papel por debajo de las pestañas inferiores. Se dirigió al sofá y se sentó en él. Hizo una bolita del papel mirándola descuidadamente mientras la estrujaba.
-¿De verdad que solamente soy para tí una amante con la que pasas el rato? ¿no hay nada más que éso?
Yo, seguía de pie junto al aseo y la escrutaba con la mirada. Le veía la espalda en la que se trazaba una recta espina dorsal marcada bajo su piel morena y también bajo la tela que vestía. No dije nada y ella continuó hablando:
-Estoy enamorada de tí y no puedo evitarlo. Te aseguro que cada mañana me digo a mí misma que todo ésto es un disparate. Me propongo seriamente que al llegar al hospital me olvidaré de Jorge y veré al Dr. Manlleu... pero me resulta imposible... Dios mío; es superior a mis fuerzas. Y me odio y te odio porque sé que Laura es tu mundo y yo ni tan siquiera aparezco en él cuando estás con ella- se dio media vuelta y apoyando la pierna sobre el respaldo del sillón, clavó sus bonitos ojos castaños, de nuevo amenazando lágrimas, en los míos- Dime que no estoy loca, por favor...
Me senté a su lado y le acaricié el cabello, intentando recogerle un tirabuzón tras la oreja.
-No estás loca, Magda... entiendo cómo te sientes. A veces no me detengo a pensar en lo que digo y soy capaz de mostrarme cínico; ya me conoces- asentía en silencio con la atención puesta en una peca que tiene en el brazo derecho- Mira; mentiría si te dijera que no quiero a Laura pero también lo haría si te negara que siento algo más hacia tí que un simple aprecio. No obstante, debes entender que yo no puedo dejar mi vida colgada. Pese a tenerlo todo y vivir como un señor, no soy feliz pero es el camino que me he labrado y no tiene marcha atrás...
-¿Por qué no?- interrumpió
-Pues porque éste es mi destino y no me veo ni capacitado ni preparado para dejarlo a medias. Tengo una hija y necesita la unión de sus padres- un nuevo pensamiento asaltó mi mente; era evidente que el tipo de relación que sus progenitores mantenían resultaba más negativa de lo que la afectaría un divorcio por más que pudiera dolerle hasta hacerse a la idea.
-Julia ya es mayorcita, Jorge: Pablo y Marc eran más pequeños y asimilaron bien la separación entre su padre y yo.
-Precisamente... por ese motivo lo aceptaron mejor. Julia está en una etapa crítica. Pero... tampoco es ella la principal causa. Ya te digo que no estoy en condiciones de un cambio en mi vida: no por ahora.
-Así que, de hecho, he de pensar que no rompes con tu rutina, por Laura- se obcecaba ciegamente en un masoquismo que tampoco distaba mucho de la realidad.
-Noo... ni por Julia ni por Laura; es por mí: así de claro ¿sí?- en mi gesto asiduo, arqueé las cejas y mis ojos grises la calmaron.
-Muy bien... supongo que no tengo argumentos para replicarte- puso su mano sobre mi pecho como rato antes había hecho en la cama- Maldigo ese pragmatismo en tu forma de ser: siempre tan conexo y evidente en tus razonamientos... ¿nunca te dejas llevar?- negué con la cabeza. Bajó la mano hacia mi tripa y sonrió, iluminándosele el rostro y a mí el alma- Qué mala soy... tampoco tienes tanta barriguita...
Me incliné encima de ella y volvimos a mantener relaciones en su sillón; después, la alcé en brazos y la llevé a la cama de nuevo y allí continuó nuestra exaltación.
Colgué el teléfono y lo dejé de nuevo al lado de la lamparita. Como si no pasara nada, le hablé animosamente:
-¿Qué haces leyendo un libro sobre Yoga? ¿es que lo practicas?.
-Sí... ¿lo encuentras ridículo? Para tu información, te diré que los hindúes tienen la mente mucho más despejada que nosotros los occidentales y es gracias, en parte, a la relajación- me dio la explicación con un tono algo irritado. Yo también me incorporé un poco sobre el cojín y le toqué la espalda.
-Mujer, no lo encuentro ridículo; al contrario, me parece interesante. Me iría bien controlar un poco más este cerebro que sirve para poco a estas alturas de la vida.
-Pues ya te lo pasaré cuando termine, si de verdad te parece sugestivo- volvía a estar enfadada. No le dije nada y me la quedé mirando con las cejas un poco arqueadas. Ella, después de depositar de nuevo el libro en el cajón, también me miró.
-¿Qué te pasa?
-Nada... ¿qué me va a pasar?- mentía muy mal.
-Entonces ¿por qué me hablas así?
-¿Así, cómo? Te hablo de una manera normal.
-No... antes estabas contenta; ahora estás mosqueada.
-Ya... veo que tu mujer te tiene muy controlado ¿no?- no quería pronunciar el nombre de ella.
-¿Porque me ha llamado?... no lo suele hacer; debía de estar aburrida.
-Que superficialmente hablas de ella... sin embargo eres muy afectuoso... “cariño”...
-Vamos, Magda, es mi modo de expresión. Sabes que soy así: en el hospital le digo cariño incluso a Juana- es una de las enfermeras más antiguas de planta: tiene sesenta y dos años. La verdad sea dicha; no es muy agraciada pero su bellísima persona suple la fealdad física que a todos nos pasa inadvertida.
-Mira, Jorge; ya sabes a lo que me refiero o sea que no me vengas con tonterías.
-Laura es mi pareja: no puedo evitar estar en contacto con ella. Es lógico que quiera saber qué hago y que me pregunte por Julia, si está de viaje. Yo también la telefoneo cuando estoy fuera. ¿No hacías tú lo mismo con Enric?
-Nosotros no viajábamos con todos los gastos pagados- se enfurruñó y empezó a molestarme su actitud inmadura.
-No seas niña, Magda. Somos adultos y sabemos lo que hay entre nosotros. Nunca te he engañado; desde el principio fuiste consciente de lo que teníamos y estuviste de acuerdo ¿no?.
Se giró hacia mí tapándose con la sábana casi hasta el cuello:
-Sí, es cierto; sabía de sobras que estabas casado pero no me pidas que mantenga intactos los sentimientos de aquellos primeros momentos; te he ido conociendo de un modo distinto: hemos paseado juntos; hemos cenado a la luz de las velas, hemos hecho el amor, te he hablado de mi vida aunque tú seas tan celoso de la tuya y, para colmo, pasamos todo el día el uno al lado del otro... no pretendas que te trate como a un amigo con el que tengo derecho a roce de vez en cuando, siempre que tu vida personal te lo permita.
-Es que no podría ser de otro modo...- la miré con rabia.
-¿Ah, no?... ¿puedes decirme, Jorge, qué significo para tí?- su pregunta me incomodó: demasiado personal, demasiado concreta y yo tampoco tenía la respuesta acertada; no al menos la que ella quisiera escuchar. No tenía un buen día para devanarme los sesos; quería que todo resultara sencillo y nada más. Mi vida ya se complicaba suficiente con Laura. Por lo tanto, bajo su mirada interrogante, repliqué erróneamente.
-Eres una buena amante.
Automáticamente vi sus ojos enrojecerse y llenarse de lágrimas. Su boca temblaba como si un inoportuno escalofrío se hubiera adueñado de ella. La palabra “cabrón” parpadeó en mi cabeza en grandes y brillantes letras de neón. Sus hombros temblaron y se echó a llorar sin poder controlar las emociones. Para variar, no supe qué hacer. Me sentía grotesco; medio incorporado en su cama, desnudo bajo la sábana con el miembro tan flácido como mi cerebro en aquellos precisos instantes. Estiré los brazos para abrazarla pero no tuve tiempo porque Magda se levantó, en un solo movimiento se cubrió con el camisón y desapareció del dormitorio. En cuestión de segundos oí cerrarse con el pasador, la puerta del lavabo. Me pasé la mano por la cara, frotándome los ojos y acariciándome el mentón intentando despojarme de las oscuras ideas y me dije en voz baja: “imbécil; eres un perfecto imbécil”. Levanté la vista hacia el comedor. Me puse en pie, me vestí con los calcetines y los pantalones y me dirigí al baño. Piqué débilmente a la puerta con los nudillos. No respondió.
-¿Magda?- apoyé la oreja y oí sus sollozos- Magda, cariño, perdóname; a veces soy un miserable- volví a picar, esta vez algo más fuerte- No te enfades conmigo... por favor...- seguía llorando y yo no tenía ni idea de qué decir. Era una escena un tanto dura. Me quedé meditativo durante un rato esperando su reacción y, finalmente pregunté- ¿Quieres que me vaya?- me pareció la mejor opción porque imaginé que no tendría ganas de estar con un hombre cargado de procacidad, como yo. De nuevo callé y presté atención. Su voz sonó un poco congestionada, como si estuviera pasando por un fuerte resfriado.
-No, no te vayas- percibí el sonido del rollo de papel higiénico al girar, el crujir de un trozo arrancado y a continuación la escuché sonarse la nariz. Al poco rato, corría el cerrojo, de nuevo. Entreabrió la puerta y la pude ver; los contornos de los ojos, irritados y un poco hinchados. Me miró con una expresión tristísima y todavía me juzgué más cretino que antes- Lo siento: no tenía derecho a ponerme así. Pero tampoco esperaba una respuesta tan cruel.
-Lo sé... lo siento; soy un capullo.
Se pasó un minúsculo trozo de papel por debajo de las pestañas inferiores. Se dirigió al sofá y se sentó en él. Hizo una bolita del papel mirándola descuidadamente mientras la estrujaba.
-¿De verdad que solamente soy para tí una amante con la que pasas el rato? ¿no hay nada más que éso?
Yo, seguía de pie junto al aseo y la escrutaba con la mirada. Le veía la espalda en la que se trazaba una recta espina dorsal marcada bajo su piel morena y también bajo la tela que vestía. No dije nada y ella continuó hablando:
-Estoy enamorada de tí y no puedo evitarlo. Te aseguro que cada mañana me digo a mí misma que todo ésto es un disparate. Me propongo seriamente que al llegar al hospital me olvidaré de Jorge y veré al Dr. Manlleu... pero me resulta imposible... Dios mío; es superior a mis fuerzas. Y me odio y te odio porque sé que Laura es tu mundo y yo ni tan siquiera aparezco en él cuando estás con ella- se dio media vuelta y apoyando la pierna sobre el respaldo del sillón, clavó sus bonitos ojos castaños, de nuevo amenazando lágrimas, en los míos- Dime que no estoy loca, por favor...
Me senté a su lado y le acaricié el cabello, intentando recogerle un tirabuzón tras la oreja.
-No estás loca, Magda... entiendo cómo te sientes. A veces no me detengo a pensar en lo que digo y soy capaz de mostrarme cínico; ya me conoces- asentía en silencio con la atención puesta en una peca que tiene en el brazo derecho- Mira; mentiría si te dijera que no quiero a Laura pero también lo haría si te negara que siento algo más hacia tí que un simple aprecio. No obstante, debes entender que yo no puedo dejar mi vida colgada. Pese a tenerlo todo y vivir como un señor, no soy feliz pero es el camino que me he labrado y no tiene marcha atrás...
-¿Por qué no?- interrumpió
-Pues porque éste es mi destino y no me veo ni capacitado ni preparado para dejarlo a medias. Tengo una hija y necesita la unión de sus padres- un nuevo pensamiento asaltó mi mente; era evidente que el tipo de relación que sus progenitores mantenían resultaba más negativa de lo que la afectaría un divorcio por más que pudiera dolerle hasta hacerse a la idea.
-Julia ya es mayorcita, Jorge: Pablo y Marc eran más pequeños y asimilaron bien la separación entre su padre y yo.
-Precisamente... por ese motivo lo aceptaron mejor. Julia está en una etapa crítica. Pero... tampoco es ella la principal causa. Ya te digo que no estoy en condiciones de un cambio en mi vida: no por ahora.
-Así que, de hecho, he de pensar que no rompes con tu rutina, por Laura- se obcecaba ciegamente en un masoquismo que tampoco distaba mucho de la realidad.
-Noo... ni por Julia ni por Laura; es por mí: así de claro ¿sí?- en mi gesto asiduo, arqueé las cejas y mis ojos grises la calmaron.
-Muy bien... supongo que no tengo argumentos para replicarte- puso su mano sobre mi pecho como rato antes había hecho en la cama- Maldigo ese pragmatismo en tu forma de ser: siempre tan conexo y evidente en tus razonamientos... ¿nunca te dejas llevar?- negué con la cabeza. Bajó la mano hacia mi tripa y sonrió, iluminándosele el rostro y a mí el alma- Qué mala soy... tampoco tienes tanta barriguita...
Me incliné encima de ella y volvimos a mantener relaciones en su sillón; después, la alcé en brazos y la llevé a la cama de nuevo y allí continuó nuestra exaltación.
dijous, 15 de setembre del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
Me apetece explicar mi cita con Magda aquel viernes porque, de algún modo, resulta doloroso pero también más sencillo, abrir los ojos para ver y entender desde fuera cuál es el comportamiento, entendiblemente normal y el que se asume como el continuo pero decididamente, anómalo. Son el caso; Magda y Laura, respectivamente. A parte, creo no equivocarme si digo que ésa fue la primera vez que me reprochó todo aquéllo que quizá venía callando sin que yo me percatara y que escondía forzosamente para no originar conflicto entre los dos.
Hacía mucho calor aquella tarde. No me había resultado difícil allanar el terreno porque Julia decidió por sí misma que quería pasar el fin de semana con mi madre, que vive en Mollet y los hijos de Magda tenían régimen de visitas con su padre. Apenas probamos bocado y luego nos tomamos un helado. Paseamos por el puerto porque la tarde nos invitaba a ello y hacia las ocho, fuimos para su casa. Como ella vive en la ciudad, no suele llevarse el coche: acostumbra a moverse con los medios de transporte públicos, así que de nuevo cogimos mi auto.
-Esta humedad me va a matar- comenté mientras conducía por un gran paseo, secándome el sudor con un bonito kleenex adornado de elefantes y perfumado a lavanda.
-No te preocupes; en casa nos refrescaremos con el aire acondicionado.
-Buen invento.
-Buen consumo.
Sonreí con la mirada al frente.
-Ya me pasarás la factura; el castigo por llevar el aire estropeado, en mi auto- me pegó un toque en el brazo con la mano y giró los ojos moviendo negativamente la cabeza.
-Qué tontorrón eres…- la miré con mi amplia sonrisa en los labios y le pasé el brazo por encima de los hombros.
Llegamos a su piso. Naturalmente, lo conocía de otras veces. Se trataba de un pequeño pero acogedor y cuidado ático de unos cincuenta y cinco metros cuadrados; con una terracita llena de flores: nada que ver con mi gran casa por lo que, la primera vez que entré, me sentí avergonzado; tanta suntuosidad en mi mundo de élite y tanta austeridad a mi alrededor.
Los muebles eran escasos y modernos. Tenía sólo dos habitaciones; la de los niños, llena de cuadros infantiles, de juguetes y de estanterías plagadas de monigotes de todo tipo. Dormían en un tren, para ahorrar espacio. Sus hijos tienen siete y nueve años. Recuerdo perfectamente sus embarazos; con aquella barriga abultada con la que casi no podía ni caminar a última hora. Durante las bajas la encontré a faltar sobremanera aunque las chicas suplentes eran muy aplicadas y voluntariosas. No me daba cuenta: pero añoraba su persona.
Su dormitorio tampoco era muy amplio pero sí algo más que el de los críos y tenía una puerta que asomaba al balcón y dejaba ver unos geranios rojos en el suelo mientras otro azulado descansaba sobre la repisa de la ventana y entre una y otra, ofrecían una claridad grata a la estancia; lo mismo que el ventanal del comedor. Allí se respiraban buenas vibraciones; se notaba que flotaba la ternura a diario… y también la soledad.
La cocina era de barra americana y el aseo, diminuto, se encontraba en el corto corredor de la entrada. Todo olía a ambientador de pino y uno se sentía cómodo.
Dada nuestra confianza, nada más entrar me senté en el sofá de tela amarilla cubierta por una funda del mismo tono. Me saqué los zapatos y descansé las piernas sobre la parte inferior, preparada para estirarse. Antes, como por costumbre, enchufé la tele. En aquel momento comenzaban las noticias destacando la gran batalla entre Suníes y Chiitas: más muertes gratuitas y estúpidas añadidas a una guerra reciente y todavía manando sangre de su herida.
-Qué bárbaros son: parece que no han aprendido nada con todo lo que han sufrido. Pierden el tiempo matándose entre ellos y, mientras, el gobierno de EEUU frotándose las manos a sus espaldas.
-La religión es así, Magda. ¿Qué mueve al mundo, sino?
-El dinero…
-Claro: el dinero y la religión: son como hermanos siameses. A lo largo de la historia la mayor parte de los crímenes perpetrados han tenido su origen en la discrepancia al culto.
-Sea como sea, es triste. Mueren adultos y niños.
-Desde luego. La falta de cultura es un factor importante y se le añade la irracionalidad.
-Bueno… creo que a nivel mundial no se salva nadie. Ni la sabiduría de los países más elevados, evita las catástrofes humanas.
-Son demasiados los intereses que irrumpen en la resolución más adecuada. De ahí la riqueza y la pobreza. Años atrás, los propios americanos apoyaron a Sadam Hussein cuando los rusos colaboraban con Irán ¿por qué? La URS era la segunda potencia más importante y peor enemiga de los yanquis; en cambio, a partir del momento en que se puso en juego el punto fuerte que era la economía: con los pozos de petróleo kuwaitíes y tal, ellos mismos se volvieron en contra del dictador. Y al final, han conseguido derrotarlo y que la salvaje justicia de su país vaya a juzgarlo y, posiblemente a condenarlo a muerte por todos sus crímenes de los que no es el único culpable.
-Sí… qué lástima ¿verdad?
-Ya, pero es una realidad.
Se fue a su habitación y al cabo de pocos minutos apareció vestida con una graciosa prenda blanca, casi transparente y de tirantes que, más me pareció un salto de cama que un camisón.
-Te sienta divinamente…
-Gracias. Lo estreno hoy.
-¿Por mí?
-No, qué va… por mi vecino de enfrente…
-¿Qué vecino?- hice el cómico gesto de levantarme apresuradamente para dirigirme a la puerta de la calle, como si de verdad creyera en tal personaje. Ella se rió.
-Eres un payaso.
-Si te hago sonreír, no me importa lo más mínimo.
-También me haces llorar- se quedó seria y me miró con los ojos vacíos.
-Pues no es mi intención, créeme- no supe qué cara poner.
Ella cambió de expresión con suma rapidez.
-Venga… voy a preparar una buena ensalada de pasta y después te pondré a dieta con un poco de rape a la plancha y mi especial salsa verde.
-¿A dieta? ¿insinúas que me sobran quilos?
-Hombres!- miró hacia el techo y dejó ir un soplido- No te sobran quilos pero, podría decirse que las preocupaciones anidan en tu panza.
-Ésto es la curva de la felicidad, no te confundas- me acaricié la barriga tal y como haría una mujer encinta. Y pensé por inercia “menuda felicidad”.
-¿Por qué todos los hombres decís lo mismo? En teoría es a nosotras a las que nos cuesta aceptar la triste realidad.
-Algunos paleolíticos también cuidamos de nuestra estética.
Dejó ir una carcajada que llenó la vivienda:
-Resulta que eres un paleolítico… pues tienes ciertos toques de distinción que te hacen especial.
-Dispara…
Negó con la cabeza:
-Me los guardo para mí solita.
-Magda, no me hagas ésto; quiero saber cuáles son mis atributos más admirados por una dama como tú para regodearme de ellos ante tí.
-Pues, sufre porque no voy a recitártelos…vaya, tampoco creas que son tantos, eh!- adoptó una sonrisa pícara. La miré embobado. Se dirigió hasta la barra y empezó a trajinar con cacerolas y armarios.
-Pues una de tus muchas virtudes que no pasa desapercibida, es esa belleza tan “extraña” que me somete.
-¿Extraña? ¿y éso por qué?- se me quedó mirando de nuevo mientras llenaba una olla con agua caliente.
-Pues porque la tuya es una lindeza atípica. Tienes unos rasgos que te caracterizan inusualmente.
-Bueno… me lo tomaré como un cumplido.
-Nada de cumplidos, amor. Es así.
-Éso se lo dirás a todas.
-No… es que mis otras amantes son más vulgares…
Me volvió a mirar ruborizada. Cenamos perfectamente; si bien la cena era de lo más simple, tenía buen arte para cocinar. Tomamos un chupito de wisky y vimos una película de vídeo que dejamos a medias porque nuestro deseo era demasiado fuerte para no obedecerlo. Como varias otras veces, hicimos el amor: antes, mis dedos asomaron por su sexo que clamaba mi esmero y mi lengua lamió sus pezones endurecidos y poco a poco se fue deslizando hacia sus partes que fue estimulando hasta que noté como su estómago se agitaba en cortas pero seguidas convulsiones.
Después, nos quedamos estirados en la cama; yo, boca arriba con la almohada doblada bajo la cabeza y Magda con la sábana cubriéndola hasta la cadera, reposaba sobre mi pecho haciendo pequeños círculos con el dedo índice en mi piel poco poblada de bello. Yo le acariciaba el hombro, suavemente. Empezó a besarme. De pronto sonó mi móvil. Pensé que sería Julia pero al mirar el reloj en la mesilla de noche, comprobar que ya eran casi las doce y teniendo en cuenta que ya habíamos hablado por la tarde, supe que era Laura. Sin moverme, estiré el brazo y cogí el teléfono; efectivamente. Magda se incorporó e hizo ver que buscaba algo en la mesita de al lado mientras yo empezaba a hablar.
Hacía mucho calor aquella tarde. No me había resultado difícil allanar el terreno porque Julia decidió por sí misma que quería pasar el fin de semana con mi madre, que vive en Mollet y los hijos de Magda tenían régimen de visitas con su padre. Apenas probamos bocado y luego nos tomamos un helado. Paseamos por el puerto porque la tarde nos invitaba a ello y hacia las ocho, fuimos para su casa. Como ella vive en la ciudad, no suele llevarse el coche: acostumbra a moverse con los medios de transporte públicos, así que de nuevo cogimos mi auto.
-Esta humedad me va a matar- comenté mientras conducía por un gran paseo, secándome el sudor con un bonito kleenex adornado de elefantes y perfumado a lavanda.
-No te preocupes; en casa nos refrescaremos con el aire acondicionado.
-Buen invento.
-Buen consumo.
Sonreí con la mirada al frente.
-Ya me pasarás la factura; el castigo por llevar el aire estropeado, en mi auto- me pegó un toque en el brazo con la mano y giró los ojos moviendo negativamente la cabeza.
-Qué tontorrón eres…- la miré con mi amplia sonrisa en los labios y le pasé el brazo por encima de los hombros.
Llegamos a su piso. Naturalmente, lo conocía de otras veces. Se trataba de un pequeño pero acogedor y cuidado ático de unos cincuenta y cinco metros cuadrados; con una terracita llena de flores: nada que ver con mi gran casa por lo que, la primera vez que entré, me sentí avergonzado; tanta suntuosidad en mi mundo de élite y tanta austeridad a mi alrededor.
Los muebles eran escasos y modernos. Tenía sólo dos habitaciones; la de los niños, llena de cuadros infantiles, de juguetes y de estanterías plagadas de monigotes de todo tipo. Dormían en un tren, para ahorrar espacio. Sus hijos tienen siete y nueve años. Recuerdo perfectamente sus embarazos; con aquella barriga abultada con la que casi no podía ni caminar a última hora. Durante las bajas la encontré a faltar sobremanera aunque las chicas suplentes eran muy aplicadas y voluntariosas. No me daba cuenta: pero añoraba su persona.
Su dormitorio tampoco era muy amplio pero sí algo más que el de los críos y tenía una puerta que asomaba al balcón y dejaba ver unos geranios rojos en el suelo mientras otro azulado descansaba sobre la repisa de la ventana y entre una y otra, ofrecían una claridad grata a la estancia; lo mismo que el ventanal del comedor. Allí se respiraban buenas vibraciones; se notaba que flotaba la ternura a diario… y también la soledad.
La cocina era de barra americana y el aseo, diminuto, se encontraba en el corto corredor de la entrada. Todo olía a ambientador de pino y uno se sentía cómodo.
Dada nuestra confianza, nada más entrar me senté en el sofá de tela amarilla cubierta por una funda del mismo tono. Me saqué los zapatos y descansé las piernas sobre la parte inferior, preparada para estirarse. Antes, como por costumbre, enchufé la tele. En aquel momento comenzaban las noticias destacando la gran batalla entre Suníes y Chiitas: más muertes gratuitas y estúpidas añadidas a una guerra reciente y todavía manando sangre de su herida.
-Qué bárbaros son: parece que no han aprendido nada con todo lo que han sufrido. Pierden el tiempo matándose entre ellos y, mientras, el gobierno de EEUU frotándose las manos a sus espaldas.
-La religión es así, Magda. ¿Qué mueve al mundo, sino?
-El dinero…
-Claro: el dinero y la religión: son como hermanos siameses. A lo largo de la historia la mayor parte de los crímenes perpetrados han tenido su origen en la discrepancia al culto.
-Sea como sea, es triste. Mueren adultos y niños.
-Desde luego. La falta de cultura es un factor importante y se le añade la irracionalidad.
-Bueno… creo que a nivel mundial no se salva nadie. Ni la sabiduría de los países más elevados, evita las catástrofes humanas.
-Son demasiados los intereses que irrumpen en la resolución más adecuada. De ahí la riqueza y la pobreza. Años atrás, los propios americanos apoyaron a Sadam Hussein cuando los rusos colaboraban con Irán ¿por qué? La URS era la segunda potencia más importante y peor enemiga de los yanquis; en cambio, a partir del momento en que se puso en juego el punto fuerte que era la economía: con los pozos de petróleo kuwaitíes y tal, ellos mismos se volvieron en contra del dictador. Y al final, han conseguido derrotarlo y que la salvaje justicia de su país vaya a juzgarlo y, posiblemente a condenarlo a muerte por todos sus crímenes de los que no es el único culpable.
-Sí… qué lástima ¿verdad?
-Ya, pero es una realidad.
Se fue a su habitación y al cabo de pocos minutos apareció vestida con una graciosa prenda blanca, casi transparente y de tirantes que, más me pareció un salto de cama que un camisón.
-Te sienta divinamente…
-Gracias. Lo estreno hoy.
-¿Por mí?
-No, qué va… por mi vecino de enfrente…
-¿Qué vecino?- hice el cómico gesto de levantarme apresuradamente para dirigirme a la puerta de la calle, como si de verdad creyera en tal personaje. Ella se rió.
-Eres un payaso.
-Si te hago sonreír, no me importa lo más mínimo.
-También me haces llorar- se quedó seria y me miró con los ojos vacíos.
-Pues no es mi intención, créeme- no supe qué cara poner.
Ella cambió de expresión con suma rapidez.
-Venga… voy a preparar una buena ensalada de pasta y después te pondré a dieta con un poco de rape a la plancha y mi especial salsa verde.
-¿A dieta? ¿insinúas que me sobran quilos?
-Hombres!- miró hacia el techo y dejó ir un soplido- No te sobran quilos pero, podría decirse que las preocupaciones anidan en tu panza.
-Ésto es la curva de la felicidad, no te confundas- me acaricié la barriga tal y como haría una mujer encinta. Y pensé por inercia “menuda felicidad”.
-¿Por qué todos los hombres decís lo mismo? En teoría es a nosotras a las que nos cuesta aceptar la triste realidad.
-Algunos paleolíticos también cuidamos de nuestra estética.
Dejó ir una carcajada que llenó la vivienda:
-Resulta que eres un paleolítico… pues tienes ciertos toques de distinción que te hacen especial.
-Dispara…
Negó con la cabeza:
-Me los guardo para mí solita.
-Magda, no me hagas ésto; quiero saber cuáles son mis atributos más admirados por una dama como tú para regodearme de ellos ante tí.
-Pues, sufre porque no voy a recitártelos…vaya, tampoco creas que son tantos, eh!- adoptó una sonrisa pícara. La miré embobado. Se dirigió hasta la barra y empezó a trajinar con cacerolas y armarios.
-Pues una de tus muchas virtudes que no pasa desapercibida, es esa belleza tan “extraña” que me somete.
-¿Extraña? ¿y éso por qué?- se me quedó mirando de nuevo mientras llenaba una olla con agua caliente.
-Pues porque la tuya es una lindeza atípica. Tienes unos rasgos que te caracterizan inusualmente.
-Bueno… me lo tomaré como un cumplido.
-Nada de cumplidos, amor. Es así.
-Éso se lo dirás a todas.
-No… es que mis otras amantes son más vulgares…
Me volvió a mirar ruborizada. Cenamos perfectamente; si bien la cena era de lo más simple, tenía buen arte para cocinar. Tomamos un chupito de wisky y vimos una película de vídeo que dejamos a medias porque nuestro deseo era demasiado fuerte para no obedecerlo. Como varias otras veces, hicimos el amor: antes, mis dedos asomaron por su sexo que clamaba mi esmero y mi lengua lamió sus pezones endurecidos y poco a poco se fue deslizando hacia sus partes que fue estimulando hasta que noté como su estómago se agitaba en cortas pero seguidas convulsiones.
Después, nos quedamos estirados en la cama; yo, boca arriba con la almohada doblada bajo la cabeza y Magda con la sábana cubriéndola hasta la cadera, reposaba sobre mi pecho haciendo pequeños círculos con el dedo índice en mi piel poco poblada de bello. Yo le acariciaba el hombro, suavemente. Empezó a besarme. De pronto sonó mi móvil. Pensé que sería Julia pero al mirar el reloj en la mesilla de noche, comprobar que ya eran casi las doce y teniendo en cuenta que ya habíamos hablado por la tarde, supe que era Laura. Sin moverme, estiré el brazo y cogí el teléfono; efectivamente. Magda se incorporó e hizo ver que buscaba algo en la mesita de al lado mientras yo empezaba a hablar.
dissabte, 10 de setembre del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
Con lentitud, me arrodillé sobre la cama y a gatas me aproximé a mi esposa. Una vez colocado encima de ella, empezó a desabotonarme la camisa; volvía a suspirar y me besaba el cuello. Con una voz suplicante me pidió que la acariciara con mis manos de cirujano: así lo hice; le levanté la ropa, se la saqué suavemente y llené mis medianas manos con sus senos que se mostraban blandos y suaves.
-Dime que me quieres…
-Te quiero, cariño…- no pude reparar en si se lo decía de corazón o sólo porque me lo pedía en ese instante.
-Oh, Jorge… te deseo tanto… sigues siendo tan atractivo- no respondí ya que sus labios me besaron y preferí no atender demasiado a sus palabras.
La desnudé del todo y entonces ella se incorporó e hizo que me estirara en su lugar de manera que volvió a sentarse sobre mis partes que casi estallaban. Como la define su carácter, también le gusta llevar la iniciativa y ser la parte dominante en nuestras pocas escenas más apasionadas. A menudo me he preguntado si con su amigo el Dr. Peralta y otros, actuará de la misma forma, aunque procuro distraer la idea ya que, paradójicamente a todo, me carcomen los celos.
Me bajó la cremallera del pantalón y esta vez fue ella la que me quitó la ropa.
Hicimos el amor y yo cedí a todo lo que quiso. No hubiera podido negarme: tampoco pretendía aventurarme a descubrir qué sucedía si no era absolutamente receptivo. Tenía demasiada experiencia acumulada a la espalda como para ponerme a jugar con fuego.
La botella de vino blanco, quedó en el refrigerador…
Aquel fin de semana es digno de ser descrito como “de ensueño”. Laura se mostró totalmente serena y próxima; no tuvimos ninguna discusión ni ella presentó brote alguno de histerismo. Llegué a preguntarme si habría iniciado algún tipo de terapia sin yo saberlo. A Julia se la veía feliz de observar la armonía entre sus padres y yo me sentía un hombre afortunado: deseaba con todas mis fuerzas que aquello no terminara. Todo se desenvolvía como en cualquier hogar alumbrado por el cariño. No obstante, por décimas de segundo, se me despertaba en la cabeza un pequeño dispositivo que gritaba: “no durará, no durará”. Cuando te encuentras metido en un sin vivir como el mío, la única cosa que de verdad importa es aprovechar el hoy sin mirar hacia el mañana: éso hice.
Pasamos el sábado vagando por Camprodón, admirando sus estrechas calles y sus hermosas y cuidadas fachadas. Caminamos bordeando el río, aspirando el perfume de las flores cercanas y escuchando el murmullo del agua. Y el domingo por la tarde, antes de volver a Matadepera y a nuestras ineludibles obligaciones, nos pasamos por casa de unos viejos amigos con los que casi me atrevería a decir, pactamos el ser vecinos antes de enfrascarnos en una segunda residencia. Fue maravilloso mientras duró.
Por más que suene rocambolesco, lo cierto es que con Laura, sentirse como “el hombre” es un lujo del que no puedo disfrutar a menudo. Para ella ni tan siquiera soy persona; no me concibe como su compañero sentimental y aliado, sino como un objeto al que golpea cuando le viene en gana, desatando sus infortunios y penalidades: como el saco con el que un boxeador entrena para, después, ganar el combate.
Así pues, inicié muy bien la semana y pareció que me hubieran puesto una inyección de adrenalina. Luego, lo que no imaginaba es que aquel mismo viernes tendría que ver llorar a Magda por mi culpa y por mi falta de atención. Se dice que no puede tenerse todo en esta vida; qué tristemente acertado.
Laura se fue el jueves de madrugada para coger el avión dirección a Madrid y yo, más tarde me dirigí al hospital, en cierto modo apenado por su marcha y por otro lado, contento de saberme libre. Se lo comuniqué a Magda el lunes a primera hora de la mañana para que supiera de mi interés. Al principio se mostró algo remisa a hablarme y a mirarme pero con su naturaleza vivaz, poco le duró la apatía. Se solventó fácilmente con unas cuantas de mis bromas recurrentes desmereciendo mi propia inteligencia y capacidades, delante de todos. La verdad es que tengo gracia para la mofa; especialmente de mí mismo y la gente acostumbra a reírse con gusto; éso es sano. Al menos para los demás, resulta beneficioso.
Pero a quien de veras quería ver sonreír era a Magda y me sentí bien al conseguir mi meta. No le pasó desapercibido, ni mucho menos, que había emprendido la semana con buen humor.
-Veo que el fin de semana te ha sentado estupendamente.
-Bueno, no gran cosa… básicamente, tranquilidad. Mucha caminata y aire renovador.
-¿Solo o en compañía?- la observé de reojo: ella no me miraba. Estábamos en la sala de reuniones para discutir y decidir con otros médicos y enfermeras, entre otros asuntos, cómo resolver el caso de una chica a la que no sabíamos si poner un marcapasos o un DAI ( desfibrilador automático implantable ) porque presentaba un cuadro algo confuso. Estaba sentado en mi silla, recogiendo un montón de papeles que, dada mi torpeza habitual, se me habían esparcido por encima de la mesa justo al sentarme. Ella me ayudaba, de pie a mi lado.
-Solo- mentí. Era la respuesta que ella estaba esperando- ¿Y a tí qué tal te ha ido el fin de semana?.
-Bien: lo he pasado con mis padres y los niños en St. Pol. Disfrutan de lo lindo, allí.
-Todos los críos adoran la playa.
-Sí… ya… pero ellos lo pasan bien porque con sus abuelos hacen lo que les place sin recibir las reprimendas de mamá- me miró con su acostumbrada calidez.
-Aahh… claro- levanté el mentón exageradamente. Fue entonces cuando le comenté que Laura se iba aquella semana.
-¿Sí? ¿y cómo es éso?
-Se va a Madrid y no vuelve hasta el sábado.
-Es posible que tenga ganas de verte pero he de mirar mi agenda- me guiñó el ojo. Tenía todos los folios en orden. Se sentó a mi lado y el Dr. Bartolomeu, que se paseaba por el hospital de tanto en tanto y que, aunque jubilado, todavía tenía gran influencia, inició la reunión.
-Dime que me quieres…
-Te quiero, cariño…- no pude reparar en si se lo decía de corazón o sólo porque me lo pedía en ese instante.
-Oh, Jorge… te deseo tanto… sigues siendo tan atractivo- no respondí ya que sus labios me besaron y preferí no atender demasiado a sus palabras.
La desnudé del todo y entonces ella se incorporó e hizo que me estirara en su lugar de manera que volvió a sentarse sobre mis partes que casi estallaban. Como la define su carácter, también le gusta llevar la iniciativa y ser la parte dominante en nuestras pocas escenas más apasionadas. A menudo me he preguntado si con su amigo el Dr. Peralta y otros, actuará de la misma forma, aunque procuro distraer la idea ya que, paradójicamente a todo, me carcomen los celos.
Me bajó la cremallera del pantalón y esta vez fue ella la que me quitó la ropa.
Hicimos el amor y yo cedí a todo lo que quiso. No hubiera podido negarme: tampoco pretendía aventurarme a descubrir qué sucedía si no era absolutamente receptivo. Tenía demasiada experiencia acumulada a la espalda como para ponerme a jugar con fuego.
La botella de vino blanco, quedó en el refrigerador…
Aquel fin de semana es digno de ser descrito como “de ensueño”. Laura se mostró totalmente serena y próxima; no tuvimos ninguna discusión ni ella presentó brote alguno de histerismo. Llegué a preguntarme si habría iniciado algún tipo de terapia sin yo saberlo. A Julia se la veía feliz de observar la armonía entre sus padres y yo me sentía un hombre afortunado: deseaba con todas mis fuerzas que aquello no terminara. Todo se desenvolvía como en cualquier hogar alumbrado por el cariño. No obstante, por décimas de segundo, se me despertaba en la cabeza un pequeño dispositivo que gritaba: “no durará, no durará”. Cuando te encuentras metido en un sin vivir como el mío, la única cosa que de verdad importa es aprovechar el hoy sin mirar hacia el mañana: éso hice.
Pasamos el sábado vagando por Camprodón, admirando sus estrechas calles y sus hermosas y cuidadas fachadas. Caminamos bordeando el río, aspirando el perfume de las flores cercanas y escuchando el murmullo del agua. Y el domingo por la tarde, antes de volver a Matadepera y a nuestras ineludibles obligaciones, nos pasamos por casa de unos viejos amigos con los que casi me atrevería a decir, pactamos el ser vecinos antes de enfrascarnos en una segunda residencia. Fue maravilloso mientras duró.
Por más que suene rocambolesco, lo cierto es que con Laura, sentirse como “el hombre” es un lujo del que no puedo disfrutar a menudo. Para ella ni tan siquiera soy persona; no me concibe como su compañero sentimental y aliado, sino como un objeto al que golpea cuando le viene en gana, desatando sus infortunios y penalidades: como el saco con el que un boxeador entrena para, después, ganar el combate.
Así pues, inicié muy bien la semana y pareció que me hubieran puesto una inyección de adrenalina. Luego, lo que no imaginaba es que aquel mismo viernes tendría que ver llorar a Magda por mi culpa y por mi falta de atención. Se dice que no puede tenerse todo en esta vida; qué tristemente acertado.
Laura se fue el jueves de madrugada para coger el avión dirección a Madrid y yo, más tarde me dirigí al hospital, en cierto modo apenado por su marcha y por otro lado, contento de saberme libre. Se lo comuniqué a Magda el lunes a primera hora de la mañana para que supiera de mi interés. Al principio se mostró algo remisa a hablarme y a mirarme pero con su naturaleza vivaz, poco le duró la apatía. Se solventó fácilmente con unas cuantas de mis bromas recurrentes desmereciendo mi propia inteligencia y capacidades, delante de todos. La verdad es que tengo gracia para la mofa; especialmente de mí mismo y la gente acostumbra a reírse con gusto; éso es sano. Al menos para los demás, resulta beneficioso.
Pero a quien de veras quería ver sonreír era a Magda y me sentí bien al conseguir mi meta. No le pasó desapercibido, ni mucho menos, que había emprendido la semana con buen humor.
-Veo que el fin de semana te ha sentado estupendamente.
-Bueno, no gran cosa… básicamente, tranquilidad. Mucha caminata y aire renovador.
-¿Solo o en compañía?- la observé de reojo: ella no me miraba. Estábamos en la sala de reuniones para discutir y decidir con otros médicos y enfermeras, entre otros asuntos, cómo resolver el caso de una chica a la que no sabíamos si poner un marcapasos o un DAI ( desfibrilador automático implantable ) porque presentaba un cuadro algo confuso. Estaba sentado en mi silla, recogiendo un montón de papeles que, dada mi torpeza habitual, se me habían esparcido por encima de la mesa justo al sentarme. Ella me ayudaba, de pie a mi lado.
-Solo- mentí. Era la respuesta que ella estaba esperando- ¿Y a tí qué tal te ha ido el fin de semana?.
-Bien: lo he pasado con mis padres y los niños en St. Pol. Disfrutan de lo lindo, allí.
-Todos los críos adoran la playa.
-Sí… ya… pero ellos lo pasan bien porque con sus abuelos hacen lo que les place sin recibir las reprimendas de mamá- me miró con su acostumbrada calidez.
-Aahh… claro- levanté el mentón exageradamente. Fue entonces cuando le comenté que Laura se iba aquella semana.
-¿Sí? ¿y cómo es éso?
-Se va a Madrid y no vuelve hasta el sábado.
-Es posible que tenga ganas de verte pero he de mirar mi agenda- me guiñó el ojo. Tenía todos los folios en orden. Se sentó a mi lado y el Dr. Bartolomeu, que se paseaba por el hospital de tanto en tanto y que, aunque jubilado, todavía tenía gran influencia, inició la reunión.
diumenge, 4 de setembre del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
Se mostró extrañamente amable y cordial conmigo. Sólo me cabía imaginar que el día le había resultado agradable, yo había aparecido en su pensamiento y, por el motivo que fuese, necesitaba estar a mi lado. No hablamos demasiado pero por poco que lo hicimos fue ella la que me estuvo explicando su deambular por psiquiatría aquella mañana y también me comunicó que a la semana siguiente tenía un congreso en Madrid: que iría el jueves y volvería el sábado hacia el mediodía. Me alegré y de nuevo pensé en Magda a la que podría compensar, después de todo. Teniendo en cuenta que pasamos la mayor parte de los días de la semana juntos como si estuviéramos pegados a fuego, la realidad es que eran pocas las ocasiones en las que nos veíamos extraordinariamente y siempre estábamos deseosos de comernos a besos. Cuando podíamos, nos metíamos en mi despacho con el pretexto de comentar algún caso o informe y aprovechábamos para acariciarnos, no sin cierto temor a ser sorprendidos. En otras ocasiones, cuando terminábamos una última intervención, ella se entretenía más que los demás en recoger o hablando amigablemente con el paciente, todavía asustado, mientras yo me quedaba a charlar en la sala. Al irse todos, Magda entraba y yo la miraba fijamente; se me acercaba, la cogía por la cintura y me dejaba llevar con cuidado.
Cuando terminamos de comer Laura y yo, sin encontrarnos con nadie, puesto que los viernes el local está poco solicitado, nos dirigimos al parking del hospital y cogimos nuestros respectivos coches. Prefería seguirme durante el viaje de ida por las mañanas y, por supuesto, igualmente me siguió en nuestra marcha de vuelta. Convenimos que yo recogería a la niña en tanto que ella ordenaba cuatro cosas en casa antes de partir hacia Camprodón.
Pese a todo, me gustaba la idea de pasar el fin de semana en la paz de la montaña gerundense. Hace algunos largos años que compramos la torre. Una vez, estando Laura embarazada, pasamos tres o cuatro días hospedados en este bonito pueblo y nos cautivó de modo que, tiempo después estuvimos tanteando la posibilidad de hacernos con una propiedad y así fue. Es positivo para todos: para nuestra hija porque tiene un grupo de amistades con las que se lo pasa en grande y para Laura y para mí porque respiramos aire fresco que, aún así, no me exime de las confrontaciones que igualmente se producen.
Llegamos hacia las diez de la noche; aunque el calor en la ciudad empezaba a dar señales de un verano crudo, allí nos encontrábamos a una buena temperatura. Preparamos una apetitosa cena y, casi de inmediato, Julia salió en busca de los suyos. En Matadepera tiene cierta libertad de movimiento pero ella es perfectamente consciente de que debe cumplir con una disciplina si sabe lo que le conviene; sin embargo en Camprodón, casi puede decirse que no tiene franja horaria aunque es bastante responsable y nunca la hemos tenido que poner sobre aviso.
Entre Laura y yo recogimos la mesa y mientras ella llenaba el lavavajillas, aproveché para subir al estudio, que es mi refugio más preciado, donde paso largas horas meditando, corrigiendo artículos, preparando mis trabajos, leyendo o escuchando música en el equipo. Estuve allí hasta la una de la madrugada y entonces oí los pasos de Laura sobre las escaleras de madera. Apareció por la pequeña puertecilla contra la que, dada mi gran estatura y por contra, su baja altura, me había pegado varios golpes en la cabeza al entrar y al salir; sobretodo cuando todavía no conocía demasiado la estancia.
Llevaba puesto un camisón de seda, lila; entallado, muy escotado y corto que dejaba ver sus largas piernas. Tenía el cabello suelto a la altura de los hombros y destellaba bajo la cálida luz artificial de la sala.
Me miró y sus ojos se habían teñido de un color violeta al reflejo de la tela. Bajo ésta se insinuaban sus pechos y destacaban los pezones que levantaban un poco la prenda. Era toda una hermosura y ella lo sabía. Se me acercó a paso lento, arrastrando sus pies desnudos. Hasta ese momento yo había estado pensando en Magda una vez más pero la visión de Laura frente a mí, desvió mi mente de sus persona, automáticamente; era evidente que mi mujer tenía poderes hipnóticos sobre mi ser que nadie más alcanzaría a poseer. Cuando estuvo tan cerca que sus rodillas me rozaron, abrió las piernas y se me sentó encima a horcajadas; pude verle las bragas a conjunto con el camisón y la imagen me puso nervioso de golpe. Me pasó los brazos alrededor del cuello y empezó a acariciarme la nuca, subiendo los dedos por mi cabello. Me susurró al oído:
-¿No vienes a la cama?
En mi estado catatónico sólo se me ocurrió preguntar si Julia había llegado ya.
-Nooo…- sonrió- parece mentira que no la conozcas; no aparecerá por casa hasta las cuatro de la madrugada. Carlos está en el pueblo…- es un chico de la edad de Julia; se llevan algo más que bien. Es un buen muchacho. Sus padres también tienen una torre cercana a la nuestra; los dos son abogados criminalistas y el chaval disfruta narrando los casos más escabrosos con los que se han encontrado a lo largo de su profesión y, ya de paso, se convierte en el centro de atención; sobretodo para mi hija. Me cae bien pero, sinceramente y bajo mi egoísmo paternal, me satisface que no viva en Matadepera. La idea de que Julia tenga novio a sus dieciséis años no me tienta demasiado aunque por descontado, yo quedaré al margen cuando ella se decida a dar el paso; y, francamente, mi poca picardía no me permite deducir que a lo mejor, mi niña ya no es tan cría… mas intuyo que todavía es muy frágil- Podemos coger una botella de vino blanco, acostarnos y… bueno… ya veremos qué sucede después ¿no te parece?.
Sentía su dulce aliento sobre la frente y bajo mi barbilla temblaban sus senos mientras hablaba murmurando. Mis manos se movieron solas por arte de magia y empecé a acariciarle la espalda con una en tanto que la otra se deslizaba por su cintura hacia los glúteos que tenía sobre mis piernas. Escuché un leve gemido salir de sus labios y mis partes bajas reaccionaron de inmediato.
Se levantó y me estiró del brazo ligeramente y, tal y como si yo no tuviera voluntad ( que, verdaderamente no la tenía ), me llevó, guiándome por las escaleras, hasta la primera planta y llegando a nuestra habitación, forrada de madera clara. Se dejó caer en la gran cama y la fina camisola le subió hasta la parte superior de los muslos. Separó, casi imperceptiblemente las piernas en un gesto que interpreté provocativo mientras dejaba un brazo estirado junto a su cuerpo y levantaba el otro para dejarlo medio doblado reposando la cabeza sobre la palma de su mano. Respiraba con fuerza, de modo que ahora sus pechos subían y bajaban con cierta furia… con el dedo índice de la mano que reposaba encima del lecho, me hizo una seña para que me acercara a ella. Yo, vestía unos finos pantalones de lino y se me abultaba notablemente el pene que pugnaba por encontrar su hueco. A estas alturas, tal y como ya he dicho, no acostumbro a sentirme demasiado estimulado para practicar el sexo con Laura pero aquella noche era tan sublime su belleza; esa mirada penetrante, los labios húmedos, su piel tan fina… que mi cuerpo actuó por cuenta propia sin preguntarme si quiera.
Cuando terminamos de comer Laura y yo, sin encontrarnos con nadie, puesto que los viernes el local está poco solicitado, nos dirigimos al parking del hospital y cogimos nuestros respectivos coches. Prefería seguirme durante el viaje de ida por las mañanas y, por supuesto, igualmente me siguió en nuestra marcha de vuelta. Convenimos que yo recogería a la niña en tanto que ella ordenaba cuatro cosas en casa antes de partir hacia Camprodón.
Pese a todo, me gustaba la idea de pasar el fin de semana en la paz de la montaña gerundense. Hace algunos largos años que compramos la torre. Una vez, estando Laura embarazada, pasamos tres o cuatro días hospedados en este bonito pueblo y nos cautivó de modo que, tiempo después estuvimos tanteando la posibilidad de hacernos con una propiedad y así fue. Es positivo para todos: para nuestra hija porque tiene un grupo de amistades con las que se lo pasa en grande y para Laura y para mí porque respiramos aire fresco que, aún así, no me exime de las confrontaciones que igualmente se producen.
Llegamos hacia las diez de la noche; aunque el calor en la ciudad empezaba a dar señales de un verano crudo, allí nos encontrábamos a una buena temperatura. Preparamos una apetitosa cena y, casi de inmediato, Julia salió en busca de los suyos. En Matadepera tiene cierta libertad de movimiento pero ella es perfectamente consciente de que debe cumplir con una disciplina si sabe lo que le conviene; sin embargo en Camprodón, casi puede decirse que no tiene franja horaria aunque es bastante responsable y nunca la hemos tenido que poner sobre aviso.
Entre Laura y yo recogimos la mesa y mientras ella llenaba el lavavajillas, aproveché para subir al estudio, que es mi refugio más preciado, donde paso largas horas meditando, corrigiendo artículos, preparando mis trabajos, leyendo o escuchando música en el equipo. Estuve allí hasta la una de la madrugada y entonces oí los pasos de Laura sobre las escaleras de madera. Apareció por la pequeña puertecilla contra la que, dada mi gran estatura y por contra, su baja altura, me había pegado varios golpes en la cabeza al entrar y al salir; sobretodo cuando todavía no conocía demasiado la estancia.
Llevaba puesto un camisón de seda, lila; entallado, muy escotado y corto que dejaba ver sus largas piernas. Tenía el cabello suelto a la altura de los hombros y destellaba bajo la cálida luz artificial de la sala.
Me miró y sus ojos se habían teñido de un color violeta al reflejo de la tela. Bajo ésta se insinuaban sus pechos y destacaban los pezones que levantaban un poco la prenda. Era toda una hermosura y ella lo sabía. Se me acercó a paso lento, arrastrando sus pies desnudos. Hasta ese momento yo había estado pensando en Magda una vez más pero la visión de Laura frente a mí, desvió mi mente de sus persona, automáticamente; era evidente que mi mujer tenía poderes hipnóticos sobre mi ser que nadie más alcanzaría a poseer. Cuando estuvo tan cerca que sus rodillas me rozaron, abrió las piernas y se me sentó encima a horcajadas; pude verle las bragas a conjunto con el camisón y la imagen me puso nervioso de golpe. Me pasó los brazos alrededor del cuello y empezó a acariciarme la nuca, subiendo los dedos por mi cabello. Me susurró al oído:
-¿No vienes a la cama?
En mi estado catatónico sólo se me ocurrió preguntar si Julia había llegado ya.
-Nooo…- sonrió- parece mentira que no la conozcas; no aparecerá por casa hasta las cuatro de la madrugada. Carlos está en el pueblo…- es un chico de la edad de Julia; se llevan algo más que bien. Es un buen muchacho. Sus padres también tienen una torre cercana a la nuestra; los dos son abogados criminalistas y el chaval disfruta narrando los casos más escabrosos con los que se han encontrado a lo largo de su profesión y, ya de paso, se convierte en el centro de atención; sobretodo para mi hija. Me cae bien pero, sinceramente y bajo mi egoísmo paternal, me satisface que no viva en Matadepera. La idea de que Julia tenga novio a sus dieciséis años no me tienta demasiado aunque por descontado, yo quedaré al margen cuando ella se decida a dar el paso; y, francamente, mi poca picardía no me permite deducir que a lo mejor, mi niña ya no es tan cría… mas intuyo que todavía es muy frágil- Podemos coger una botella de vino blanco, acostarnos y… bueno… ya veremos qué sucede después ¿no te parece?.
Sentía su dulce aliento sobre la frente y bajo mi barbilla temblaban sus senos mientras hablaba murmurando. Mis manos se movieron solas por arte de magia y empecé a acariciarle la espalda con una en tanto que la otra se deslizaba por su cintura hacia los glúteos que tenía sobre mis piernas. Escuché un leve gemido salir de sus labios y mis partes bajas reaccionaron de inmediato.
Se levantó y me estiró del brazo ligeramente y, tal y como si yo no tuviera voluntad ( que, verdaderamente no la tenía ), me llevó, guiándome por las escaleras, hasta la primera planta y llegando a nuestra habitación, forrada de madera clara. Se dejó caer en la gran cama y la fina camisola le subió hasta la parte superior de los muslos. Separó, casi imperceptiblemente las piernas en un gesto que interpreté provocativo mientras dejaba un brazo estirado junto a su cuerpo y levantaba el otro para dejarlo medio doblado reposando la cabeza sobre la palma de su mano. Respiraba con fuerza, de modo que ahora sus pechos subían y bajaban con cierta furia… con el dedo índice de la mano que reposaba encima del lecho, me hizo una seña para que me acercara a ella. Yo, vestía unos finos pantalones de lino y se me abultaba notablemente el pene que pugnaba por encontrar su hueco. A estas alturas, tal y como ya he dicho, no acostumbro a sentirme demasiado estimulado para practicar el sexo con Laura pero aquella noche era tan sublime su belleza; esa mirada penetrante, los labios húmedos, su piel tan fina… que mi cuerpo actuó por cuenta propia sin preguntarme si quiera.
dilluns, 22 d’agost del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
Aunque desgraciadamente en la balanza de mi vida junto a Laura pese más lo malo que lo bueno, de igual forma hemos tenido algunos ratos agradables. Cuando está de buenas puede llegar a ser la mujer más dulce que haya conocido jamás y entonces me embriago de esa ternura y, por corto espacio, me invade una amnesia celestial.
En cuanto se refiere a nuestros actos íntimos, no resulta difícil llegar a imaginar que son casi inexistentes pero aún así, todavía disfrutamos de alguno que otro.
Hace unos meses, me sorprendió apareciendo por la planta de cardiología. Estaba en el departamento de post que es donde habitualmente trabajo, cuando al salir de mi oficina, algo acelerado porque me habían llamado de marcapasos para que echara un vistazo al registro del reveal ( que es como un holter de unos diez centímetros de largo que se implanta temporalmente de forma subcutánea para poder controlar cualquier tipo de alteración ) de un joven al que venía tratando desde hacía una larga temporada y que sufría fuertes episodios de lo que, sospechaba, podían ser taquicardias provocadas por fibrilación ventricular, topé de cara con Laura. Venía sonriendo.
-Te veo atareado.
-Sí; ya sabes que ésto es una locura…- estaba algo estupefacto porque como ya he dicho, las visitas entre nosotros eran realmente extraordinarias y estrictamente obligatorias, en su caso.
-Yo hoy tengo un día tranquilo. Salvo que hemos ingresado a una chica de veintidós años por un ataque de nervios, todo en paz. Figúrate; su novio la dejó ayer por la noche y ella ha intentado suicidarse. Esta mañana la han traído sus padres: qué pena, estaban horrorizados.
-No me extraña… quién no lo estaría- íbamos caminando por el pasillo, pasando por delante de las puertas donde descansaban parte de mis enfermos, la mayoría, gente de más de sesenta años; sólo tenía a una chica de treinta, bien despierta y muerta de aburrimiento en la habitación: la habían subido de urgencias hacía dos días; había entrado con un fuerte dolor en el pecho y aunque yo descartaba cualquier tipo de dolencia cardiaca, preferí dejarla en observación y monitorizada, si bien las camas estaban verdaderamente solicitadas.
-Le he tenido que suministrar tal cantidad de calmantes como para dormir a un caballo- rió como solía hacer de antaño, en nuestra mejor época- Pobre chica; debía de querer mucho a ese joven… tanto como para decidir que su vida no tenía sentido sin él- quedó pensativa.
Salimos al rellano y bajamos por las escaleras hasta el tercer piso. Cuando estás acostumbrado a ir de un lado para otro y a recorrer todo el hospital, llega un punto en el que coger el ascensor se te hace pesado; tardas menos yendo a pie que esperando impacientemente a que suene el timbre del elevador para indicar que ya está aquí; para entonces cuando abre sus puertas no queda de ti más que tu perfume en el ambiente.
Una vez llegados a la tercera planta, nos quedamos uno frente al otro, antes de que yo entrara en el descansillo.
-¿Qué tienes?
-Un chico de treinta y cinco años que lleva un reveal. Parece que esta madrugada ha sufrido un síncope que se ha podido grabar con el mando.
-¿Es grave?
-Uf…- me pasé la mano por mi corto cabello canoso- es un caso complejo; llevamos tiempo tras él y se nos escapa de las manos: en un principio pensamos que podía tratarse de una fibrilación auricular pero no ha respondido favorablemente a las dos ablaciones que le hemos practicado y los episodios de caída repentina, indican que puede tratarse del ventrículo y no de la aurícula como hasta ahora creíamos. Llega a las doscientas sesenta pulsaciones por minuto.
-Dios mío; es una aberrancia…
-Eso imaginamos… este caso me lleva por el camino de la amargura.
-En fin… sólo venía a proponerte que comiéramos juntos. Como es viernes, he pensado que podrías salir antes. Luego pasamos a buscar a Julia, dejamos mi coche en casa y nos vamos para Camprodón- normalmente, los viernes suelo salir del hospital alrededor de las seis. Laura por entonces ya ha finalizado su turno hacia las tres y acostumbra a ser ella la que pasa a buscar a Julia por el instituto. Cuando yo llego a Matadepera sobre las siete y media, las recojo y nos vamos hacia Camprodón. Allí tenemos una torre donde residimos la mayor parte de los fines de semana, tanto en invierno como en verano.
-Claro… sobre las cuatro habré terminado- pensé en Magda; en realidad había quedado con ella. Sabía que no le haría ninguna gracia que anulara la cita.
-De acuerdo; iré adelantando faena para el lunes: a las cuatro y cuarto te espero en la entrada- se me acercó y me besó los labios- Hasta luego, mi amor- siguió bajando las escaleras y yo me quedé plantado como un vegetal, viendo desaparecer su bata blanca e intentando descifrar el misterio de su buen humor.
Enseguida llamé a Magda. Eran las tres menos cuarto de la tarde y, posiblemente ya no nos encontraríamos porque aquel día ella también acababa a las cuatro: entre el largo rato que yo tardara en subir más el que ella pudiera emplear en sus tareas, no coincidiríamos ya que, naturalmente, no querría verme antes de irse.
-Eh! ¿tanto me encuentras a faltar en dos horas que hace que hemos salido del quirófano como para tener que llamarme?- estaba contenta.
-Ya sabes que sí…- hice una pausa, quedando en silencio.
-Bueno… ¿qué quieres?.
-Verás…- volví a pasarme la mano por el cabello; es un gesto inconsciente muy típico en mí que se acentúa cuando estoy nervioso- Laura ha venido a verme: quiere que salgamos a comer ahora a las cuatro para después marcharnos juntos…
-Ya… entiendo- su tono se volvió seco- Tranquilo, no pasa nada. Cambio de planes: saldré con Sandra y con Mireia: antes me han propuesto ir a tomar algo.
Era evidente que estaba enfadada y me sentí mal por romper nuestro encuentro sólo una hora antes y de modo tan poco delicado. Entendía que yo me sintiera atado a mi vida familiar y que debiera cumplir cuando se daba la situación pero sus sentimientos la descubrían y la decepción de aquel momento, lógicamente, se tenía que vislumbrar. En realidad, mi deseo era verla a ella; charlar largo y tendido, compartiendo sonrisas y después algo más, en vez de sentarme frente a Laura, seguirle la corriente y preguntarme cuándo iba a sucederse el cambio.
-¿Todo bien?.
-Sí… perfectamente, doctor. Ya sabes que yo nunca me quedo sola- intentó mostrarse risueña y despreocupada pero la conocía suficiente para saber cómo se sentía.
-Éso está bien… Lo siento, Magda, cariño; acabo de hablar con Laura ahora mismo, sino no te hubiera avisado a última hora.
-Ya te he dicho que no pasa nada, Jorge. Ves tranquilo a comer con tu mujer; ella es lo primero… y que pases un buen fin de semana. Nos veremos el lunes- con éso de “ella es lo primero” delataba su rabia: dicho de un modo aparentemente normal, ni se notaba.
-Cuídate, mi vida. Un beso a tus niños.
-Otro para tí- colgó.
Laura y yo comimos un plato combinado en un bar a dos manzanas del Agora que frecuentan muchos médicos y enfermeras. Sirven con suma rapidez y gran eficacia que es justo lo que nosotros necesitamos por nuestro escueto tiempo libre antes de volver con las pilas recargadas. He ido centenares de veces; solo, con Magda y en compañía de los colegas. Con Laura era la segunda.
En cuanto se refiere a nuestros actos íntimos, no resulta difícil llegar a imaginar que son casi inexistentes pero aún así, todavía disfrutamos de alguno que otro.
Hace unos meses, me sorprendió apareciendo por la planta de cardiología. Estaba en el departamento de post que es donde habitualmente trabajo, cuando al salir de mi oficina, algo acelerado porque me habían llamado de marcapasos para que echara un vistazo al registro del reveal ( que es como un holter de unos diez centímetros de largo que se implanta temporalmente de forma subcutánea para poder controlar cualquier tipo de alteración ) de un joven al que venía tratando desde hacía una larga temporada y que sufría fuertes episodios de lo que, sospechaba, podían ser taquicardias provocadas por fibrilación ventricular, topé de cara con Laura. Venía sonriendo.
-Te veo atareado.
-Sí; ya sabes que ésto es una locura…- estaba algo estupefacto porque como ya he dicho, las visitas entre nosotros eran realmente extraordinarias y estrictamente obligatorias, en su caso.
-Yo hoy tengo un día tranquilo. Salvo que hemos ingresado a una chica de veintidós años por un ataque de nervios, todo en paz. Figúrate; su novio la dejó ayer por la noche y ella ha intentado suicidarse. Esta mañana la han traído sus padres: qué pena, estaban horrorizados.
-No me extraña… quién no lo estaría- íbamos caminando por el pasillo, pasando por delante de las puertas donde descansaban parte de mis enfermos, la mayoría, gente de más de sesenta años; sólo tenía a una chica de treinta, bien despierta y muerta de aburrimiento en la habitación: la habían subido de urgencias hacía dos días; había entrado con un fuerte dolor en el pecho y aunque yo descartaba cualquier tipo de dolencia cardiaca, preferí dejarla en observación y monitorizada, si bien las camas estaban verdaderamente solicitadas.
-Le he tenido que suministrar tal cantidad de calmantes como para dormir a un caballo- rió como solía hacer de antaño, en nuestra mejor época- Pobre chica; debía de querer mucho a ese joven… tanto como para decidir que su vida no tenía sentido sin él- quedó pensativa.
Salimos al rellano y bajamos por las escaleras hasta el tercer piso. Cuando estás acostumbrado a ir de un lado para otro y a recorrer todo el hospital, llega un punto en el que coger el ascensor se te hace pesado; tardas menos yendo a pie que esperando impacientemente a que suene el timbre del elevador para indicar que ya está aquí; para entonces cuando abre sus puertas no queda de ti más que tu perfume en el ambiente.
Una vez llegados a la tercera planta, nos quedamos uno frente al otro, antes de que yo entrara en el descansillo.
-¿Qué tienes?
-Un chico de treinta y cinco años que lleva un reveal. Parece que esta madrugada ha sufrido un síncope que se ha podido grabar con el mando.
-¿Es grave?
-Uf…- me pasé la mano por mi corto cabello canoso- es un caso complejo; llevamos tiempo tras él y se nos escapa de las manos: en un principio pensamos que podía tratarse de una fibrilación auricular pero no ha respondido favorablemente a las dos ablaciones que le hemos practicado y los episodios de caída repentina, indican que puede tratarse del ventrículo y no de la aurícula como hasta ahora creíamos. Llega a las doscientas sesenta pulsaciones por minuto.
-Dios mío; es una aberrancia…
-Eso imaginamos… este caso me lleva por el camino de la amargura.
-En fin… sólo venía a proponerte que comiéramos juntos. Como es viernes, he pensado que podrías salir antes. Luego pasamos a buscar a Julia, dejamos mi coche en casa y nos vamos para Camprodón- normalmente, los viernes suelo salir del hospital alrededor de las seis. Laura por entonces ya ha finalizado su turno hacia las tres y acostumbra a ser ella la que pasa a buscar a Julia por el instituto. Cuando yo llego a Matadepera sobre las siete y media, las recojo y nos vamos hacia Camprodón. Allí tenemos una torre donde residimos la mayor parte de los fines de semana, tanto en invierno como en verano.
-Claro… sobre las cuatro habré terminado- pensé en Magda; en realidad había quedado con ella. Sabía que no le haría ninguna gracia que anulara la cita.
-De acuerdo; iré adelantando faena para el lunes: a las cuatro y cuarto te espero en la entrada- se me acercó y me besó los labios- Hasta luego, mi amor- siguió bajando las escaleras y yo me quedé plantado como un vegetal, viendo desaparecer su bata blanca e intentando descifrar el misterio de su buen humor.
Enseguida llamé a Magda. Eran las tres menos cuarto de la tarde y, posiblemente ya no nos encontraríamos porque aquel día ella también acababa a las cuatro: entre el largo rato que yo tardara en subir más el que ella pudiera emplear en sus tareas, no coincidiríamos ya que, naturalmente, no querría verme antes de irse.
-Eh! ¿tanto me encuentras a faltar en dos horas que hace que hemos salido del quirófano como para tener que llamarme?- estaba contenta.
-Ya sabes que sí…- hice una pausa, quedando en silencio.
-Bueno… ¿qué quieres?.
-Verás…- volví a pasarme la mano por el cabello; es un gesto inconsciente muy típico en mí que se acentúa cuando estoy nervioso- Laura ha venido a verme: quiere que salgamos a comer ahora a las cuatro para después marcharnos juntos…
-Ya… entiendo- su tono se volvió seco- Tranquilo, no pasa nada. Cambio de planes: saldré con Sandra y con Mireia: antes me han propuesto ir a tomar algo.
Era evidente que estaba enfadada y me sentí mal por romper nuestro encuentro sólo una hora antes y de modo tan poco delicado. Entendía que yo me sintiera atado a mi vida familiar y que debiera cumplir cuando se daba la situación pero sus sentimientos la descubrían y la decepción de aquel momento, lógicamente, se tenía que vislumbrar. En realidad, mi deseo era verla a ella; charlar largo y tendido, compartiendo sonrisas y después algo más, en vez de sentarme frente a Laura, seguirle la corriente y preguntarme cuándo iba a sucederse el cambio.
-¿Todo bien?.
-Sí… perfectamente, doctor. Ya sabes que yo nunca me quedo sola- intentó mostrarse risueña y despreocupada pero la conocía suficiente para saber cómo se sentía.
-Éso está bien… Lo siento, Magda, cariño; acabo de hablar con Laura ahora mismo, sino no te hubiera avisado a última hora.
-Ya te he dicho que no pasa nada, Jorge. Ves tranquilo a comer con tu mujer; ella es lo primero… y que pases un buen fin de semana. Nos veremos el lunes- con éso de “ella es lo primero” delataba su rabia: dicho de un modo aparentemente normal, ni se notaba.
-Cuídate, mi vida. Un beso a tus niños.
-Otro para tí- colgó.
Laura y yo comimos un plato combinado en un bar a dos manzanas del Agora que frecuentan muchos médicos y enfermeras. Sirven con suma rapidez y gran eficacia que es justo lo que nosotros necesitamos por nuestro escueto tiempo libre antes de volver con las pilas recargadas. He ido centenares de veces; solo, con Magda y en compañía de los colegas. Con Laura era la segunda.
dijous, 18 d’agost del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
Cuando llegué a casa eran las tres de la madrugada. Durante el camino de vuelta, empecé a inquietarme temiendo que Laura estuviera despierta y captara en mí aquello que realmente había sucedido inevitablemente. Pero al bajar por la cuesta de mi calle, observé con alivio que las luces de la vivienda estaban apagadas.
Entré con sigilo y subí las escaleras, agradecido de que todo estuviera en la paz de la noche. Pasé al dormitorio y percibí, suave y serena, la respiración de ella en nuestra cama. Como teníamos la calefacción encendida, no necesitábamos dormir demasiado abrigados de modo que Laura sólo llevaba la prenda interior de abajo. Estaba medio destapada y a la luz de la luna que se adentraba por la ventana en un cielo ya despejado, me quedé admirando su perfección, anonadado y abrumado por la excitación que volvía a conmover mi sexo a la vez que extrañado y aburrido de no aprender la lección. Pero era tan sumamente agraciada que no le podía sacar la vista de encima. Todavía sentía el contacto cálido de Magda; sus manos acariciando mi pecho, sus labios besando los míos, su lengua en mi boca… aún me sentía dentro de ella.
Reaccioné de pronto y experimenté el temor de que Laura pudiera percatarse del aroma de otra mujer en mis ropas e incluso en mi piel, de modo que me apresuré en darme una ducha en el baño de la planta baja y dejar las prendas en el cubo de la ropa sucia para que a la mañana siguiente, Sonia las pusiera a lavar.
Finalmente me metí en la cama y miré largo rato a mi esposa: en su sueño se la veía tan feliz y despreocupada con una expresión calmosa y quieta… sentí lástima y arrepentimiento por lo que había hecho y, en silencio, le pedí disculpas aunque era muy sensato y sabía que no iba a ser la primera y última vez. Magda estaría a mi lado dos días después y al siguiente y al otro y así no lograría olvidar lo sucedido y volveríamos a tropezar de nuevo y pese a que en aquellos instantes no me sentía especialmente orgulloso a la vez era consciente de que a la que Laura se mostrara opresora y cruel conmigo, ya no me importaría haber caído en la tentación. Ella también vivía sus historias. No obstante, sí que había una persona en nuestras vidas a la que debíamos pedir perdón; y esa era Julia.
Es una niña muy afectuosa: supongo que no puedo evitar mi amor de padre hacia ella de manera que debo decir que es un encanto de criatura; a parte de que es guapísima y de que tiene una inteligencia y una madurez visiblemente despiertas para su edad, es receptiva y sensible: esto último, un defecto teniendo en cuenta la triste vida familiar que le ha tocado aceptar tanto a gusto como a disgusto. Sí es verdad que, pese a todo, su madre y yo siempre hemos intentado darle el apoyo y el cariño que cualquier hijo necesita pero, al menos yo por mi parte, me siento frustrado por no haberle evitado algunas trifulcas: unas cuantas han sido demasiado fuertes para ella y después de que Laura me hubiese rebajado al nivel del suelo, corría hacia su cuarto donde hallaba a Julia tirada en la cama llorando bajo la almohada. Laura tiene por costumbre salir de casa cuando se descarga conmigo; dejarnos a su hija y a mí y volver al cabo de un par de horas en las que nunca he tenido ni idea de lo que hacía; imagino que pensar y darle vueltas a su cabeza maltrecha y fatigada mientras se pasea por el pueblo; a veces va caminando y otras coge el coche, lo cual me hace sufrir ya que temo que el día menos pensado se estrelle en un ataque de furia; y, en los peores de mis lapsos también he llegado a pensar que para mí, sería lo mejor.
Recuerdo un día en el que Laura se enfadó porque había hablado por teléfono con Mónica, una buena amiga suya de la facultad y había quedado para comer con ella y con su marido sin su consentimiento ni opinión. Pensé que la idea le encantaría pero una vez más, me equivoqué; su mente es tan peligrosa que uno no puede ni permitirse el lujo de decidir algo tan sencillo sin previo aviso. Montó en una cólera tan extrema que incluso Julia bajó consternada, excitada y chillando y con un mar de lágrimas en los ojos le gritó que se callara y que me dejara en paz. Y Laura obedeció: la miró con angustia, después me miró a mí con desdén y se marchó.
Me quedé frente a mi hija que no sabía cómo actuar; en realidad yo tampoco encontraba las palabras justas para tranquilizarla. Doy gracias una y otra vez de que ella no acostumbre por norma a encontrarse en medio de los huracanes. Aquel día no tuvo tanta suerte.
Volvió a subir las escaleras y cerró la puerta con un gran estruendo. Tras ella, subí yo. Estaba en la cama, tendida boca abajo, sollozando:
-Julia, mi vida…
-Déjame- me cortó en voz baja. No entendí. Me quedé allí, mirándola desesperado. Ella se giró hacia mí- ¿Por qué dejas que mamá te haga ésto? ¿por qué permites que te trate así? La detesto!!.
-Julia, no… mamá está enferma; no actúa así por placer: necesita ayuda pero no se da cuenta.
-¿Y éso es excusa para hablarte del modo en que lo hace, para gritarte? Pues no lo acepto- volvió a sollozar. Me acerqué a su cama y me senté junto a ella. Le acaricié el cabello tan rubio como yo sabía que Laura lo había tenido a su misma edad.
-Cariño, no estoy diciendo que sea excusable por ello pero debemos mirar de ayudarla en lo máximo posible.
-¿Y cómo la ayudas tú, papá? ¿dejándote pisotear por ella?... ¿y yo: cómo debo ayudarla, eh? ¿cómo?- realmente no sabía qué decir; igual que cada vez que sufría el menosprecio de mi mujer, era tan vulnerable que después, durante largo rato, estaba ausente; falto de reflejos y de perspicacia- Ésto no le pasa a ninguna de mis amigas. Los padres de Marta se llevan muy bien: se nota porque constantemente se sonríen y se besan. Mamá y tú nunca os abrazáis; siempre estáis distanciados: cada uno a la suya… estoy harta!- tenía tanta razón y lo decía con tanta tristeza y convicción que me vinieron ganas de echarme a llorar con ella. Sin embargo, respondí.
-Mira, Julia; cada hogar es un universo; desde fuera nos puede parecer que los demás viven en una nube pero en su interior existen tantos o más problemas de los que podamos tener nosotros- me sentí asquerosamente hipócrita.
-Me da lo mismo. No quiero que mamá siga maltratándote.
-No me maltrata… es sólo que se pone algo nerviosa y yo soy su válvula de escape. Trabajamos muchas horas y acumulamos tensiones: ya ves que no tenemos demasiado tiempo libre y coincidimos muy poco… tampoco a tí te dedicamos lo necesario.
-Pero ella a mí no me alza la voz ni me insulta…
-Claro que no! Julia, tu madre te quiere muchísimo. Jamás se atrevería a hacerte daño.
-Pues si te lo hace a tí es como si me lo hiciera a mí misma; eres mi padre- su elocuencia me dejó desarmado. Abrí los brazos y se acurrucó entre ellos. Lloró largo rato…
Entré con sigilo y subí las escaleras, agradecido de que todo estuviera en la paz de la noche. Pasé al dormitorio y percibí, suave y serena, la respiración de ella en nuestra cama. Como teníamos la calefacción encendida, no necesitábamos dormir demasiado abrigados de modo que Laura sólo llevaba la prenda interior de abajo. Estaba medio destapada y a la luz de la luna que se adentraba por la ventana en un cielo ya despejado, me quedé admirando su perfección, anonadado y abrumado por la excitación que volvía a conmover mi sexo a la vez que extrañado y aburrido de no aprender la lección. Pero era tan sumamente agraciada que no le podía sacar la vista de encima. Todavía sentía el contacto cálido de Magda; sus manos acariciando mi pecho, sus labios besando los míos, su lengua en mi boca… aún me sentía dentro de ella.
Reaccioné de pronto y experimenté el temor de que Laura pudiera percatarse del aroma de otra mujer en mis ropas e incluso en mi piel, de modo que me apresuré en darme una ducha en el baño de la planta baja y dejar las prendas en el cubo de la ropa sucia para que a la mañana siguiente, Sonia las pusiera a lavar.
Finalmente me metí en la cama y miré largo rato a mi esposa: en su sueño se la veía tan feliz y despreocupada con una expresión calmosa y quieta… sentí lástima y arrepentimiento por lo que había hecho y, en silencio, le pedí disculpas aunque era muy sensato y sabía que no iba a ser la primera y última vez. Magda estaría a mi lado dos días después y al siguiente y al otro y así no lograría olvidar lo sucedido y volveríamos a tropezar de nuevo y pese a que en aquellos instantes no me sentía especialmente orgulloso a la vez era consciente de que a la que Laura se mostrara opresora y cruel conmigo, ya no me importaría haber caído en la tentación. Ella también vivía sus historias. No obstante, sí que había una persona en nuestras vidas a la que debíamos pedir perdón; y esa era Julia.
Es una niña muy afectuosa: supongo que no puedo evitar mi amor de padre hacia ella de manera que debo decir que es un encanto de criatura; a parte de que es guapísima y de que tiene una inteligencia y una madurez visiblemente despiertas para su edad, es receptiva y sensible: esto último, un defecto teniendo en cuenta la triste vida familiar que le ha tocado aceptar tanto a gusto como a disgusto. Sí es verdad que, pese a todo, su madre y yo siempre hemos intentado darle el apoyo y el cariño que cualquier hijo necesita pero, al menos yo por mi parte, me siento frustrado por no haberle evitado algunas trifulcas: unas cuantas han sido demasiado fuertes para ella y después de que Laura me hubiese rebajado al nivel del suelo, corría hacia su cuarto donde hallaba a Julia tirada en la cama llorando bajo la almohada. Laura tiene por costumbre salir de casa cuando se descarga conmigo; dejarnos a su hija y a mí y volver al cabo de un par de horas en las que nunca he tenido ni idea de lo que hacía; imagino que pensar y darle vueltas a su cabeza maltrecha y fatigada mientras se pasea por el pueblo; a veces va caminando y otras coge el coche, lo cual me hace sufrir ya que temo que el día menos pensado se estrelle en un ataque de furia; y, en los peores de mis lapsos también he llegado a pensar que para mí, sería lo mejor.
Recuerdo un día en el que Laura se enfadó porque había hablado por teléfono con Mónica, una buena amiga suya de la facultad y había quedado para comer con ella y con su marido sin su consentimiento ni opinión. Pensé que la idea le encantaría pero una vez más, me equivoqué; su mente es tan peligrosa que uno no puede ni permitirse el lujo de decidir algo tan sencillo sin previo aviso. Montó en una cólera tan extrema que incluso Julia bajó consternada, excitada y chillando y con un mar de lágrimas en los ojos le gritó que se callara y que me dejara en paz. Y Laura obedeció: la miró con angustia, después me miró a mí con desdén y se marchó.
Me quedé frente a mi hija que no sabía cómo actuar; en realidad yo tampoco encontraba las palabras justas para tranquilizarla. Doy gracias una y otra vez de que ella no acostumbre por norma a encontrarse en medio de los huracanes. Aquel día no tuvo tanta suerte.
Volvió a subir las escaleras y cerró la puerta con un gran estruendo. Tras ella, subí yo. Estaba en la cama, tendida boca abajo, sollozando:
-Julia, mi vida…
-Déjame- me cortó en voz baja. No entendí. Me quedé allí, mirándola desesperado. Ella se giró hacia mí- ¿Por qué dejas que mamá te haga ésto? ¿por qué permites que te trate así? La detesto!!.
-Julia, no… mamá está enferma; no actúa así por placer: necesita ayuda pero no se da cuenta.
-¿Y éso es excusa para hablarte del modo en que lo hace, para gritarte? Pues no lo acepto- volvió a sollozar. Me acerqué a su cama y me senté junto a ella. Le acaricié el cabello tan rubio como yo sabía que Laura lo había tenido a su misma edad.
-Cariño, no estoy diciendo que sea excusable por ello pero debemos mirar de ayudarla en lo máximo posible.
-¿Y cómo la ayudas tú, papá? ¿dejándote pisotear por ella?... ¿y yo: cómo debo ayudarla, eh? ¿cómo?- realmente no sabía qué decir; igual que cada vez que sufría el menosprecio de mi mujer, era tan vulnerable que después, durante largo rato, estaba ausente; falto de reflejos y de perspicacia- Ésto no le pasa a ninguna de mis amigas. Los padres de Marta se llevan muy bien: se nota porque constantemente se sonríen y se besan. Mamá y tú nunca os abrazáis; siempre estáis distanciados: cada uno a la suya… estoy harta!- tenía tanta razón y lo decía con tanta tristeza y convicción que me vinieron ganas de echarme a llorar con ella. Sin embargo, respondí.
-Mira, Julia; cada hogar es un universo; desde fuera nos puede parecer que los demás viven en una nube pero en su interior existen tantos o más problemas de los que podamos tener nosotros- me sentí asquerosamente hipócrita.
-Me da lo mismo. No quiero que mamá siga maltratándote.
-No me maltrata… es sólo que se pone algo nerviosa y yo soy su válvula de escape. Trabajamos muchas horas y acumulamos tensiones: ya ves que no tenemos demasiado tiempo libre y coincidimos muy poco… tampoco a tí te dedicamos lo necesario.
-Pero ella a mí no me alza la voz ni me insulta…
-Claro que no! Julia, tu madre te quiere muchísimo. Jamás se atrevería a hacerte daño.
-Pues si te lo hace a tí es como si me lo hiciera a mí misma; eres mi padre- su elocuencia me dejó desarmado. Abrí los brazos y se acurrucó entre ellos. Lloró largo rato…
dimecres, 27 de juliol del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
Recuerdo que nos acostamos por primera vez, un martes. Fue un día de duro trabajo. Nos quedamos en la clínica hasta las once de la noche. Habíamos tenido más pacientes de los estipulados y además a última hora se me había presentado una urgencia; un hombre de mediana edad había entrado con paro cardíaco. Tuve pues que retrasar un cúmulo de expedientes y a más a más a la mañana siguiente partía hacia Bruselas y debía acabar de preparar la conferencia. Efectivamente, podría haber dejado mi última tasca para cuando llegara a casa pero me sentía más relajado en mi despacho, a la luz de la lámpara alógena y alejado de lo inesperado.
Magda todavía se paseaba por allí y de vez en cuando entraba en la consulta para guardar fichas en el archivador y preguntarme si requería de su ayuda. Estaba especialmente hermosa; o por lo menos a mí me lo pareció. Yo, había telefoneado a Laura para avisarla de mi demora; no se inmutó: es cierto que los dos estamos más que acostumbrados a los retrasos y a las largas noches en el hospital o en la consulta privada por saturación de faena. Una vez más, entró Magda con su tímida sonrisa:
-¿Cómo vamos? ¿has finalizado la charla de mañana?.
-Sí…- me levanté y me quité la bata blanca, colgándola en la percha de la puerta y cogiendo la chaqueta de vestir- Uf! Menuda tardecita, eh!
-Y que lo digas… menos mal que estamos preparados para todo- me miró cariñosamente- ¿Sabes la señora Rosario: a la que pusimos un marcapasos el mes pasado?- asentí descuidadamente, recogiendo la carpeta de encima de la mesa y guardando algunos papeles en mi cartera. Puse el dedo en el interruptor de la lámpara y entonces miré a Magda con interés, esperando a que me explicara- Pues resulta que me ha llamado esta tarde hacia las siete para decirme que no se encuentra bien; que le duele la zona donde le implantaste el aparato y me preguntaba si no era posible que se lo hubieras colocado mal- rió, mostrando sus grandes dientes. También sonreí.
-Bueno… puede que se le haya infectado un poco. ¿Le has dicho que se pase por la clínica?.
-Sí; la he citado para el jueves aunque esta semana la tenemos hasta los topes- levanté la mirada hacia el techo, cómicamente- No te quejes… ya querrían muchos vivir como tú.
-¿Ah, sí? ¿y cómo vivo yo?- mientras esperaba su respuesta, apagué la luz y le cedí el paso, señalando con una mano hacia fuera.
-Pues… ¿cómo te diría, doctor?... digamos que llevas un muy buen nivel de vida.
-Ah…- asentí con la cabeza de nuevo, lentamente y arqueando las cejas en un gesto simpático, añadí- vaya; que soy un maldito médico millonario ¿no?.
-Millonario, sí… maldito, no.
Caminamos juntos, despacio, cruzando la oscura sala de espera tan sólo asomando en ella las luces de emergencia y pasamos por delante de recepción hasta la puerta de salida de la clínica; seguimos bromeando acerca de mi estatus social. Cuando salimos a la calle, un fuerte viento frío nos abofeteó a los dos: en ese preciso instante cayó un rayo seguido de un fuerte trueno que casi pareció sacudir los bloques de pisos que circundaban la gran avenida donde se encontraba nuestro edificio.
-Caramba, qué tormenta se nos viene encima- empezaron a caer pequeñas gotas de agua que aumentaron rápida y progresivamente de tamaño. Miré a Magda que, refugiada en su grueso anorak gris, alzaba la vista al cielo para asegurarse de que la lluvia caía de él. Sentí un súbito impulso de besarla. Como intuyendo mi mirada, bajó los ojos hacia mí y ensanchó los labios en una sonrisa.
-Qué mala pata tengo. Ayer traje paraguas y no cayó ni una gota y hoy, he salido de casa pensando que no me sería necesario con el sol espléndido de la mañana y ahora el tiempo se decide a empeorar.
-Será que te tiene manía…
-Pues va a ser que sí – arrugó la nariz, simpáticamente.
-Bueno: mientras se decide a caer una tromba de agua, te invito a cenar y luego te acerco hasta casa con el coche.
-No me negaré…- de nuevo su hermosa sonrisa provocó en mi cuerpo una excitación que me sorprendió agradablemente.
Cenamos en un bar-restaurante que teníamos justo enfrente de la clínica. Era pequeño pero acogedor y yo lo conocía sobradamente de tomarme un respiro y un café cada tarde cuando llegaba del Agora, antes de continuar con la sesión en la privada.
La comida era buena y los platos bastante abundantes; nos lo dejamos casi todo, más por cansancio que por falta de apetito. Estuvimos hablando sobre el hospital, sobre pacientes, sobre algunos de nuestros compañeros y hacia el final cuando tomábamos el café, la conversación se volvió algo más personal. Magda se quedó callada un rato y le pregunté en qué pensaba:
-En nada… - me miró tímidamente y bajó sus ojos castaños hacia la taza.
-Vamos… siempre hay algo en lo que pensar… no eres una mujer de mente en blanco.
-¿No soy una mujer de mente en blanco?- rió – Original manera de describir un rasgo de mi persona.
-Es positivo…
-Desde luego.
-Venga, dime qué pensabas.
-Es que no resulta fácil decirlo, Jorge…
-¿Ah, no? ¿y eso por qué? ¿es que estás preocupada por algo? Sabes que puedes confiar en mí: hace años que nos conocemos…
-Muchos años… demasiados…
-¿Demasiados? ¿qué quieres decir; es que estás harta de mí? Te trato bien ¿no?- de pronto me sentí como un horrible empresario explotando a su obrera.
-Claro que sí, tonto… no es éso…
-¿Entonces? ¿por dónde van los tiros? Ya sabes que soy un poco lento para captar ciertas cosas.
-Ya… está claro que vives en otro mundo: por muchas señales de humo que se te hagan a lo lejos, no coges ni una- levantó la mirada y noté un brillo extraño en ella- ¿No te das cuenta, verdad?- negué con la cabeza intentando no perder detalle de nada de lo que pudiera decirme- Aix…- suspiró jocosamente- ¿Soy como todas, no?
-¿Como todas? ¿Como quiénes?
-Déjalo, anda… - se quedó seria y me pareció que se sonrojaba. Entendía perfectamente a lo que se refería, claro.
Crucé los brazos encima de la mesa y clavé mis ojos grises en su avergonzado rostro:
-¿Quieres decir si me fijo en tí como en otras mujeres? Pues la respuesta es que no: te veo de un modo especial.
-Claro… como tu ayudante primera; sólo como una de tus colaboradoras que tiene un cargo “algo” más relevante que otras.
Sin quitar mi mirada de ella, entrecerré los ojos:
-Te equivocas; lo que siento por tí no tiene nada que ver con tu trabajo ni con tu cargo.
Sonreí levemente aunque en mi interior se agrandó la sonrisa cuando vi su cara resplandeciente de cierta ilusión.
-Hace tanto tiempo que me gustas; tanto que lo vengo callando… me estaba volviendo loca. Jorge, me siento mal; sé que estás con Laura, que tenéis una hija y que todo ésto está fuera de lugar pero ya no podía reprimirme. Lo paso tan mal cuando estamos juntos y sé que no me perteneces a mí; que por más que mi cuerpo me lo pida, no puedo besarte, acariciarte…- de nuevo bajó la mirada, entonces yo alargué mi mano por encima de la mesa y cogí la suya: grande y fuerte para pertenecer a una mujer; seguí mirándola durante unos segundos.
-Los sentimientos no pueden reprimirse, Magda. No te sientas culpable de nada. Pasamos muchas horas unidos. Yo también me dejo llevar e igualmente debo controlarme. Eres una mujer preciosa- al escuchar mis palabras, parpadeó repetidamente, me lanzó una mirada cohibida y la desvió hacia la mesa de al lado donde empezaba a cenar una pareja que cuchicheaba y reía de vez en cuando. Por supuesto, no les prestaba atención a ellos- No creas que me resulta sencillo apartar mi pensamiento de tí cuando estamos en medio de una intervención y te tengo al lado: ni cuando entras y sales del despacho mientras tengo visitas, aquí en la clínica… trastornas a cualquier hombre- volví a encontrarme con su castaño oscuro en mis pupilas y asentí para dar fiabilidad a lo que le decía.
-Entonces… ¿qué debemos hacer, doctor Manlleu?- estaba tan atractiva justo en aquel momento, con su corto y rizado cabello negro azabache, insinuando un largo cuello, cubierto por un jersey alto de color anaranjado y a la luz de la vela que dejaban en cada mesa para ofrecer un aire más romántico al local, que entonces sí tuve que hacer un verdadero esfuerzo por no desatarme allí mismo. Me asombré por los impulsos que me empezaban a abrasar el cuerpo y que sentí por primera vez hacia ella de un modo casi salvaje pero también los atribuí al vino que habíamos tomado y que había caído en nuestros estómagos demasiado vacíos. Me dejé arrastrar por el deseo irrefrenable.
-¿Preferirías que fuéramos a otro lugar antes de que te lleve a casa?
-¿Tú qué crees?
Así que la llevé a uno de los mejores hoteles que conocía de las convenciones sobre cardiología que se habían celebrado en la ciudad y allí pasamos dos largas horas durante las que me alegré de conocer su bellísimo cuerpo y con las que disfruté de él. En aquella primera ocasión, apenas hablamos; teníamos la lívido tan subida que tan sólo nos dedicamos a gozar del placer.
Magda todavía se paseaba por allí y de vez en cuando entraba en la consulta para guardar fichas en el archivador y preguntarme si requería de su ayuda. Estaba especialmente hermosa; o por lo menos a mí me lo pareció. Yo, había telefoneado a Laura para avisarla de mi demora; no se inmutó: es cierto que los dos estamos más que acostumbrados a los retrasos y a las largas noches en el hospital o en la consulta privada por saturación de faena. Una vez más, entró Magda con su tímida sonrisa:
-¿Cómo vamos? ¿has finalizado la charla de mañana?.
-Sí…- me levanté y me quité la bata blanca, colgándola en la percha de la puerta y cogiendo la chaqueta de vestir- Uf! Menuda tardecita, eh!
-Y que lo digas… menos mal que estamos preparados para todo- me miró cariñosamente- ¿Sabes la señora Rosario: a la que pusimos un marcapasos el mes pasado?- asentí descuidadamente, recogiendo la carpeta de encima de la mesa y guardando algunos papeles en mi cartera. Puse el dedo en el interruptor de la lámpara y entonces miré a Magda con interés, esperando a que me explicara- Pues resulta que me ha llamado esta tarde hacia las siete para decirme que no se encuentra bien; que le duele la zona donde le implantaste el aparato y me preguntaba si no era posible que se lo hubieras colocado mal- rió, mostrando sus grandes dientes. También sonreí.
-Bueno… puede que se le haya infectado un poco. ¿Le has dicho que se pase por la clínica?.
-Sí; la he citado para el jueves aunque esta semana la tenemos hasta los topes- levanté la mirada hacia el techo, cómicamente- No te quejes… ya querrían muchos vivir como tú.
-¿Ah, sí? ¿y cómo vivo yo?- mientras esperaba su respuesta, apagué la luz y le cedí el paso, señalando con una mano hacia fuera.
-Pues… ¿cómo te diría, doctor?... digamos que llevas un muy buen nivel de vida.
-Ah…- asentí con la cabeza de nuevo, lentamente y arqueando las cejas en un gesto simpático, añadí- vaya; que soy un maldito médico millonario ¿no?.
-Millonario, sí… maldito, no.
Caminamos juntos, despacio, cruzando la oscura sala de espera tan sólo asomando en ella las luces de emergencia y pasamos por delante de recepción hasta la puerta de salida de la clínica; seguimos bromeando acerca de mi estatus social. Cuando salimos a la calle, un fuerte viento frío nos abofeteó a los dos: en ese preciso instante cayó un rayo seguido de un fuerte trueno que casi pareció sacudir los bloques de pisos que circundaban la gran avenida donde se encontraba nuestro edificio.
-Caramba, qué tormenta se nos viene encima- empezaron a caer pequeñas gotas de agua que aumentaron rápida y progresivamente de tamaño. Miré a Magda que, refugiada en su grueso anorak gris, alzaba la vista al cielo para asegurarse de que la lluvia caía de él. Sentí un súbito impulso de besarla. Como intuyendo mi mirada, bajó los ojos hacia mí y ensanchó los labios en una sonrisa.
-Qué mala pata tengo. Ayer traje paraguas y no cayó ni una gota y hoy, he salido de casa pensando que no me sería necesario con el sol espléndido de la mañana y ahora el tiempo se decide a empeorar.
-Será que te tiene manía…
-Pues va a ser que sí – arrugó la nariz, simpáticamente.
-Bueno: mientras se decide a caer una tromba de agua, te invito a cenar y luego te acerco hasta casa con el coche.
-No me negaré…- de nuevo su hermosa sonrisa provocó en mi cuerpo una excitación que me sorprendió agradablemente.
Cenamos en un bar-restaurante que teníamos justo enfrente de la clínica. Era pequeño pero acogedor y yo lo conocía sobradamente de tomarme un respiro y un café cada tarde cuando llegaba del Agora, antes de continuar con la sesión en la privada.
La comida era buena y los platos bastante abundantes; nos lo dejamos casi todo, más por cansancio que por falta de apetito. Estuvimos hablando sobre el hospital, sobre pacientes, sobre algunos de nuestros compañeros y hacia el final cuando tomábamos el café, la conversación se volvió algo más personal. Magda se quedó callada un rato y le pregunté en qué pensaba:
-En nada… - me miró tímidamente y bajó sus ojos castaños hacia la taza.
-Vamos… siempre hay algo en lo que pensar… no eres una mujer de mente en blanco.
-¿No soy una mujer de mente en blanco?- rió – Original manera de describir un rasgo de mi persona.
-Es positivo…
-Desde luego.
-Venga, dime qué pensabas.
-Es que no resulta fácil decirlo, Jorge…
-¿Ah, no? ¿y eso por qué? ¿es que estás preocupada por algo? Sabes que puedes confiar en mí: hace años que nos conocemos…
-Muchos años… demasiados…
-¿Demasiados? ¿qué quieres decir; es que estás harta de mí? Te trato bien ¿no?- de pronto me sentí como un horrible empresario explotando a su obrera.
-Claro que sí, tonto… no es éso…
-¿Entonces? ¿por dónde van los tiros? Ya sabes que soy un poco lento para captar ciertas cosas.
-Ya… está claro que vives en otro mundo: por muchas señales de humo que se te hagan a lo lejos, no coges ni una- levantó la mirada y noté un brillo extraño en ella- ¿No te das cuenta, verdad?- negué con la cabeza intentando no perder detalle de nada de lo que pudiera decirme- Aix…- suspiró jocosamente- ¿Soy como todas, no?
-¿Como todas? ¿Como quiénes?
-Déjalo, anda… - se quedó seria y me pareció que se sonrojaba. Entendía perfectamente a lo que se refería, claro.
Crucé los brazos encima de la mesa y clavé mis ojos grises en su avergonzado rostro:
-¿Quieres decir si me fijo en tí como en otras mujeres? Pues la respuesta es que no: te veo de un modo especial.
-Claro… como tu ayudante primera; sólo como una de tus colaboradoras que tiene un cargo “algo” más relevante que otras.
Sin quitar mi mirada de ella, entrecerré los ojos:
-Te equivocas; lo que siento por tí no tiene nada que ver con tu trabajo ni con tu cargo.
Sonreí levemente aunque en mi interior se agrandó la sonrisa cuando vi su cara resplandeciente de cierta ilusión.
-Hace tanto tiempo que me gustas; tanto que lo vengo callando… me estaba volviendo loca. Jorge, me siento mal; sé que estás con Laura, que tenéis una hija y que todo ésto está fuera de lugar pero ya no podía reprimirme. Lo paso tan mal cuando estamos juntos y sé que no me perteneces a mí; que por más que mi cuerpo me lo pida, no puedo besarte, acariciarte…- de nuevo bajó la mirada, entonces yo alargué mi mano por encima de la mesa y cogí la suya: grande y fuerte para pertenecer a una mujer; seguí mirándola durante unos segundos.
-Los sentimientos no pueden reprimirse, Magda. No te sientas culpable de nada. Pasamos muchas horas unidos. Yo también me dejo llevar e igualmente debo controlarme. Eres una mujer preciosa- al escuchar mis palabras, parpadeó repetidamente, me lanzó una mirada cohibida y la desvió hacia la mesa de al lado donde empezaba a cenar una pareja que cuchicheaba y reía de vez en cuando. Por supuesto, no les prestaba atención a ellos- No creas que me resulta sencillo apartar mi pensamiento de tí cuando estamos en medio de una intervención y te tengo al lado: ni cuando entras y sales del despacho mientras tengo visitas, aquí en la clínica… trastornas a cualquier hombre- volví a encontrarme con su castaño oscuro en mis pupilas y asentí para dar fiabilidad a lo que le decía.
-Entonces… ¿qué debemos hacer, doctor Manlleu?- estaba tan atractiva justo en aquel momento, con su corto y rizado cabello negro azabache, insinuando un largo cuello, cubierto por un jersey alto de color anaranjado y a la luz de la vela que dejaban en cada mesa para ofrecer un aire más romántico al local, que entonces sí tuve que hacer un verdadero esfuerzo por no desatarme allí mismo. Me asombré por los impulsos que me empezaban a abrasar el cuerpo y que sentí por primera vez hacia ella de un modo casi salvaje pero también los atribuí al vino que habíamos tomado y que había caído en nuestros estómagos demasiado vacíos. Me dejé arrastrar por el deseo irrefrenable.
-¿Preferirías que fuéramos a otro lugar antes de que te lleve a casa?
-¿Tú qué crees?
Así que la llevé a uno de los mejores hoteles que conocía de las convenciones sobre cardiología que se habían celebrado en la ciudad y allí pasamos dos largas horas durante las que me alegré de conocer su bellísimo cuerpo y con las que disfruté de él. En aquella primera ocasión, apenas hablamos; teníamos la lívido tan subida que tan sólo nos dedicamos a gozar del placer.
dimarts, 19 de juliol del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
Ahora, mientras escribo estas líneas y recuerdo aquel día, siento compasión de mí mismo; la sentí entonces pero realmente no te das cuenta de las cosas hasta que no pasa el tiempo y miras hacia atrás para cerciorarte de que verdaderamente ocurrieron y para preguntarte por qué permitiste que así fuera, en contra de tu voluntad. Dicen que el amor no tiene fronteras y debería ser cierto porque sino, no encuentro respuesta a mi obediencia y a mi carácter sumiso después de tanto odio y despotismo recibido a cambio. Es ridículo, me he repetido una y mil veces a lo largo de mi vida junto a Laura, que un hombre de mis características y con mi cargo de responsabilidad, se reduzca a tan poco en su mundo personal y familiar; pero he ido asumiendo que, quizás como muchos, soy dos personas diferentes encerradas en un mismo cuerpo: el Jorge atrevido, inteligente, receptivo, práctico, eficiente y respetado en su vida laboral y el Jorge introvertido, débil, vulnerable, febril y entregado en su vida particular. Es de este modo y no puedo evitarlo.
El hecho es que, actualmente y desde hace largos meses, sí mantengo una relación con Magda; si volviéramos a discutir Laura y yo, podría darle la razón al cien por ciento y puede que su estallido de histrionismo estuviera completamente justificado.
Con esta mujer me siento a gusto: cuando estamos juntos en nuestras salidas clandestinas después de dejar la clínica o bien cuando aprovechamos una simple hora de comida y nos encontramos en un hotel, estoy abierto y relajado. Charlamos animadamente; a veces del trabajo y en muchas ocasiones, de ella; de sus conflictos; pero en general es una persona muy optimista. Yo, procuro hablar lo mínimo acerca de mí y aunque me pregunta e intenta averiguar de mi pasado y de mi cotidianidad, casi siempre me mantengo huraño al respecto y desiste rápidamente como si intuyera que pisa terreno ajeno.
Hacemos el amor lenta y apasionadamente. Nunca una queja, jamás una recriminación. Ella es libre pero sabe que yo no… y seguramente es consciente, por mucho que le cueste admitirlo, de que estoy enamorado de mi esposa.
Creo que fue Magda la que dio el primer paso. Cuatro años después de mi supuesta relación con ella y tras un largo tiempo de nuestro café de consuelo cuando aquel día la hallé llorando, empezó a mostrarse más cercana; sí que me di cuenta claramente entonces, de que se arreglaba mucho; es una mujer de una belleza un tanto exótica y sabía maquillar perfectamente sus rasgos más destacados: los labios, de una sensualidad que no me pasó desapercibida en su momento: qué hombre no está despierto al sexo por muy saturado que se encuentre o por más nefasta que sea su vida… la tendencia no nos abandona.
El hecho es que, actualmente y desde hace largos meses, sí mantengo una relación con Magda; si volviéramos a discutir Laura y yo, podría darle la razón al cien por ciento y puede que su estallido de histrionismo estuviera completamente justificado.
Con esta mujer me siento a gusto: cuando estamos juntos en nuestras salidas clandestinas después de dejar la clínica o bien cuando aprovechamos una simple hora de comida y nos encontramos en un hotel, estoy abierto y relajado. Charlamos animadamente; a veces del trabajo y en muchas ocasiones, de ella; de sus conflictos; pero en general es una persona muy optimista. Yo, procuro hablar lo mínimo acerca de mí y aunque me pregunta e intenta averiguar de mi pasado y de mi cotidianidad, casi siempre me mantengo huraño al respecto y desiste rápidamente como si intuyera que pisa terreno ajeno.
Hacemos el amor lenta y apasionadamente. Nunca una queja, jamás una recriminación. Ella es libre pero sabe que yo no… y seguramente es consciente, por mucho que le cueste admitirlo, de que estoy enamorado de mi esposa.
Creo que fue Magda la que dio el primer paso. Cuatro años después de mi supuesta relación con ella y tras un largo tiempo de nuestro café de consuelo cuando aquel día la hallé llorando, empezó a mostrarse más cercana; sí que me di cuenta claramente entonces, de que se arreglaba mucho; es una mujer de una belleza un tanto exótica y sabía maquillar perfectamente sus rasgos más destacados: los labios, de una sensualidad que no me pasó desapercibida en su momento: qué hombre no está despierto al sexo por muy saturado que se encuentre o por más nefasta que sea su vida… la tendencia no nos abandona.
dilluns, 16 de maig del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
No sé cuánto rato debí quedarme de pie, en absoluto desconcierto psíquico. Era todo tan surrealista… Laura había enloquecido por algo que no tenía nada que ver con la realidad. En aquel instante, me prometí pillar al hijo de puta que hubiera corrido la voz de un falso idilio entre Magda y yo y arrancarle las entrañas; aunque se tratara de una mujer, lo más probable; alguna de sus, también enfermeras confidentes. Tras esos minutos que transcurrieron, me dirigí a la cocina como un muerto viviente, cogí la fregona, la escoba y el recogedor y me dediqué a limpiar el estropicio del jarrón. Sonreí imbécilmente; era el segundo que recogía del suelo; el anterior no había volado hacia la pared pasando junto a mi cabeza pero también había sido hecho añicos contra el suelo en otro de sus arranques… no recordaba ni el motivo.
Cuando acabé de ordenar, me senté en el mismo sillón de orejas donde Laura, cogí el vaso caído y me quedé en blanco casi toda la noche. Desde la una de la madrugada hasta las seis y media de la mañana cuando con los ojos secos y una terrible migraña, decidí que debía asearme para dirigirme al hospital. Un día más… un día menos.
Tuve que subir a mi habitación a por ropa limpia. Cuando entré, la encontré de pie junto al espejo con marco de madera de Elliotis que tenemos frente a la cama. Se estaba mirando con detenimiento en él, repasando su cuerpo entero y en cuanto me vio, dio media vuelta y entró en el lavabo. Yo me dirigí al armario empotrado y saqué de él un pantalón de traje, marrón oscuro, una camisa de popelina, de manga larga, marrón claro y mis zapatos de Taillissime. Luego hurgué en el cajón de la ropa interior y cuando hallé la pertinente, desaparecí lo más rápido posible.
Me duché y me afeité en el lavabo de la planta baja… no podía soportar la presencia de Laura a mi lado; no hubiera podido, bajo ningún concepto, aguantarle la mirada más de un segundo.
Normalmente, pese a que cada uno tiene su horario y, por lo tanto, debemos coger los dos coches, acostumbramos a marchar juntos puesto que al fin y al cabo trabajamos en las mismas instalaciones durante parte del día. Aquella mañana, en cambio, ella se fue antes que yo, mientras me tomaba una taza de café en la cocina.
Cuando cogí mi maletín de piel oscura y pasé por delante del recibidor, antes de abrir la puerta me detuve ante el espejo de dos metros dos de alto y esta vez, me observé yo mismo; tenía el semblante de una tonalidad olivácea, la propia de un cutis moreno en la estación de otoño: mis facciones se me antojaron más chupadas de lo habitual y bajo mis ojos, adormilados y agotadísimos, se dibujaban unas enormes ojeras grisáceas que daban a mi rostro un aspecto realmente horrible. Casi al marcharme reparé en una pequeña nota encima del mueble; evidentemente la había dejado Laura antes de irse. Decía, con su pulcra y redondeada letra: “Recuerda que Julia sale a las siete de danza”. Era miércoles, la única tarde a la semana a parte del viernes que, por entonces y de vez en cuando, tenía libre a partir de las seis. Ahora acostumbro a trabajar hasta las nueve de la noche, de lunes a jueves.
Supongo que, lógicamente por mi estado anímico, aquella jornada me resultó mucho más dura que de costumbre; se me presentaron dos casos de ablación ( esta intervención tiene como finalidad el solventar algún tipo de arritmias cardíacas provocadas en ese caso, por fibrilación auricular: se introduce un catéter por la ingle del paciente, en la vena izquierda del corazón y se accede a través de la punción del septo a la misma aurícula izquierda, aplicándose una serie de descargas de energía por radiofrecuencia destinadas a modificar los circuitos eléctricos que provocan las alteraciones ): evidentemente me encanta mi trabajo y más cuando éste se relaciona con mis investigaciones y las de mi equipo, acerca de pequeñas mutaciones en las afecciones cardiacas; más concretamente en el marco de la arritmia que es mi especialidad. También me encontré con un marcapasos y tuve que reanimar a una mujer de sesenta años que estaba a cargo del Dr. Bolós a la espera de un by-pass que justo sufrió un desvanecimiento cuando pasaba por delante de su habitación.
Fue una mañana de acentuadas carreras de la séptima planta, donde yo suelo trabajar, a la tercera, donde tenemos los equipos, cada vez más sofisticados. La ciencia y su tecnología avanzan a pasos agigantados y en la medicina los progresos son asombrosos en la mayoría de los campos.
Cuando entré en el vestuario para cambiarme la ropa de calle por la indumentaria verde del hospital, me encontré con mis compañeros, algunos de los cuales habían venido a la cena la noche anterior y al verme, hicieron bromas sobre mi aspecto:
-Dr. Manlleu ¿dónde estuvo usted anoche? Menuda cara nos trae… Se ve que uno ya no sabe mantener el tipo después de una cena informal… ¿o es que ha trasnochado?... bueno, éso ya no es asunto nuestro… pero que sepa que esas ojeras le delatan…
Todos rieron la gracia y yo tuve que sonreír para no evidenciar la enorme frustración que pesaba sobre mí. Al fin y al cabo, era mejor imaginar que mi mala cara era producto de una larga noche de lujuria y no de jarrones estrellados.
Cuando salieron de la sala, me quedé sentado sobre el banco, junto a la taquilla, con los codos encima de las rodillas. Oculté la cara entre mis manos y lloré amargamente, deseando que no entrara nadie en aquel momento.
Cuando acabé de ordenar, me senté en el mismo sillón de orejas donde Laura, cogí el vaso caído y me quedé en blanco casi toda la noche. Desde la una de la madrugada hasta las seis y media de la mañana cuando con los ojos secos y una terrible migraña, decidí que debía asearme para dirigirme al hospital. Un día más… un día menos.
Tuve que subir a mi habitación a por ropa limpia. Cuando entré, la encontré de pie junto al espejo con marco de madera de Elliotis que tenemos frente a la cama. Se estaba mirando con detenimiento en él, repasando su cuerpo entero y en cuanto me vio, dio media vuelta y entró en el lavabo. Yo me dirigí al armario empotrado y saqué de él un pantalón de traje, marrón oscuro, una camisa de popelina, de manga larga, marrón claro y mis zapatos de Taillissime. Luego hurgué en el cajón de la ropa interior y cuando hallé la pertinente, desaparecí lo más rápido posible.
Me duché y me afeité en el lavabo de la planta baja… no podía soportar la presencia de Laura a mi lado; no hubiera podido, bajo ningún concepto, aguantarle la mirada más de un segundo.
Normalmente, pese a que cada uno tiene su horario y, por lo tanto, debemos coger los dos coches, acostumbramos a marchar juntos puesto que al fin y al cabo trabajamos en las mismas instalaciones durante parte del día. Aquella mañana, en cambio, ella se fue antes que yo, mientras me tomaba una taza de café en la cocina.
Cuando cogí mi maletín de piel oscura y pasé por delante del recibidor, antes de abrir la puerta me detuve ante el espejo de dos metros dos de alto y esta vez, me observé yo mismo; tenía el semblante de una tonalidad olivácea, la propia de un cutis moreno en la estación de otoño: mis facciones se me antojaron más chupadas de lo habitual y bajo mis ojos, adormilados y agotadísimos, se dibujaban unas enormes ojeras grisáceas que daban a mi rostro un aspecto realmente horrible. Casi al marcharme reparé en una pequeña nota encima del mueble; evidentemente la había dejado Laura antes de irse. Decía, con su pulcra y redondeada letra: “Recuerda que Julia sale a las siete de danza”. Era miércoles, la única tarde a la semana a parte del viernes que, por entonces y de vez en cuando, tenía libre a partir de las seis. Ahora acostumbro a trabajar hasta las nueve de la noche, de lunes a jueves.
Supongo que, lógicamente por mi estado anímico, aquella jornada me resultó mucho más dura que de costumbre; se me presentaron dos casos de ablación ( esta intervención tiene como finalidad el solventar algún tipo de arritmias cardíacas provocadas en ese caso, por fibrilación auricular: se introduce un catéter por la ingle del paciente, en la vena izquierda del corazón y se accede a través de la punción del septo a la misma aurícula izquierda, aplicándose una serie de descargas de energía por radiofrecuencia destinadas a modificar los circuitos eléctricos que provocan las alteraciones ): evidentemente me encanta mi trabajo y más cuando éste se relaciona con mis investigaciones y las de mi equipo, acerca de pequeñas mutaciones en las afecciones cardiacas; más concretamente en el marco de la arritmia que es mi especialidad. También me encontré con un marcapasos y tuve que reanimar a una mujer de sesenta años que estaba a cargo del Dr. Bolós a la espera de un by-pass que justo sufrió un desvanecimiento cuando pasaba por delante de su habitación.
Fue una mañana de acentuadas carreras de la séptima planta, donde yo suelo trabajar, a la tercera, donde tenemos los equipos, cada vez más sofisticados. La ciencia y su tecnología avanzan a pasos agigantados y en la medicina los progresos son asombrosos en la mayoría de los campos.
Cuando entré en el vestuario para cambiarme la ropa de calle por la indumentaria verde del hospital, me encontré con mis compañeros, algunos de los cuales habían venido a la cena la noche anterior y al verme, hicieron bromas sobre mi aspecto:
-Dr. Manlleu ¿dónde estuvo usted anoche? Menuda cara nos trae… Se ve que uno ya no sabe mantener el tipo después de una cena informal… ¿o es que ha trasnochado?... bueno, éso ya no es asunto nuestro… pero que sepa que esas ojeras le delatan…
Todos rieron la gracia y yo tuve que sonreír para no evidenciar la enorme frustración que pesaba sobre mí. Al fin y al cabo, era mejor imaginar que mi mala cara era producto de una larga noche de lujuria y no de jarrones estrellados.
Cuando salieron de la sala, me quedé sentado sobre el banco, junto a la taquilla, con los codos encima de las rodillas. Oculté la cara entre mis manos y lloré amargamente, deseando que no entrara nadie en aquel momento.
dijous, 28 d’abril del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
Mi mirada aterrizó sobre la extensa alfombra de Crevillente de lana de color beige que descansaba bajo el peso del sofá y del sillón donde estaba Laura. Había penumbra en la sala; tan sólo alumbraba parte de ésta el pie rústico del salón, marrón óxido a un extremo del comedor, al lado del mueble. En las paredes color crema, se vislumbraban las sombras de algunos pequeños cuadros paisajísticos y de un bodegón colgado en la pared frente a la puerta. Quedé meditativo unos segundos y cuando ella se volvió hacia delante, yo aproveché para bajar la persiana y correr la cortina de estilo Nikei, color crudo que abarca casi toda la anchura del comedor. Escuché un leve suspiro y enseguida oí su voz:
-Así… ¿no piensas explicarme qué tipo de relación mantienes con Magda?.
-Laura, cariño ¿qué tipo de relación supones que mantengo con ella?. Es una buena compañera; hace años que trabajamos juntos, lo sabes desde siempre. Nos llevamos bien… no es más que éso.
-¿Me tomas por estúpida, verdad?- giró la cara y alzó la mirada hacia mí; me estremecieron sus ojos helados. Enseguida noté recorrer por mis venas aquel frío que me era tan desapaciblemente familiar y a continuación, presentí la parálisis en mis extremidades: aunque podía moverme, me resultaba totalmente imposible.
-Pero… ¿por qué? Claro que no te tomo por estúpida… Laura, no sé hasta dónde pretendes llegar. Entre Magda y yo no hay nada; sólo somos colegas y punto. Lo mismo que Peralta y tú- pronuncié el nombre clave porque de pronto adoptó una expresión desconcertada tal y como si pretendiera aclarar ella misma sus dudas.
-¿Peralta? ¿qué relación crees que tengo con él, eh? ¿insinúas que soy yo la que mantiene una aventura?.
-Oh, Dios mío, no… no he dicho éso. No compliques las cosas. Sólo quiero decir que las relaciones diarias en el hospital comportan buena armonía, ya está…
-¿Buena armonía? Yo creo que en tu caso hay mucho más… Me he dado cuenta de cómo te ha mirado durante toda la noche y de cómo te sonreía cuando tú la mirabas a ella. Podríais haber sido más decorosos, teniendo en cuenta que su marido y yo estábamos delante- ¿Magda me había mirado con lascivia? ¿a éso se refería? Mi ignorancia llegaba mucho más lejos de lo que yo pensaba.
-Pero…
-¿Para qué me insististe en que fuera a la cena? ¿pretendías que me diera cuenta de que llevas una doble vida? ¿de que con esa mujer tienes algo que conmigo no llenas?.
-¿Qué estás diciendo?.
-Oh, vamos Jorge… no te hagas el tonto!! Puede que no tengamos ningún tipo de relación en el Agora durante el día pero no implica que no se hable y no me lleguen comentarios. No vivo en una nube… Las personas inteligentes, saben actuar con prudencia- de modo que “alguien” había estado chismorreando por ahí que Magda y yo manteníamos relaciones.
-¿Quién te ha dicho que ella y yo estamos liados?
-¿Y qué importa? Maldita sea; es cierto y me es suficiente ¿de acuerdo?- se levantó del asiento con una ira descontrolada, tirando el vaso por el suelo, que había dejado sobre el brazo del sillón. Ni me había dado cuenta de que estaba vacío. Hasta entonces, su voz era medianamente relajada pero en ese momento subió tres tonos por encima de lo normal. Me espantó. A partir de ahí, empezaron sus razonamientos con improperios incluidos, al margen de mis explicaciones; de hecho, inexistentes.- Eres un cerdo! Un machista asqueroso! ¿No tienes suficiente conmigo? ¿has de follar con otra para sentirte más hombre? Sólo un mierda es capaz de callar en casa y salir a buscarse la vida fuera- escupía, literalmente, al paso que soltaba toda la rabia que sentía hacia mí. Daba vueltas por el comedor como si estuviera poseída y necesitara deshacerse de sus demonios: movía compulsivamente las manos y yo, me mantenía en mi sitio, reducido e inmóvil- ¿Sabes? El otro día vino a mi consulta una mujer de mi edad con un grave trastorno depresivo. Me contó que sabía que su marido le era infiel y que el muy cabrón hacía el amor con su amante en su propia casa. Le tuve que recetar Paroxetina- este fármaco pertenece al ISRS que es un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina, adecuado para enfermos de depresión- y la persuadí para que se preste a una terapia de apoyo. Tenía el ánimo por los suelos y yo, debiendo consolarla… ¿sabes lo que pensé?... que resultaba grotesco el hecho de que todo lo que le decía; todas las recomendaciones que le soltaba, tendría que aplicármelas a mí misma: sí, porque mi marido también me engaña con otra y he debido tragármelo hasta que esta noche, tu querida compañerita- levantó los dedos índice y corazón de las dos manos y los dobló con violencia un par de veces como para incluir el término entre comillas- se ha prestado abiertamente a insinuarme vuestra…- fijó la mirada en el suelo, buscando con desesperación a lo mejor en él, aquel vocablo que se ajustara más adecuadamente a sus sentimientos- … repugnante relación que me olía hacía tiempo. Mierda! No quería creerlo pero al final ha tenido que ser así ¿verdad?- pegó una patada a una de las sillas de la mesa y ésta se arrastró unos centímetros por encima del parqué con un chirrido que casi pareció un gemido. De pronto, me miró a los ojos y en sus mares de cristal observé un destello de fuego que me atemorizó- Dime algo, quieres!
-Yo… yo- empecé a balbucir tal cual fuera un niño tartamudo que no encontraba el modo de comunicarse ante la profesora y percibiendo la sonrisa oculta del resto de los alumnos.
-No sabes ni hablar… tú, el gran médico cardiólogo al que todos admiran… y en casa no eres más que un vulgar pedazo de carne: ¿qué dirían si te vieran ahora todos tus colegas, eh?: “fíjate, el Dr. Manlleu, el adúltero, se acojona ante su esposa cuando le pide explicaciones”. Magda debe de estar muy impresionada contigo por tu elegante y razonable forma de conversar; apostaría que se corre en las bragas cada vez que abres la boca delante de los demás… su amante, el hombre perfecto… ja!- me turbaba su vulgaridad; realmente Laura no acostumbra a ser una mujer de malas palabras; con Julia jamás ha mostrado un mal vocabulario: directamente con ella, no; a través de mí, por desgracia, sí. Decía todo esto gesticulando de un modo caricaturesco aunque en realidad la escena no tuviera ninguna gracia. Continuó sin ningún tipo de piedad- Ya le contaré yo unas cuantas cosas acerca de ti; posiblemente se dé cuenta del tipo de hombre que eres… ¿querrías?- la verdad es que no se me ocurría a qué tipo de cosas se refería y supuse que sus amenazas infundadas eran parte de su delirio. Aún así, me atreví a preguntarle.
-¿Qué cosas? Laura… no tiene sentido nada de lo que dices… no tengo ninguna relación extra- matrimonial con Magda… por favor, créeme.
Se quedó quieta sin quitarme la mirada de encima. No supe adivinar qué le pasaba por la mente hasta que de pronto, como a cámara lenta, la vi girarse y coger el jarrón de flores de encima de la mesa; tuve tiempo de apartarme por puro reflejo cuando éste me pasó rozando la oreja izquierda, estrellándose contra el estrecho trozo de pared que quedaba junto a la ventana, detrás de mí. Luego, cayó en mil pedazos sobre el mueble auxiliar de la esquina.
-Te odio, te odio!!- se abalanzó sobre mí y no tuve tiempo de parar la primera bofetada que me dio de lleno. A continuación, intentó pegarme de nuevo pero esta vez sí que puede detenerle la mano.
-Laura, mi vida, cálmate… cálmate… no pasa nada, ya está- ella luchaba por deshacerse de mí.
-Déjame!!- se retiró con un largo paso hacia atrás; tenía las mejillas llenas de lágrimas negras que resbalaban robándole el rimel de las pestañas.
Corrió hacia la puerta del salón y desapareció, escaleras arriba; escuché sus acelerados pasos hasta nuestra habitación y después, un portazo seco. Allí me quedé con la cara que me palpitaba por el manotazo y sin saber qué pensar. Me hervía el cerebro: notaba que me temblaban las piernas y el corazón me latía al menos a 130 pulsaciones por minuto.
-Así… ¿no piensas explicarme qué tipo de relación mantienes con Magda?.
-Laura, cariño ¿qué tipo de relación supones que mantengo con ella?. Es una buena compañera; hace años que trabajamos juntos, lo sabes desde siempre. Nos llevamos bien… no es más que éso.
-¿Me tomas por estúpida, verdad?- giró la cara y alzó la mirada hacia mí; me estremecieron sus ojos helados. Enseguida noté recorrer por mis venas aquel frío que me era tan desapaciblemente familiar y a continuación, presentí la parálisis en mis extremidades: aunque podía moverme, me resultaba totalmente imposible.
-Pero… ¿por qué? Claro que no te tomo por estúpida… Laura, no sé hasta dónde pretendes llegar. Entre Magda y yo no hay nada; sólo somos colegas y punto. Lo mismo que Peralta y tú- pronuncié el nombre clave porque de pronto adoptó una expresión desconcertada tal y como si pretendiera aclarar ella misma sus dudas.
-¿Peralta? ¿qué relación crees que tengo con él, eh? ¿insinúas que soy yo la que mantiene una aventura?.
-Oh, Dios mío, no… no he dicho éso. No compliques las cosas. Sólo quiero decir que las relaciones diarias en el hospital comportan buena armonía, ya está…
-¿Buena armonía? Yo creo que en tu caso hay mucho más… Me he dado cuenta de cómo te ha mirado durante toda la noche y de cómo te sonreía cuando tú la mirabas a ella. Podríais haber sido más decorosos, teniendo en cuenta que su marido y yo estábamos delante- ¿Magda me había mirado con lascivia? ¿a éso se refería? Mi ignorancia llegaba mucho más lejos de lo que yo pensaba.
-Pero…
-¿Para qué me insististe en que fuera a la cena? ¿pretendías que me diera cuenta de que llevas una doble vida? ¿de que con esa mujer tienes algo que conmigo no llenas?.
-¿Qué estás diciendo?.
-Oh, vamos Jorge… no te hagas el tonto!! Puede que no tengamos ningún tipo de relación en el Agora durante el día pero no implica que no se hable y no me lleguen comentarios. No vivo en una nube… Las personas inteligentes, saben actuar con prudencia- de modo que “alguien” había estado chismorreando por ahí que Magda y yo manteníamos relaciones.
-¿Quién te ha dicho que ella y yo estamos liados?
-¿Y qué importa? Maldita sea; es cierto y me es suficiente ¿de acuerdo?- se levantó del asiento con una ira descontrolada, tirando el vaso por el suelo, que había dejado sobre el brazo del sillón. Ni me había dado cuenta de que estaba vacío. Hasta entonces, su voz era medianamente relajada pero en ese momento subió tres tonos por encima de lo normal. Me espantó. A partir de ahí, empezaron sus razonamientos con improperios incluidos, al margen de mis explicaciones; de hecho, inexistentes.- Eres un cerdo! Un machista asqueroso! ¿No tienes suficiente conmigo? ¿has de follar con otra para sentirte más hombre? Sólo un mierda es capaz de callar en casa y salir a buscarse la vida fuera- escupía, literalmente, al paso que soltaba toda la rabia que sentía hacia mí. Daba vueltas por el comedor como si estuviera poseída y necesitara deshacerse de sus demonios: movía compulsivamente las manos y yo, me mantenía en mi sitio, reducido e inmóvil- ¿Sabes? El otro día vino a mi consulta una mujer de mi edad con un grave trastorno depresivo. Me contó que sabía que su marido le era infiel y que el muy cabrón hacía el amor con su amante en su propia casa. Le tuve que recetar Paroxetina- este fármaco pertenece al ISRS que es un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina, adecuado para enfermos de depresión- y la persuadí para que se preste a una terapia de apoyo. Tenía el ánimo por los suelos y yo, debiendo consolarla… ¿sabes lo que pensé?... que resultaba grotesco el hecho de que todo lo que le decía; todas las recomendaciones que le soltaba, tendría que aplicármelas a mí misma: sí, porque mi marido también me engaña con otra y he debido tragármelo hasta que esta noche, tu querida compañerita- levantó los dedos índice y corazón de las dos manos y los dobló con violencia un par de veces como para incluir el término entre comillas- se ha prestado abiertamente a insinuarme vuestra…- fijó la mirada en el suelo, buscando con desesperación a lo mejor en él, aquel vocablo que se ajustara más adecuadamente a sus sentimientos- … repugnante relación que me olía hacía tiempo. Mierda! No quería creerlo pero al final ha tenido que ser así ¿verdad?- pegó una patada a una de las sillas de la mesa y ésta se arrastró unos centímetros por encima del parqué con un chirrido que casi pareció un gemido. De pronto, me miró a los ojos y en sus mares de cristal observé un destello de fuego que me atemorizó- Dime algo, quieres!
-Yo… yo- empecé a balbucir tal cual fuera un niño tartamudo que no encontraba el modo de comunicarse ante la profesora y percibiendo la sonrisa oculta del resto de los alumnos.
-No sabes ni hablar… tú, el gran médico cardiólogo al que todos admiran… y en casa no eres más que un vulgar pedazo de carne: ¿qué dirían si te vieran ahora todos tus colegas, eh?: “fíjate, el Dr. Manlleu, el adúltero, se acojona ante su esposa cuando le pide explicaciones”. Magda debe de estar muy impresionada contigo por tu elegante y razonable forma de conversar; apostaría que se corre en las bragas cada vez que abres la boca delante de los demás… su amante, el hombre perfecto… ja!- me turbaba su vulgaridad; realmente Laura no acostumbra a ser una mujer de malas palabras; con Julia jamás ha mostrado un mal vocabulario: directamente con ella, no; a través de mí, por desgracia, sí. Decía todo esto gesticulando de un modo caricaturesco aunque en realidad la escena no tuviera ninguna gracia. Continuó sin ningún tipo de piedad- Ya le contaré yo unas cuantas cosas acerca de ti; posiblemente se dé cuenta del tipo de hombre que eres… ¿querrías?- la verdad es que no se me ocurría a qué tipo de cosas se refería y supuse que sus amenazas infundadas eran parte de su delirio. Aún así, me atreví a preguntarle.
-¿Qué cosas? Laura… no tiene sentido nada de lo que dices… no tengo ninguna relación extra- matrimonial con Magda… por favor, créeme.
Se quedó quieta sin quitarme la mirada de encima. No supe adivinar qué le pasaba por la mente hasta que de pronto, como a cámara lenta, la vi girarse y coger el jarrón de flores de encima de la mesa; tuve tiempo de apartarme por puro reflejo cuando éste me pasó rozando la oreja izquierda, estrellándose contra el estrecho trozo de pared que quedaba junto a la ventana, detrás de mí. Luego, cayó en mil pedazos sobre el mueble auxiliar de la esquina.
-Te odio, te odio!!- se abalanzó sobre mí y no tuve tiempo de parar la primera bofetada que me dio de lleno. A continuación, intentó pegarme de nuevo pero esta vez sí que puede detenerle la mano.
-Laura, mi vida, cálmate… cálmate… no pasa nada, ya está- ella luchaba por deshacerse de mí.
-Déjame!!- se retiró con un largo paso hacia atrás; tenía las mejillas llenas de lágrimas negras que resbalaban robándole el rimel de las pestañas.
Corrió hacia la puerta del salón y desapareció, escaleras arriba; escuché sus acelerados pasos hasta nuestra habitación y después, un portazo seco. Allí me quedé con la cara que me palpitaba por el manotazo y sin saber qué pensar. Me hervía el cerebro: notaba que me temblaban las piernas y el corazón me latía al menos a 130 pulsaciones por minuto.
dilluns, 4 d’abril del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
Abrí las puertas con el mando a distancia y se apresuró a entrar. Se acomodó en el asiento forrado de piel color crudo de nuestro Mercedes CLK AMG. Estaba nerviosa, por la manera en que se revolvía, arreglándose su elegante falda gris que, levantada, dejaba al descubierto sus estilizadas piernas vestidas en unas medias de seda, negras. Tiene tan buen gusto para escoger su vestuario... es elegante por naturaleza, así que cualquier prenda le sienta como un guante pero además ella sabe seleccionar su ropa y combinar los colores de un modo harmonioso.
Me senté a su lado y mientras ponía la llave en el contacto, alcé mis ojos grises hacia los suyos azules sabiendo que, tarde o temprano tendría que suceder.
Pregunté qué le pasaba:
-Nada, Jorge. No pasa nada- su voz era fría y cortante. Dejó de tocarse la falda y miró hacia delante, sin fijar la vista en nada concreto. Adoptó una postura de indignación, propia de una niña enfadada que sólo en aquel momento podría haber resultado graciosa.
-Cariño… ¿he hecho algo que te ha disgustado?- me acerqué a ella lentamente e hice el gesto de acariciarla pero lo repudió como solía hacer a menudo.
-No… tú nunca haces nada para molestarme, ya lo sabes… todo está en mi cabeza.
-¿Por qué dices éso? Lo pregunto de veras… si me he comportado mal o he dicho algo que no te ha gustado, quiero saberlo- agitaba la cabeza de un lado hacia otro, negando lentamente y se dibujaba una leve sonrisa en sus labios; una mueca malhumorada y de burla.
-Dime una cosa… ¿Magda y tú os entendéis muy bien, no es cierto? ¿Tenéis muchas cosas en común?- la pregunta me sorprendió sobremanera; realmente no esperaba que el motivo de su enfado tomara el camino de los celos. Casi se me escapó una risa que, por suerte, pude reprimir.
-¿Qué?.
No respondió… la miré durante unos segundos pero no pareció dispuesta a mantener ningún tipo de conversación. La verdad es que lo agradecí pero mientras arrancaba el coche, subía la rampa hacia la calle y ponía rumbo a Matadepera, divagué en mis pensamientos y me pregunté qué imagen debía de haber dado frente a Magda como para que Laura se planteara semejante idea.
Todo el trayecto lo hicimos en callado silencio; de vez en cuando le echaba un vistazo y la veía algo taciturna con el rostro sobre su mano derecha, apoyado el brazo en el de la puerta, observando por la ventanilla las luces anaranjadas y huidizas de los pueblos dormidos que dejábamos a nuestro paso por la autopista. Sus inmensos ojos claros miraban ensoñadores hacia fuera y yo deseaba hacer el amor con ella y, tonto de mí, esperaba que al llegar a casa nos desnudáramos y apagáramos y fundiéramos nuestro tremendo pasado como si nunca hubiera existido: tan sólo lo mejor de éste. Lógicamente no iba a ser de ese modo.
Llegamos a la vivienda: ella abrió la puerta del coche y se apeó de manera ágil; mientras yo guardaba el Mercedes, Laura se apresuró a entrar en el domicilio. No esperó a que aparcara el vehículo; tenemos un gran garaje con espacio suficiente para tres o cuatro coches; a veces me da por pensar que dentro de cuatro días se reducirá cuando Julia tenga su propio auto. Esa noche me cruzó la mente tal idea y di gracias a que mi hija no estuviera allí para presenciar otra más de las reyertas de sus padres. Entonces, sólo tenía diez años. Había ido a dormir a casa de Marta; su mejor amiga.
Entré en casa por la puerta interior, directamente. Cuando pasé al comedor, la vi junto al enorme ventanal que descubría nuestro formidable jardín y recorrí con la mirada la olivera que quedaba justo delante del ángulo en el que me encontraba, iluminada por el foco verde que situamos bajo ella para destacarla de las demás por ser la más grande de las cinco que tenemos y también la más antigua.
Ella estaba sentada en la butaca de orejas, girada hacia fuera y agarraba con la mano un vaso de wisky, lo cual me desagradó absolutamente porque era una señal inequívoca de su enojo. No acostumbra a beber, salvo durante los festejos con amigos, en las ocasiones especiales o bien cuando su cabeza empieza a arremolinar algún tipo de incomprensible pensamiento para mí… Aquella noche ya había tomado varias copas de vino y de cava, así que tenía rebasado el cupo, de sobras. Me acerqué con paso lento y me situé junto a la chimenea que caía a su izquierda; me sentía alterado y sólo deseaba dejarla allí, subir las escaleras a toda prisa hasta el dormitorio, sacarme la ropa, tirarme en la cama y descansar hasta la mañana siguiente. En cambio, me quedé junto a ella como un auténtico gilipollas. Una vez más, no sabía qué decirle; me sentía como un perro a los pies de su dueña, esperando ser recriminado y castigado por una fechoría.
-¿Tienes frío? ¿Quieres que encienda el fuego?- la verdad es que la pregunta sonó totalmente absurda; nos encontrábamos a mediados de octubre pero el frío todavía no había decidido mostrarse: casi podíamos vestir con simples mangas de camisa. Laura no se giró hacia mí y simplemente respondió un sórdido “no” y dio un pequeño sorbo dejando marcados en el vaso, sus labios color carmesí.
Miré con cautela alrededor, repasando el salón como si me fuera anónimo y quisiera inspeccionarlo a escondidas de los propietarios. Me siento orgulloso de mis posesiones; puede que nuestro matrimonio resulte una farsa muy bien llevada y desconocida a vistas del exterior: la pareja feliz y compenetrada al cien por cien; pero por lo menos debo reconocer que tenemos excelente gusto y talento suficiente para ganarnos a pulso el lujo que nos envuelve.
Observé la mesa de estilo colonial a un lado del comedor con su tapiz blanco y el jarrón de flores siempre frescas encima de ésta que Sonia, la chica que nos hace las tareas domésticas, se encarga de renovar cada tres días. Al lado de la puerta, el gran mueble fabricado en madera de Mindi: con su vitrina, en la que asoma la vajilla de porcelana que nos regalaron mis suegros para la boda; al otro extremo del módulo, el casillero en el que Laura ha ido colocando algunas de las piezas y figuras que a lo largo de todos estos años hemos coleccionado de nuestros viajes a la India, Turquía, Costa Rica, Nicaragua, Argentina o Canadá y a distintas ciudades de Europa: escapadas que hemos hecho en compañía durante nuestras vacaciones de Semana Santa, verano o Navidades.
Sobre el armario, una estantería de cristal en la que reposan algunos retratos de Julia en distintas etapas de su niñez: perpetuamente preciosa con su inocente sonrisa y los enormes ojos de Laura en su rostro.
Me senté a su lado y mientras ponía la llave en el contacto, alcé mis ojos grises hacia los suyos azules sabiendo que, tarde o temprano tendría que suceder.
Pregunté qué le pasaba:
-Nada, Jorge. No pasa nada- su voz era fría y cortante. Dejó de tocarse la falda y miró hacia delante, sin fijar la vista en nada concreto. Adoptó una postura de indignación, propia de una niña enfadada que sólo en aquel momento podría haber resultado graciosa.
-Cariño… ¿he hecho algo que te ha disgustado?- me acerqué a ella lentamente e hice el gesto de acariciarla pero lo repudió como solía hacer a menudo.
-No… tú nunca haces nada para molestarme, ya lo sabes… todo está en mi cabeza.
-¿Por qué dices éso? Lo pregunto de veras… si me he comportado mal o he dicho algo que no te ha gustado, quiero saberlo- agitaba la cabeza de un lado hacia otro, negando lentamente y se dibujaba una leve sonrisa en sus labios; una mueca malhumorada y de burla.
-Dime una cosa… ¿Magda y tú os entendéis muy bien, no es cierto? ¿Tenéis muchas cosas en común?- la pregunta me sorprendió sobremanera; realmente no esperaba que el motivo de su enfado tomara el camino de los celos. Casi se me escapó una risa que, por suerte, pude reprimir.
-¿Qué?.
No respondió… la miré durante unos segundos pero no pareció dispuesta a mantener ningún tipo de conversación. La verdad es que lo agradecí pero mientras arrancaba el coche, subía la rampa hacia la calle y ponía rumbo a Matadepera, divagué en mis pensamientos y me pregunté qué imagen debía de haber dado frente a Magda como para que Laura se planteara semejante idea.
Todo el trayecto lo hicimos en callado silencio; de vez en cuando le echaba un vistazo y la veía algo taciturna con el rostro sobre su mano derecha, apoyado el brazo en el de la puerta, observando por la ventanilla las luces anaranjadas y huidizas de los pueblos dormidos que dejábamos a nuestro paso por la autopista. Sus inmensos ojos claros miraban ensoñadores hacia fuera y yo deseaba hacer el amor con ella y, tonto de mí, esperaba que al llegar a casa nos desnudáramos y apagáramos y fundiéramos nuestro tremendo pasado como si nunca hubiera existido: tan sólo lo mejor de éste. Lógicamente no iba a ser de ese modo.
Llegamos a la vivienda: ella abrió la puerta del coche y se apeó de manera ágil; mientras yo guardaba el Mercedes, Laura se apresuró a entrar en el domicilio. No esperó a que aparcara el vehículo; tenemos un gran garaje con espacio suficiente para tres o cuatro coches; a veces me da por pensar que dentro de cuatro días se reducirá cuando Julia tenga su propio auto. Esa noche me cruzó la mente tal idea y di gracias a que mi hija no estuviera allí para presenciar otra más de las reyertas de sus padres. Entonces, sólo tenía diez años. Había ido a dormir a casa de Marta; su mejor amiga.
Entré en casa por la puerta interior, directamente. Cuando pasé al comedor, la vi junto al enorme ventanal que descubría nuestro formidable jardín y recorrí con la mirada la olivera que quedaba justo delante del ángulo en el que me encontraba, iluminada por el foco verde que situamos bajo ella para destacarla de las demás por ser la más grande de las cinco que tenemos y también la más antigua.
Ella estaba sentada en la butaca de orejas, girada hacia fuera y agarraba con la mano un vaso de wisky, lo cual me desagradó absolutamente porque era una señal inequívoca de su enojo. No acostumbra a beber, salvo durante los festejos con amigos, en las ocasiones especiales o bien cuando su cabeza empieza a arremolinar algún tipo de incomprensible pensamiento para mí… Aquella noche ya había tomado varias copas de vino y de cava, así que tenía rebasado el cupo, de sobras. Me acerqué con paso lento y me situé junto a la chimenea que caía a su izquierda; me sentía alterado y sólo deseaba dejarla allí, subir las escaleras a toda prisa hasta el dormitorio, sacarme la ropa, tirarme en la cama y descansar hasta la mañana siguiente. En cambio, me quedé junto a ella como un auténtico gilipollas. Una vez más, no sabía qué decirle; me sentía como un perro a los pies de su dueña, esperando ser recriminado y castigado por una fechoría.
-¿Tienes frío? ¿Quieres que encienda el fuego?- la verdad es que la pregunta sonó totalmente absurda; nos encontrábamos a mediados de octubre pero el frío todavía no había decidido mostrarse: casi podíamos vestir con simples mangas de camisa. Laura no se giró hacia mí y simplemente respondió un sórdido “no” y dio un pequeño sorbo dejando marcados en el vaso, sus labios color carmesí.
Miré con cautela alrededor, repasando el salón como si me fuera anónimo y quisiera inspeccionarlo a escondidas de los propietarios. Me siento orgulloso de mis posesiones; puede que nuestro matrimonio resulte una farsa muy bien llevada y desconocida a vistas del exterior: la pareja feliz y compenetrada al cien por cien; pero por lo menos debo reconocer que tenemos excelente gusto y talento suficiente para ganarnos a pulso el lujo que nos envuelve.
Observé la mesa de estilo colonial a un lado del comedor con su tapiz blanco y el jarrón de flores siempre frescas encima de ésta que Sonia, la chica que nos hace las tareas domésticas, se encarga de renovar cada tres días. Al lado de la puerta, el gran mueble fabricado en madera de Mindi: con su vitrina, en la que asoma la vajilla de porcelana que nos regalaron mis suegros para la boda; al otro extremo del módulo, el casillero en el que Laura ha ido colocando algunas de las piezas y figuras que a lo largo de todos estos años hemos coleccionado de nuestros viajes a la India, Turquía, Costa Rica, Nicaragua, Argentina o Canadá y a distintas ciudades de Europa: escapadas que hemos hecho en compañía durante nuestras vacaciones de Semana Santa, verano o Navidades.
Sobre el armario, una estantería de cristal en la que reposan algunos retratos de Julia en distintas etapas de su niñez: perpetuamente preciosa con su inocente sonrisa y los enormes ojos de Laura en su rostro.
dissabte, 19 de març del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
Algunas veces, pocas, ha venido a mis cenas y yo he ido a las suyas; éso era casi al principio, cuando empezamos a ejercer como residentes en el hospital. Trabajamos a distancia el uno del otro; yo, en el ala norte y ella en el ala sur: nos vemos si nos apetece, puesto que el hospital es enorme: tiene ocho plantas por ala, más el pabellón de urgencias: por hablar sólo del bloque donde nosotros nos hallamos. No obstante, todos nos conocemos; al menos, los doctores más antiguos. Muchos son amigos y con ellos quedamos a menudo.
Lógicamente y aunque no con frecuencia, he aparecido por la planta de psiquiatría para dar con ella cuando debía comentarle algo personal y no respondía al teléfono y viceversa. Y en nuestros fugaces momentos de felicidad, también nos hemos encontrado para ir a almorzar o a comer. Todo ésto ha quedado atrás: ahora, cada uno ejecuta en su departamento y apenas sabemos nada de nuestras tareas desde las ocho de la mañana, hora en la que llegamos juntos, hasta las once de la noche que nos vemos en casa. El único punto de unión entre ambos es nuestra hija.
La cuestión es que a ella no le son desconocidos mis colegas ni a mí los suyos.
La última vez que nos presentamos unidos a un acontecimiento de trabajo fue para celebrar una cena de despedida que preparamos a unas muchachas venezolanas que habían finalizado sus prácticas en el Agora y debían volver a su país después de un año, para tristeza de todos. Insistí a Laura que viniera porque las conocía y le habían caído bien, supongo que como a todo el mundo; eran dos chicas jovencitas y bastante divertidas. Ella accedió con facilidad; llevábamos una buena temporada; se la veía un poco aliviada de sus conflictos internos: por aquel entonces, trataba casos poco severos e imagino que eso también influía en su conducta exterior.
Como ya he dicho anteriormente, Laura es una mujer que cautiva por su delicadeza, su inteligencia y sus maneras; mantiene conversaciones despejadas y abiertas, igual que encauza temas de actualidad y, por descontado, mantiene el hilo y está al día de todo cuanto sucede por las plantas del hospital. Yo, voy más perdido; me centro en mis cosas y a menudo, si no me ponen al corriente de algunos de los sucesos o cotilleos más relevantes, no me acostumbro a enterar de nada; para éso tengo a mis enfermeras que son las que tienen los oídos puestos.
Sé que gusta a los hombres: observo cómo la miran de arriba abajo y, sobretodo los médicos más jóvenes e inexpertos, adoptan una expresión bobalicona en el rostro. Ella se da cuenta porque la conozco y capto rápidamente su coquetería. Pero no es un coqueteo previo a la conquista; Laura no es tan simple; sino aquel del que algunas mujeres que se saben hermosas, son propietarias.
Muchas doctoras también la admiran; básicamente porque acostumbra a llevar ella el diálogo y tiene gran don de gentes. La verdad es que a su lado me siento mal; en primer lugar porque al margen de todo lo que haya entre nosotros, sé que tiene más poder que yo sobre su entorno y sobre mí y porque soy el único que ve, bajo su encanto, al verdadero ogro que se desnuda en la intimidad de nuestra casa.
Aquella noche, Magda se presentó a la velada con su marido: creo que allí lo vi por primera y última vez: se trataba de un hombre alto y corpulento: su rostro anguloso se cubría por una tupida barba negra. Tenía una mirada tristona de menudos ojos negros y profundos. No me cayó mal.
Éramos catorce o quince personas; habíamos reservado mesa para cenar en una marisquería que alguien había destacado como “ la crême de la crême”. Me sentía contento… casi eufórico; charlamos, nos burlamos de la burocracia del hospital y nos quejamos de la mala organización sanitaria que nos salpicaba a los profesionales. Explicamos anécdotas sobre pacientes extraños y escenas inusitadas con las que habíamos topado, reímos muchísimo y, naturalmente, bebimos bastante. No me pasó por alto que Laura y Magda intercambiaban palabras de amabilidad y alguna que otra mirada breve a las que no di mayor importancia; a los hombres nos cuesta reparar en ciertos detalles que, en realidad, bien pueden acarrearnos dolores de cabeza. De hecho, yo también crucé alguna conversación con Enric, el marido de Magda.
Me di cuenta de que algo no marchaba apropiadamente cuando después de la cena, propusieron ir a tomar unas copas y Laura se mostró reacia. Entonces sí que noté un cambio en su cara; estaba seria y mientras los demás la animaban a seguir con la noche por delante, ella rehusaba afablemente aludiendo a que estaba muy cansada. Bien podría haber sido de ese modo pero cuando la miré y me esquivó, entendí que era el momento de poner punto y final y de volver a casa.
Después de las atentas despedidas, fuimos a coger el coche que habíamos dejado en un parking no muy lejos del restaurante. Caminamos el corto trecho en silencio. Realmente no sabía qué decir: miré de cogerla de la mano pero la apartó bruscamente. En aquel instante empecé a encontrarme mareado; más por lo que se me venía encima que por los efectos del alcohol: retumbaba una clara y concisa pregunta en mi cerebro cargado: “¿qué he hecho esta vez?”.
Lógicamente y aunque no con frecuencia, he aparecido por la planta de psiquiatría para dar con ella cuando debía comentarle algo personal y no respondía al teléfono y viceversa. Y en nuestros fugaces momentos de felicidad, también nos hemos encontrado para ir a almorzar o a comer. Todo ésto ha quedado atrás: ahora, cada uno ejecuta en su departamento y apenas sabemos nada de nuestras tareas desde las ocho de la mañana, hora en la que llegamos juntos, hasta las once de la noche que nos vemos en casa. El único punto de unión entre ambos es nuestra hija.
La cuestión es que a ella no le son desconocidos mis colegas ni a mí los suyos.
La última vez que nos presentamos unidos a un acontecimiento de trabajo fue para celebrar una cena de despedida que preparamos a unas muchachas venezolanas que habían finalizado sus prácticas en el Agora y debían volver a su país después de un año, para tristeza de todos. Insistí a Laura que viniera porque las conocía y le habían caído bien, supongo que como a todo el mundo; eran dos chicas jovencitas y bastante divertidas. Ella accedió con facilidad; llevábamos una buena temporada; se la veía un poco aliviada de sus conflictos internos: por aquel entonces, trataba casos poco severos e imagino que eso también influía en su conducta exterior.
Como ya he dicho anteriormente, Laura es una mujer que cautiva por su delicadeza, su inteligencia y sus maneras; mantiene conversaciones despejadas y abiertas, igual que encauza temas de actualidad y, por descontado, mantiene el hilo y está al día de todo cuanto sucede por las plantas del hospital. Yo, voy más perdido; me centro en mis cosas y a menudo, si no me ponen al corriente de algunos de los sucesos o cotilleos más relevantes, no me acostumbro a enterar de nada; para éso tengo a mis enfermeras que son las que tienen los oídos puestos.
Sé que gusta a los hombres: observo cómo la miran de arriba abajo y, sobretodo los médicos más jóvenes e inexpertos, adoptan una expresión bobalicona en el rostro. Ella se da cuenta porque la conozco y capto rápidamente su coquetería. Pero no es un coqueteo previo a la conquista; Laura no es tan simple; sino aquel del que algunas mujeres que se saben hermosas, son propietarias.
Muchas doctoras también la admiran; básicamente porque acostumbra a llevar ella el diálogo y tiene gran don de gentes. La verdad es que a su lado me siento mal; en primer lugar porque al margen de todo lo que haya entre nosotros, sé que tiene más poder que yo sobre su entorno y sobre mí y porque soy el único que ve, bajo su encanto, al verdadero ogro que se desnuda en la intimidad de nuestra casa.
Aquella noche, Magda se presentó a la velada con su marido: creo que allí lo vi por primera y última vez: se trataba de un hombre alto y corpulento: su rostro anguloso se cubría por una tupida barba negra. Tenía una mirada tristona de menudos ojos negros y profundos. No me cayó mal.
Éramos catorce o quince personas; habíamos reservado mesa para cenar en una marisquería que alguien había destacado como “ la crême de la crême”. Me sentía contento… casi eufórico; charlamos, nos burlamos de la burocracia del hospital y nos quejamos de la mala organización sanitaria que nos salpicaba a los profesionales. Explicamos anécdotas sobre pacientes extraños y escenas inusitadas con las que habíamos topado, reímos muchísimo y, naturalmente, bebimos bastante. No me pasó por alto que Laura y Magda intercambiaban palabras de amabilidad y alguna que otra mirada breve a las que no di mayor importancia; a los hombres nos cuesta reparar en ciertos detalles que, en realidad, bien pueden acarrearnos dolores de cabeza. De hecho, yo también crucé alguna conversación con Enric, el marido de Magda.
Me di cuenta de que algo no marchaba apropiadamente cuando después de la cena, propusieron ir a tomar unas copas y Laura se mostró reacia. Entonces sí que noté un cambio en su cara; estaba seria y mientras los demás la animaban a seguir con la noche por delante, ella rehusaba afablemente aludiendo a que estaba muy cansada. Bien podría haber sido de ese modo pero cuando la miré y me esquivó, entendí que era el momento de poner punto y final y de volver a casa.
Después de las atentas despedidas, fuimos a coger el coche que habíamos dejado en un parking no muy lejos del restaurante. Caminamos el corto trecho en silencio. Realmente no sabía qué decir: miré de cogerla de la mano pero la apartó bruscamente. En aquel instante empecé a encontrarme mareado; más por lo que se me venía encima que por los efectos del alcohol: retumbaba una clara y concisa pregunta en mi cerebro cargado: “¿qué he hecho esta vez?”.
dimecres, 16 de març del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
En fin… Magda conoce la parte más amable de mi vida y creo que yo también conozco lo mejor de la suya. Pero indagando, descubrí que el día que la hallé sollozando desconsoladamente fue la época en la que su marido le pidió el divorcio. Tiene dos hijos; dos niños preciosos por lo que he visto en las fotos que alguna vez nos ha enseñado. Y es que ella también es bonita: enormes ojos de largas pestañas, nariz ensanchada y labios gruesos y carnosos de un rosa subido.
Yo era consciente durante las intervenciones de que me miraba de un modo distinto; no sé por qué, despierto interés entre las mujeres; no lo digo con egolatría: me doy perfecta cuenta de que algunas de mis compañeras desearían mantener algún tipo de relación conmigo, fuera de la estricta en el trabajo. Es un tópico del que muchos habrán escuchado hablar, el que dice que en el mundo de la medicina no se pueden mantener relaciones estables. La mayoría de las veces, nos entregamos tanto a nuestro quehacer que no llevamos vida íntima alguna y ello nos arrastra a mantener afectos esporádicos; por descontado, la mayor parte de nosotros nos casamos y formamos una familia pero sólo como fachada de una apariencia “ideal”; no son pocos los colegas que, o bien mantienen veinte o treinta relaciones carnales multiplicadas por distintas mujeres al año o acaban por divorciarse y juntándose con alguna de sus camaradas. Y hablo de hombres porque entre ellas no se da de un modo tan asiduo, si bien llevan un ritmo de vida sentimental tan desorganizado como el nuestro; puede que sepan disimularlo mejor.
A mí, nunca se me pasó por la cabeza serle infiel a Laura; estaba ( y estoy ) tan enamorado de ella que la idea se me antojaba, incluso, chistosa. Sumido en mis pesadillas diarias junto a su persona y tragando cada una de sus crueles palabras y reproches, jamás se me ocurrió dejarme llevar por otro cuerpo que no fuera el suyo. Y menos que mi relación de adulterio pudiera alargarse a dos años.
De hecho, Laura y Magda se conocen, lógicamente; de la misma manera que yo conozco a los compañeros de mi esposa. Desde luego, las mujeres son más intuitivas, no me cabe la menor duda; ella supo antes que yo mismo que estaba manteniendo un romance con Magda. Sé que, igualmente mantiene desde hace años sus aventuras particulares y a estas alturas me importa relativamente; si es feliz y éso puede ayudarla a relajar su mente, lo prefiero así pese a que por las noches cuando me acueste a su lado, los celos se me coman en el silencio de la habitación y desee intercambiar cuatro palabras con su amigo el Dr. Peralta. Pero tampoco yo me estoy comportando como debiera… ¿es injusto?.
Magda fue uno más de nuestros tantos motivos de gran disputa. Hará más de seis años. Está claro que yo con ella me llevo muy bien; por tantas horas como pasamos juntos, tantos buenos y malos momentos que vivimos con el resto del grupo: éxitos y derrotas; compartiendo el dolor cuando un ser humano se nos va o el ánimo cuando vemos la recuperación de otro… riendo y apoyándonos cuando llevamos el día entero de trabajo enloquecedor, exhaustos: es inevitable que con tal mezcla de emociones y tiempo, nazcan un entendimiento y un cariño casi imperceptibles a ojos de cualquiera… menos a los de Laura, naturalmente.
Yo era consciente durante las intervenciones de que me miraba de un modo distinto; no sé por qué, despierto interés entre las mujeres; no lo digo con egolatría: me doy perfecta cuenta de que algunas de mis compañeras desearían mantener algún tipo de relación conmigo, fuera de la estricta en el trabajo. Es un tópico del que muchos habrán escuchado hablar, el que dice que en el mundo de la medicina no se pueden mantener relaciones estables. La mayoría de las veces, nos entregamos tanto a nuestro quehacer que no llevamos vida íntima alguna y ello nos arrastra a mantener afectos esporádicos; por descontado, la mayor parte de nosotros nos casamos y formamos una familia pero sólo como fachada de una apariencia “ideal”; no son pocos los colegas que, o bien mantienen veinte o treinta relaciones carnales multiplicadas por distintas mujeres al año o acaban por divorciarse y juntándose con alguna de sus camaradas. Y hablo de hombres porque entre ellas no se da de un modo tan asiduo, si bien llevan un ritmo de vida sentimental tan desorganizado como el nuestro; puede que sepan disimularlo mejor.
A mí, nunca se me pasó por la cabeza serle infiel a Laura; estaba ( y estoy ) tan enamorado de ella que la idea se me antojaba, incluso, chistosa. Sumido en mis pesadillas diarias junto a su persona y tragando cada una de sus crueles palabras y reproches, jamás se me ocurrió dejarme llevar por otro cuerpo que no fuera el suyo. Y menos que mi relación de adulterio pudiera alargarse a dos años.
De hecho, Laura y Magda se conocen, lógicamente; de la misma manera que yo conozco a los compañeros de mi esposa. Desde luego, las mujeres son más intuitivas, no me cabe la menor duda; ella supo antes que yo mismo que estaba manteniendo un romance con Magda. Sé que, igualmente mantiene desde hace años sus aventuras particulares y a estas alturas me importa relativamente; si es feliz y éso puede ayudarla a relajar su mente, lo prefiero así pese a que por las noches cuando me acueste a su lado, los celos se me coman en el silencio de la habitación y desee intercambiar cuatro palabras con su amigo el Dr. Peralta. Pero tampoco yo me estoy comportando como debiera… ¿es injusto?.
Magda fue uno más de nuestros tantos motivos de gran disputa. Hará más de seis años. Está claro que yo con ella me llevo muy bien; por tantas horas como pasamos juntos, tantos buenos y malos momentos que vivimos con el resto del grupo: éxitos y derrotas; compartiendo el dolor cuando un ser humano se nos va o el ánimo cuando vemos la recuperación de otro… riendo y apoyándonos cuando llevamos el día entero de trabajo enloquecedor, exhaustos: es inevitable que con tal mezcla de emociones y tiempo, nazcan un entendimiento y un cariño casi imperceptibles a ojos de cualquiera… menos a los de Laura, naturalmente.
diumenge, 13 de març del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
En tanto que ella está de espaldas a mí, mis ojos cansados repasan sus hombros tan delicados, su espalda erguida; ese lunar en el omoplato derecho que tantas veces he besado… estúpidamente me derrito ante su gesto mundano tan asiduo: con suma feminidad, se recoge el cabello rubio, prudentemente teñido de su propio tono de antaño con una pinza que, rutinariamente acostumbra a dejar encima de la jabonera de la ducha. Se gira y mientras está distraída, le miro los pechos: son pequeños y hermosos; se mantienen firmes, quizás porque sólo amamantó a Julia los tres primeros meses de su vida: los justos antes de reiniciar su trabajo. Cualquier chica de veinte años envidiaría su línea. Bajo la mirada lentamente hacia sus partes y… pienso que aunque hace un par de años que me entrego a otra mujer, todavía deseo a Laura como el primer día. Y debo de estar loco de remate pero mi miembro se manifiesta por sí solo y me siento como un auténtico idiota.
Magda es una compañera de trabajo. Tiene treinta y nueve años; es enfermera: mi colaboradora. Hace mucho tiempo que trabajamos juntos tanto en el hospital como en la clínica: de lunes a viernes, todas las mañanas y hasta el jueves, todas las tardes. Conoce gran parte de mi vida y yo gran parte de la suya. Fue número uno en su promoción de enfermería y desde muy jovencita, empezó a trabajar como ayudante del que fue maestro en mis primeros pasos como cardiólogo en el Agora; cuando el Dr. Bartolomeu se jubiló y yo tomé su puesto, la mantuve a mi lado porque era y sigue siendo una mujer eficiente y muy segura de sí misma y de su labor. Sabe tratar con sumo cariño a los pacientes, resolver cualquier tipo de problemática y, por descontado, actuar con destreza y vigencia en el quirófano. En mi cometido, creo que no solamente es importante la habilidad sino que quizás incluso por encima de todo, el trato humano es lo primero; la mayor parte de mis enfermos son personas mayores que, a parte de un seguimiento médico, precisan, básicamente, de la seguridad y el apoyo que nosotros los profesionales de la medicina tenemos el poder de conceder. Desde luego no somos dioses pese a que algunos lo pretendan; ni, por descontado, tenemos la obligación de implicarnos emocionalmente en las vidas de estas personas a las que frecuentamos diariamente y que nos cuentan, como si de una película se tratara, sus anécdotas para bien o para mal. Pero, si somos algo sensitivos, entendemos que cuando entran en la consulta con ese aire de derrota y de agotamiento, cargados de cierto pavor y de un respeto un tanto exagerado hacia nuestra figura, debemos acceder a escuchar con suma atención todo aquello que estén dispuestos a explicarnos, puesto que para ellos el ser atendidos con respeto es vital.
No obstante, también resulta cierto que cuando se trabaja en un hospital, cargado de pacientes de todo tipo, clase y educación, se nos hace muy dificultoso el aplicarnos uno a uno. A menudo se quejan por nuestra falta de tiempo e indiferencia: abdico en lo primero pero discrepo en lo segundo. Nos es materialmente imposible prestarnos a tanta gente y a veces, por el ritmo acelerado al que estamos acostumbrados y por la sobrecarga que ésto nos conlleva, podemos mostrarnos algo tensos y fugaces.
Pero Magda siempre tiene una bonita sonrisa y una amable palabra para ofrecer a todo el mundo; ya sea a nuestros pacientes o al personal con el que trabaja. No recuerdo ni una sola vez en todos estos años que haya sido déspota o desagradable con alguien. Quizás, en alguna ocasión, un poco más distante de lo normal por motivos de índole personal: y solamente, hará unos cuatro años, la sorprendí llorando en la sala de médicos. En aquel momento no quiso comentarme qué le sucedía: me sentí fatal al ver sus ojos castaños entristecidos, de modo que me ofrecí a invitarla a un café en el bar del hospital; le conté cuatro chistes malos y suspiró aliviada; se sintió avergonzada de que “su jefe” como entonces me llamó, la hubiera cogido desprevenida derramando lágrimas a moco tendido.
Resultaría falso si dijera que nunca había reparado en ella; por descontado, la trataba como a una más y la admiración era mutua: me sentía muy satisfecho de su labor y no tenía ningún inconveniente en decírselo directamente; no soy orgulloso ni pretencioso y mi alto cargo de director de departamento nunca ha causado en mi persona esa vanidad que tanto me repugna de algunos de los personajes con los que, por desgracia, debo intercambiar materia cada día. Bajo mi punto de vista, todos somos iguales y cada uno de nosotros desempeña su función, necesaria para que todo marche bien.
Magda conoce gran parte de mi vida, como ya he dicho porque yo hablo muy a menudo de mis quehaceres fuera del hospital; de mis idas y venidas, de mis relaciones sociales durante el montón de conferencias sobre cardiología a las que asisto durante el año a cualquier lugar del mundo. La divierte; a ella y al resto de mi equipo, la manera tan cómica que tengo de expresar mis juicios sobre la gente y las valoraciones que hago sobre mis propias charlas. Bueno, se podría decir que aparento ser un tipo simpático y sencillo… tranquilo… sin demasiados problemas y puede que, algo cínico. Una vez, en cierto momento, alguien me preguntó por qué caminaba arrastrando los pies por los pasillos con ese aire de pasotismo y de modorra… me quedé pensativo y al rato respondí: “si la muerte está por aquí deambulando, no quiero que me vea angustiado y tenso; de ese modo quizás pase de largo”. Tratamos tan a menudo con ese tránsito, por desgracia, que uno ya no se lo toma con seriedad; a fin de cuentas, es un monstruo que se permite la libertad de llevarse por delante tantas almas como le plazca y nadie puede evitarlo; ni tan siquiera nosotros, los grandes médicos.
Magda es una compañera de trabajo. Tiene treinta y nueve años; es enfermera: mi colaboradora. Hace mucho tiempo que trabajamos juntos tanto en el hospital como en la clínica: de lunes a viernes, todas las mañanas y hasta el jueves, todas las tardes. Conoce gran parte de mi vida y yo gran parte de la suya. Fue número uno en su promoción de enfermería y desde muy jovencita, empezó a trabajar como ayudante del que fue maestro en mis primeros pasos como cardiólogo en el Agora; cuando el Dr. Bartolomeu se jubiló y yo tomé su puesto, la mantuve a mi lado porque era y sigue siendo una mujer eficiente y muy segura de sí misma y de su labor. Sabe tratar con sumo cariño a los pacientes, resolver cualquier tipo de problemática y, por descontado, actuar con destreza y vigencia en el quirófano. En mi cometido, creo que no solamente es importante la habilidad sino que quizás incluso por encima de todo, el trato humano es lo primero; la mayor parte de mis enfermos son personas mayores que, a parte de un seguimiento médico, precisan, básicamente, de la seguridad y el apoyo que nosotros los profesionales de la medicina tenemos el poder de conceder. Desde luego no somos dioses pese a que algunos lo pretendan; ni, por descontado, tenemos la obligación de implicarnos emocionalmente en las vidas de estas personas a las que frecuentamos diariamente y que nos cuentan, como si de una película se tratara, sus anécdotas para bien o para mal. Pero, si somos algo sensitivos, entendemos que cuando entran en la consulta con ese aire de derrota y de agotamiento, cargados de cierto pavor y de un respeto un tanto exagerado hacia nuestra figura, debemos acceder a escuchar con suma atención todo aquello que estén dispuestos a explicarnos, puesto que para ellos el ser atendidos con respeto es vital.
No obstante, también resulta cierto que cuando se trabaja en un hospital, cargado de pacientes de todo tipo, clase y educación, se nos hace muy dificultoso el aplicarnos uno a uno. A menudo se quejan por nuestra falta de tiempo e indiferencia: abdico en lo primero pero discrepo en lo segundo. Nos es materialmente imposible prestarnos a tanta gente y a veces, por el ritmo acelerado al que estamos acostumbrados y por la sobrecarga que ésto nos conlleva, podemos mostrarnos algo tensos y fugaces.
Pero Magda siempre tiene una bonita sonrisa y una amable palabra para ofrecer a todo el mundo; ya sea a nuestros pacientes o al personal con el que trabaja. No recuerdo ni una sola vez en todos estos años que haya sido déspota o desagradable con alguien. Quizás, en alguna ocasión, un poco más distante de lo normal por motivos de índole personal: y solamente, hará unos cuatro años, la sorprendí llorando en la sala de médicos. En aquel momento no quiso comentarme qué le sucedía: me sentí fatal al ver sus ojos castaños entristecidos, de modo que me ofrecí a invitarla a un café en el bar del hospital; le conté cuatro chistes malos y suspiró aliviada; se sintió avergonzada de que “su jefe” como entonces me llamó, la hubiera cogido desprevenida derramando lágrimas a moco tendido.
Resultaría falso si dijera que nunca había reparado en ella; por descontado, la trataba como a una más y la admiración era mutua: me sentía muy satisfecho de su labor y no tenía ningún inconveniente en decírselo directamente; no soy orgulloso ni pretencioso y mi alto cargo de director de departamento nunca ha causado en mi persona esa vanidad que tanto me repugna de algunos de los personajes con los que, por desgracia, debo intercambiar materia cada día. Bajo mi punto de vista, todos somos iguales y cada uno de nosotros desempeña su función, necesaria para que todo marche bien.
Magda conoce gran parte de mi vida, como ya he dicho porque yo hablo muy a menudo de mis quehaceres fuera del hospital; de mis idas y venidas, de mis relaciones sociales durante el montón de conferencias sobre cardiología a las que asisto durante el año a cualquier lugar del mundo. La divierte; a ella y al resto de mi equipo, la manera tan cómica que tengo de expresar mis juicios sobre la gente y las valoraciones que hago sobre mis propias charlas. Bueno, se podría decir que aparento ser un tipo simpático y sencillo… tranquilo… sin demasiados problemas y puede que, algo cínico. Una vez, en cierto momento, alguien me preguntó por qué caminaba arrastrando los pies por los pasillos con ese aire de pasotismo y de modorra… me quedé pensativo y al rato respondí: “si la muerte está por aquí deambulando, no quiero que me vea angustiado y tenso; de ese modo quizás pase de largo”. Tratamos tan a menudo con ese tránsito, por desgracia, que uno ya no se lo toma con seriedad; a fin de cuentas, es un monstruo que se permite la libertad de llevarse por delante tantas almas como le plazca y nadie puede evitarlo; ni tan siquiera nosotros, los grandes médicos.
dimecres, 9 de març del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
Me despedí de sus padres cerca de la media noche; había traído mi coche; un SEAT 850 que aparqué en el garaje de la casa. Laura bajó a despedirme; soplaba todavía una agradable brisa que presagiaba el dulce verano: la volví a mirar; a la luz de la luna llena, distinguí su medio rostro iluminado por las tenues luces del porche y el brillo de dos diamantes en sus pupilas; llevaba suelto el cabello sedoso a media melena que caía lacio sobre sus hombros estilizados; de nuevo, la encontré preciosa y, exaltado y algo temeroso de ser acechados por sus progenitores, alargué mi brazo y la acerqué hacia mí agarrándola con la mano por la cintura: se dejó llevar y nos besamos largamente:
-Nos veremos mañana en la facultad- le dije.
-Sí…- estaba a punto de entrar en el coche cuando me llamó- Jorge…- me detuve y la miré- siento… siento lo que ha ocurrido esta noche durante la cena.
-¿A qué te refieres?- naturalmente, sabía de qué hablaba.
-Bueno… ya sabes; la discusión con mi padre… no quería que presenciaras malas caras pero es que me saca de quicio y a veces no soy capaz de hacer caso omiso.
-Laura, mi vida: no tienes que disculparte por nada; ha sido un intercambio de opiniones ¿desde cuándo padres e hijos están de acuerdo en algo? Mi padre también suele atormentarme con sus salidas de tono y yo, a menudo suelo cabrearme con él, ya lo sabes.
-Sí… pero esta ha sido tu primera visita y yo me he comportado como una estúpida.
-No… él se ha comportado como un tonto… y… ¿sabes una cosa? Tienes madera de psiquiatra; utilizas buenos argumentos… tendrán suerte los pacientes que caigan en tus manos… y estoy seguro de que tu padre se siente muy orgulloso de tí.
-Seguramente… cuando sueña conmigo y me moldea a su gusto- le acaricié la mejilla y, de nuevo la besé.
-Buenas noches, mi amor.
-Buenas noches, hombre guapo.
Qué cosa tan mema; me volvía loco de atar cuando me llamaba “hombre guapo”: nunca he sabido si lo pensaba de veras o, si simplemente lo decía por cariño; me considero un hombre del montón: alto, un metro ochenta, delgaducho aunque luzco algo de barriga: mis ojos son grisáceos, no muy grandes pero rasgados; tengo el cabello corto y canoso, mas todavía se divisa aquel oscuro que un día fue… para mi gusto tengo la nariz demasiado grande pero parece que algunas mujeres la consideran un rasgo de gran personalidad en mi físico. Imagino que me conservo bastante bien: tengo una piel suave y pese a alguna que otra arruga no me puedo quejar de mi aspecto en general.
Pero cuando me miro al espejo cada mañana, temprano, para afeitarme antes de ir al hospital, me siento viejo, inservible y me asqueo de mí mismo; me detesto por ser tan débil y por mi falta de autoridad: esa incapacidad para frenar todo cuanto sucede a mi alrededor y poner orden y sentido a mi vida, me aborrece.
Pienso mucho en Laura; a menudo la odio por lo que es y por cómo es: y, seguidamente me maldigo por no haberme dado cuenta de la verdad oculta y por haberme dejado remolcar sin remedio hacia su cascada, tremenda y furiosa que me viene ahogando… Me acuesto con ella y me levanto con ella; en cuerpo y mente. Mientras me aseo, entra en el baño; no nos decimos nada, dependiendo de su humor la noche anterior. He aprendido con la experiencia de los años, a callar cuando su expresión adopta esa mirada con el ceño fruncido; mil pensamientos para nada calmosos deben de cruzar su cabeza, irremisiblemente: desearía poder preguntarle “¿qué te sucede, Laura? ¿por qué te sientes tan mal? ¿por qué te castigas tan duramente y por qué me castigas a mí e, indirectamente también a tu hija?”... pero si se me ocurriera insinuar lo más mínimo, todo se ennegrecería de pronto y caería la tormenta; una más sobre nosotros; gritos, recriminaciones, insultos y quizás manotazos que yo debería, de nuevo, aplacar con un, “perdona... es culpa mía... no tendría que… no volveré a…”. Resulta inútil y prefiero desviar la vista cuando a través del espejo ella me observa o, sencillamente se ojea rápidamente antes de darse una ducha.
Admiro su cuerpo cuando se desnuda: su piel blanquecina… está muy delgada; apenas come y lo entiendo: en nuestro trabajo el estrés se ha hecho hueco y se ha convertido en nuestro amargo y aceptado compañero; casi no vivimos; siempre de un lado hacia otro; primero al Hospital Agora, después a la clínica privada; reuniones, congresos, urgencias… pero nos adaptamos a todo ello hace mucho tiempo y decidimos que así sería: ahora entiendo que este ritmo frenético puede con ella. Los fines de semana cuando no viajamos alguno de los dos, que suele ser a menudo, nos relacionamos con los amigos; cenas, comidas… una excusa para no estar solos, para no caer en la amargura de nuestra realidad nefasta.
-Nos veremos mañana en la facultad- le dije.
-Sí…- estaba a punto de entrar en el coche cuando me llamó- Jorge…- me detuve y la miré- siento… siento lo que ha ocurrido esta noche durante la cena.
-¿A qué te refieres?- naturalmente, sabía de qué hablaba.
-Bueno… ya sabes; la discusión con mi padre… no quería que presenciaras malas caras pero es que me saca de quicio y a veces no soy capaz de hacer caso omiso.
-Laura, mi vida: no tienes que disculparte por nada; ha sido un intercambio de opiniones ¿desde cuándo padres e hijos están de acuerdo en algo? Mi padre también suele atormentarme con sus salidas de tono y yo, a menudo suelo cabrearme con él, ya lo sabes.
-Sí… pero esta ha sido tu primera visita y yo me he comportado como una estúpida.
-No… él se ha comportado como un tonto… y… ¿sabes una cosa? Tienes madera de psiquiatra; utilizas buenos argumentos… tendrán suerte los pacientes que caigan en tus manos… y estoy seguro de que tu padre se siente muy orgulloso de tí.
-Seguramente… cuando sueña conmigo y me moldea a su gusto- le acaricié la mejilla y, de nuevo la besé.
-Buenas noches, mi amor.
-Buenas noches, hombre guapo.
Qué cosa tan mema; me volvía loco de atar cuando me llamaba “hombre guapo”: nunca he sabido si lo pensaba de veras o, si simplemente lo decía por cariño; me considero un hombre del montón: alto, un metro ochenta, delgaducho aunque luzco algo de barriga: mis ojos son grisáceos, no muy grandes pero rasgados; tengo el cabello corto y canoso, mas todavía se divisa aquel oscuro que un día fue… para mi gusto tengo la nariz demasiado grande pero parece que algunas mujeres la consideran un rasgo de gran personalidad en mi físico. Imagino que me conservo bastante bien: tengo una piel suave y pese a alguna que otra arruga no me puedo quejar de mi aspecto en general.
Pero cuando me miro al espejo cada mañana, temprano, para afeitarme antes de ir al hospital, me siento viejo, inservible y me asqueo de mí mismo; me detesto por ser tan débil y por mi falta de autoridad: esa incapacidad para frenar todo cuanto sucede a mi alrededor y poner orden y sentido a mi vida, me aborrece.
Pienso mucho en Laura; a menudo la odio por lo que es y por cómo es: y, seguidamente me maldigo por no haberme dado cuenta de la verdad oculta y por haberme dejado remolcar sin remedio hacia su cascada, tremenda y furiosa que me viene ahogando… Me acuesto con ella y me levanto con ella; en cuerpo y mente. Mientras me aseo, entra en el baño; no nos decimos nada, dependiendo de su humor la noche anterior. He aprendido con la experiencia de los años, a callar cuando su expresión adopta esa mirada con el ceño fruncido; mil pensamientos para nada calmosos deben de cruzar su cabeza, irremisiblemente: desearía poder preguntarle “¿qué te sucede, Laura? ¿por qué te sientes tan mal? ¿por qué te castigas tan duramente y por qué me castigas a mí e, indirectamente también a tu hija?”... pero si se me ocurriera insinuar lo más mínimo, todo se ennegrecería de pronto y caería la tormenta; una más sobre nosotros; gritos, recriminaciones, insultos y quizás manotazos que yo debería, de nuevo, aplacar con un, “perdona... es culpa mía... no tendría que… no volveré a…”. Resulta inútil y prefiero desviar la vista cuando a través del espejo ella me observa o, sencillamente se ojea rápidamente antes de darse una ducha.
Admiro su cuerpo cuando se desnuda: su piel blanquecina… está muy delgada; apenas come y lo entiendo: en nuestro trabajo el estrés se ha hecho hueco y se ha convertido en nuestro amargo y aceptado compañero; casi no vivimos; siempre de un lado hacia otro; primero al Hospital Agora, después a la clínica privada; reuniones, congresos, urgencias… pero nos adaptamos a todo ello hace mucho tiempo y decidimos que así sería: ahora entiendo que este ritmo frenético puede con ella. Los fines de semana cuando no viajamos alguno de los dos, que suele ser a menudo, nos relacionamos con los amigos; cenas, comidas… una excusa para no estar solos, para no caer en la amargura de nuestra realidad nefasta.
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