dimarts, 21 de desembre del 2010

DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO

MI DIARIO

Realmente no sé por qué me decido a iniciar este diario: supongo que la presión de todo este tiempo; tantos silencios, tantas miradas rechazadas, tantas cosas que necesito decir pero que debo callar; pues nadie comprendería… en definitiva es una válvula de escape por todo aquello que vengo sufriendo en mi mutismo y que, absurdamente, por el trabajo que tengo, por la relación del día a día que mantengo con las personas que, como yo, aportan todo de sí mismas para ayudar en el bienestar de las pobres gentes que requieren de nuestras manos… por mi facilidad de palabra que, en el hospital todos atienden con gran interés, debería resultarme fácil acudir a mis mejores colegas y amigos y explicarles, detalladamente, cómo he sufrido estos largos años, mis penurias; esos insultos y esos golpes que, por mi naturaleza de hombre con mayor fuerza, he podido detener a tiempo en la mayor parte de las ocasiones… pero no me veo capaz; no resulta en absoluto, nada coherente que una persona, un varón de mi estatus social, mi trabajo y mi vida lujosa: aparentemente todo ello lo que cualquiera podría desear para ser feliz, acuda al exterior para reconocer con la mirada cabizbaja que sufre los malos tratos de su mujer desde hace tiempo: años. ¿Qué pensarían todos? Me mirarían como si estuviera loco, como si fuera un amargado que precisa de las atenciones a base de mentiras patéticas e increíbles… suena tan ridículo que con sólo imaginarlo desisto de cualquier intención… quizás en el fondo, lo mejor es mantenerlo en callada agonía puesto que sólo yo debo remediar mi situación y preguntarme por qué hemos llegado hasta aquí.
En nuestro tiempo actual, estamos acostumbrados a escuchar constantemente el lamento de cientos de mujeres que reciben palizas y abusos de sus despiadadas parejas: pobres señoras que, en situación de inferioridad física no saben defenderse de las patadas y de los puñetazos de sus maridos que, equívocamente se creen superiores a ellas solamente por el hecho de tener más adrenalina que descargar de sus cuerpos. Es cierto que en la historia del hombre y la mujer, ésta siempre ha quedado sometida a la categoría de “hembra”; su posición se ha reducido a la de entidad sin mente, sin voz ni voto que servía únicamente para alimentar a los hijos y cuidar de su señor.
Hoy por hoy todo está cambiando: estamos sufriendo una metamorfosis social que, en realidad augura algo positivo; la mujer se está desatando de sus cadenas y se enfrenta al mundo laboral y a las mismas condiciones que su enemigo más próximo; aquel que la retuvo durante siglos a una vida repugnante y machista. Ahora ya hablamos de feminismo y, por nuestras mentes algo prehistóricas todavía, no acabamos de aceptar que ellas hayan decidido coger las riendas de sus caminos y que no nos requieran para nada más que procrear: nos atemoriza como buenos cobardes que somos, que abandonen los hogares para sumergirse en sus trabajos tan o más importantes que los nuestros propios y nos repele que sean capaces de manejarse mucho mejor y más ávidamente de como hemos hecho los hombres hasta ahora. Digamos que la época en que corre, se han cambiado las tornas y son ellas las que nos empiezan a manipular a su antojo y nos hacen pasar por el aro; nos obligan a aceptar sus normas tanto si estamos de acuerdo como si no… y es que no queda más remedio que asentir y seguir viviendo, cada uno con su nuevo papel.
Y yo como hombre, me siento orgulloso de este progreso puesto que siempre he sido abierto de miras; es más; a Julia le hablo con toda claridad y la incito a que se abra hueco por el mundo sin temor y con la seguridad de que por ser mujer no tendrá menos oportunidades ni será inferior a otros que busquen aquello mismo que ella. Está en una edad difícil: a sus dieciséis años entiende perfectamente lo que sucede en su casa; las riquezas que la han envuelto casi desde niña, no subsanan el dolor psíquico que está hiriendo su futuro: por no decir su corazón y a veces temo, cuando la veo apoyada en el marco de la puerta y me observa con el mismo destello en la mirada azul que su madre… pero Julia es buena… también Laura, aunque de otro modo.
Entonces… si es cierto que las mujeres se están apropiando de nuestros “supuestos” lugares, me pregunto por qué no darse la misma situación de estrés y de soberbia en ellas respecto a nosotros. Pero aún así y pudiendo ser, a nadie le entra en la cabeza que un cardiólogo de cuarenta y dos años, casado con una psiquiatra de gran reputación y profesionalidad; mujer bellísima, educada, inteligente, cautivadora y presumiblemente, siempre al alcance de las circunstancias sociales que su entorno requiere… agradable y cariñosa con su hija y amistades múltiples, pueda estar supeditado, en la intimidad de su casa a los cambios de humor y a la rabia inusitada de ésta que, de manera horrible sufre una mutación de adentro hacia afuera que es inexplicable e implacable.

dilluns, 6 de desembre del 2010

DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO

Efectivamente, Miguel cerciorándose de mi obstinada fijación, decidió “acosar” a Laura después de una de sus clases: yo me resguardaba detrás de él como si temiera ser recriminado por ella que, instintivamente clavó sus preciosos ojos en mí antes de volver a fijarse en el chico larguirucho y morenazo que le obstruía el paso descaradamente.
-Perdona… ¿no nos conocemos de algo?- preguntó Miguel.
-Pues… si nos conocemos, supongo que, lógicamente será de la universidad ¿no crees?- una hermosa sonrisa surgió de sus finos labios rosados y la mirada le centelleó. Me pareció tan guapa; era tan atractiva con sus cabellos, ahora recogidos en una cola, sus tejanos de campana ceñidos por la cintura y su blusa azul claro y bajo el brazo la carpeta de estudiante que le otorgaba un aire de intelectualidad que, de hecho, más adelante demostró tener…
-Sí, bueno… pero, me preguntaba si te suena de algo este amigo mío que dice que eres la chica más linda que ha visto por aquí…- me tiró de un empujón hacia delante y me dejó plantado delante de ella. Me sentí como un verdadero idiota: veinticuatro años y con esa vergüenza impropia de mi edad. Laura me inspeccionó de arriba abajo, seria, circunspecta y, de nuevo apareció otra de sus radiantes sonrisas… me resultó imposible no dibujar otra sobre mi cara de mameluco.
-De hecho, no lo había visto por aquí…- me sentí defraudado y al momento continuó- pero la verdad es que me extraña que estudiando en la facultad y con lo majo que es, no haya reparado en él- hablaba dirigiéndose a Miguel como si yo no existiera y se refiriera a un simple muñeco u objeto cualquiera. De pronto, se centró en mí- ¿Te has especializado este curso?.
-Sí…- me puse la mano en la cabeza y empecé a remover el cabello tal y como haría cualquier niño pequeño en una situación comprometida- en cardiología.
-Vaya… te gusta tratar los asuntos del corazón… éso está bien: debes de ser un chico sensible…- sus pupilas se dilataron- me gustan los muchachos sensibles.- reí y ella también; para cuando quisimos darnos cuenta, Miguel ya se había ido: su papel de Celestino se había dado por concluido.
Aquella tarde comimos juntos un bocadillo, mientras charlamos y charlamos sobre lo que esperábamos del futuro: ella estaba dispuesta a llegar hasta la cima; deseaba entender la psique humana y poner fin a algunos de los conflictos interiores de la mente que tanto daño causan y que tan poco llegamos a comprender.
Me pareció una mujer vital y fuerte que tenía las ideas muy claras respecto a todo aquello que deseaba. Era práctica y muy crítica con ella misma y con el mundo que nos envolvía. Me gustó. Me gustó de verdad y ya aquella primera vez entendí que Laura, ojos de cielo, sería parte de mi vida y que sin ella darse cuenta me había encadenado irremediablemente.