dijous, 28 d’abril del 2011

DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO

Mi mirada aterrizó sobre la extensa alfombra de Crevillente de lana de color beige que descansaba bajo el peso del sofá y del sillón donde estaba Laura. Había penumbra en la sala; tan sólo alumbraba parte de ésta el pie rústico del salón, marrón óxido a un extremo del comedor, al lado del mueble. En las paredes color crema, se vislumbraban las sombras de algunos pequeños cuadros paisajísticos y de un bodegón colgado en la pared frente a la puerta. Quedé meditativo unos segundos y cuando ella se volvió hacia delante, yo aproveché para bajar la persiana y correr la cortina de estilo Nikei, color crudo que abarca casi toda la anchura del comedor. Escuché un leve suspiro y enseguida oí su voz:
-Así… ¿no piensas explicarme qué tipo de relación mantienes con Magda?.
-Laura, cariño ¿qué tipo de relación supones que mantengo con ella?. Es una buena compañera; hace años que trabajamos juntos, lo sabes desde siempre. Nos llevamos bien… no es más que éso.
-¿Me tomas por estúpida, verdad?- giró la cara y alzó la mirada hacia mí; me estremecieron sus ojos helados. Enseguida noté recorrer por mis venas aquel frío que me era tan desapaciblemente familiar y a continuación, presentí la parálisis en mis extremidades: aunque podía moverme, me resultaba totalmente imposible.
-Pero… ¿por qué? Claro que no te tomo por estúpida… Laura, no sé hasta dónde pretendes llegar. Entre Magda y yo no hay nada; sólo somos colegas y punto. Lo mismo que Peralta y tú- pronuncié el nombre clave porque de pronto adoptó una expresión desconcertada tal y como si pretendiera aclarar ella misma sus dudas.
-¿Peralta? ¿qué relación crees que tengo con él, eh? ¿insinúas que soy yo la que mantiene una aventura?.
-Oh, Dios mío, no… no he dicho éso. No compliques las cosas. Sólo quiero decir que las relaciones diarias en el hospital comportan buena armonía, ya está…
-¿Buena armonía? Yo creo que en tu caso hay mucho más… Me he dado cuenta de cómo te ha mirado durante toda la noche y de cómo te sonreía cuando tú la mirabas a ella. Podríais haber sido más decorosos, teniendo en cuenta que su marido y yo estábamos delante- ¿Magda me había mirado con lascivia? ¿a éso se refería? Mi ignorancia llegaba mucho más lejos de lo que yo pensaba.
-Pero…
-¿Para qué me insististe en que fuera a la cena? ¿pretendías que me diera cuenta de que llevas una doble vida? ¿de que con esa mujer tienes algo que conmigo no llenas?.
-¿Qué estás diciendo?.
-Oh, vamos Jorge… no te hagas el tonto!! Puede que no tengamos ningún tipo de relación en el Agora durante el día pero no implica que no se hable y no me lleguen comentarios. No vivo en una nube… Las personas inteligentes, saben actuar con prudencia- de modo que “alguien” había estado chismorreando por ahí que Magda y yo manteníamos relaciones.
-¿Quién te ha dicho que ella y yo estamos liados?
-¿Y qué importa? Maldita sea; es cierto y me es suficiente ¿de acuerdo?- se levantó del asiento con una ira descontrolada, tirando el vaso por el suelo, que había dejado sobre el brazo del sillón. Ni me había dado cuenta de que estaba vacío. Hasta entonces, su voz era medianamente relajada pero en ese momento subió tres tonos por encima de lo normal. Me espantó. A partir de ahí, empezaron sus razonamientos con improperios incluidos, al margen de mis explicaciones; de hecho, inexistentes.- Eres un cerdo! Un machista asqueroso! ¿No tienes suficiente conmigo? ¿has de follar con otra para sentirte más hombre? Sólo un mierda es capaz de callar en casa y salir a buscarse la vida fuera- escupía, literalmente, al paso que soltaba toda la rabia que sentía hacia mí. Daba vueltas por el comedor como si estuviera poseída y necesitara deshacerse de sus demonios: movía compulsivamente las manos y yo, me mantenía en mi sitio, reducido e inmóvil- ¿Sabes? El otro día vino a mi consulta una mujer de mi edad con un grave trastorno depresivo. Me contó que sabía que su marido le era infiel y que el muy cabrón hacía el amor con su amante en su propia casa. Le tuve que recetar Paroxetina- este fármaco pertenece al ISRS que es un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina, adecuado para enfermos de depresión- y la persuadí para que se preste a una terapia de apoyo. Tenía el ánimo por los suelos y yo, debiendo consolarla… ¿sabes lo que pensé?... que resultaba grotesco el hecho de que todo lo que le decía; todas las recomendaciones que le soltaba, tendría que aplicármelas a mí misma: sí, porque mi marido también me engaña con otra y he debido tragármelo hasta que esta noche, tu querida compañerita- levantó los dedos índice y corazón de las dos manos y los dobló con violencia un par de veces como para incluir el término entre comillas- se ha prestado abiertamente a insinuarme vuestra…- fijó la mirada en el suelo, buscando con desesperación a lo mejor en él, aquel vocablo que se ajustara más adecuadamente a sus sentimientos- … repugnante relación que me olía hacía tiempo. Mierda! No quería creerlo pero al final ha tenido que ser así ¿verdad?- pegó una patada a una de las sillas de la mesa y ésta se arrastró unos centímetros por encima del parqué con un chirrido que casi pareció un gemido. De pronto, me miró a los ojos y en sus mares de cristal observé un destello de fuego que me atemorizó- Dime algo, quieres!
-Yo… yo- empecé a balbucir tal cual fuera un niño tartamudo que no encontraba el modo de comunicarse ante la profesora y percibiendo la sonrisa oculta del resto de los alumnos.
-No sabes ni hablar… tú, el gran médico cardiólogo al que todos admiran… y en casa no eres más que un vulgar pedazo de carne: ¿qué dirían si te vieran ahora todos tus colegas, eh?: “fíjate, el Dr. Manlleu, el adúltero, se acojona ante su esposa cuando le pide explicaciones”. Magda debe de estar muy impresionada contigo por tu elegante y razonable forma de conversar; apostaría que se corre en las bragas cada vez que abres la boca delante de los demás… su amante, el hombre perfecto… ja!- me turbaba su vulgaridad; realmente Laura no acostumbra a ser una mujer de malas palabras; con Julia jamás ha mostrado un mal vocabulario: directamente con ella, no; a través de mí, por desgracia, sí. Decía todo esto gesticulando de un modo caricaturesco aunque en realidad la escena no tuviera ninguna gracia. Continuó sin ningún tipo de piedad- Ya le contaré yo unas cuantas cosas acerca de ti; posiblemente se dé cuenta del tipo de hombre que eres… ¿querrías?- la verdad es que no se me ocurría a qué tipo de cosas se refería y supuse que sus amenazas infundadas eran parte de su delirio. Aún así, me atreví a preguntarle.
-¿Qué cosas? Laura… no tiene sentido nada de lo que dices… no tengo ninguna relación extra- matrimonial con Magda… por favor, créeme.
Se quedó quieta sin quitarme la mirada de encima. No supe adivinar qué le pasaba por la mente hasta que de pronto, como a cámara lenta, la vi girarse y coger el jarrón de flores de encima de la mesa; tuve tiempo de apartarme por puro reflejo cuando éste me pasó rozando la oreja izquierda, estrellándose contra el estrecho trozo de pared que quedaba junto a la ventana, detrás de mí. Luego, cayó en mil pedazos sobre el mueble auxiliar de la esquina.
-Te odio, te odio!!- se abalanzó sobre mí y no tuve tiempo de parar la primera bofetada que me dio de lleno. A continuación, intentó pegarme de nuevo pero esta vez sí que puede detenerle la mano.
-Laura, mi vida, cálmate… cálmate… no pasa nada, ya está- ella luchaba por deshacerse de mí.
-Déjame!!- se retiró con un largo paso hacia atrás; tenía las mejillas llenas de lágrimas negras que resbalaban robándole el rimel de las pestañas.
Corrió hacia la puerta del salón y desapareció, escaleras arriba; escuché sus acelerados pasos hasta nuestra habitación y después, un portazo seco. Allí me quedé con la cara que me palpitaba por el manotazo y sin saber qué pensar. Me hervía el cerebro: notaba que me temblaban las piernas y el corazón me latía al menos a 130 pulsaciones por minuto.

dilluns, 4 d’abril del 2011

DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO

Abrí las puertas con el mando a distancia y se apresuró a entrar. Se acomodó en el asiento forrado de piel color crudo de nuestro Mercedes CLK AMG. Estaba nerviosa, por la manera en que se revolvía, arreglándose su elegante falda gris que, levantada, dejaba al descubierto sus estilizadas piernas vestidas en unas medias de seda, negras. Tiene tan buen gusto para escoger su vestuario... es elegante por naturaleza, así que cualquier prenda le sienta como un guante pero además ella sabe seleccionar su ropa y combinar los colores de un modo harmonioso.
Me senté a su lado y mientras ponía la llave en el contacto, alcé mis ojos grises hacia los suyos azules sabiendo que, tarde o temprano tendría que suceder.
Pregunté qué le pasaba:
-Nada, Jorge. No pasa nada- su voz era fría y cortante. Dejó de tocarse la falda y miró hacia delante, sin fijar la vista en nada concreto. Adoptó una postura de indignación, propia de una niña enfadada que sólo en aquel momento podría haber resultado graciosa.
-Cariño… ¿he hecho algo que te ha disgustado?- me acerqué a ella lentamente e hice el gesto de acariciarla pero lo repudió como solía hacer a menudo.
-No… tú nunca haces nada para molestarme, ya lo sabes… todo está en mi cabeza.
-¿Por qué dices éso? Lo pregunto de veras… si me he comportado mal o he dicho algo que no te ha gustado, quiero saberlo- agitaba la cabeza de un lado hacia otro, negando lentamente y se dibujaba una leve sonrisa en sus labios; una mueca malhumorada y de burla.
-Dime una cosa… ¿Magda y tú os entendéis muy bien, no es cierto? ¿Tenéis muchas cosas en común?- la pregunta me sorprendió sobremanera; realmente no esperaba que el motivo de su enfado tomara el camino de los celos. Casi se me escapó una risa que, por suerte, pude reprimir.
-¿Qué?.
No respondió… la miré durante unos segundos pero no pareció dispuesta a mantener ningún tipo de conversación. La verdad es que lo agradecí pero mientras arrancaba el coche, subía la rampa hacia la calle y ponía rumbo a Matadepera, divagué en mis pensamientos y me pregunté qué imagen debía de haber dado frente a Magda como para que Laura se planteara semejante idea.
Todo el trayecto lo hicimos en callado silencio; de vez en cuando le echaba un vistazo y la veía algo taciturna con el rostro sobre su mano derecha, apoyado el brazo en el de la puerta, observando por la ventanilla las luces anaranjadas y huidizas de los pueblos dormidos que dejábamos a nuestro paso por la autopista. Sus inmensos ojos claros miraban ensoñadores hacia fuera y yo deseaba hacer el amor con ella y, tonto de mí, esperaba que al llegar a casa nos desnudáramos y apagáramos y fundiéramos nuestro tremendo pasado como si nunca hubiera existido: tan sólo lo mejor de éste. Lógicamente no iba a ser de ese modo.
Llegamos a la vivienda: ella abrió la puerta del coche y se apeó de manera ágil; mientras yo guardaba el Mercedes, Laura se apresuró a entrar en el domicilio. No esperó a que aparcara el vehículo; tenemos un gran garaje con espacio suficiente para tres o cuatro coches; a veces me da por pensar que dentro de cuatro días se reducirá cuando Julia tenga su propio auto. Esa noche me cruzó la mente tal idea y di gracias a que mi hija no estuviera allí para presenciar otra más de las reyertas de sus padres. Entonces, sólo tenía diez años. Había ido a dormir a casa de Marta; su mejor amiga.
Entré en casa por la puerta interior, directamente. Cuando pasé al comedor, la vi junto al enorme ventanal que descubría nuestro formidable jardín y recorrí con la mirada la olivera que quedaba justo delante del ángulo en el que me encontraba, iluminada por el foco verde que situamos bajo ella para destacarla de las demás por ser la más grande de las cinco que tenemos y también la más antigua.
Ella estaba sentada en la butaca de orejas, girada hacia fuera y agarraba con la mano un vaso de wisky, lo cual me desagradó absolutamente porque era una señal inequívoca de su enojo. No acostumbra a beber, salvo durante los festejos con amigos, en las ocasiones especiales o bien cuando su cabeza empieza a arremolinar algún tipo de incomprensible pensamiento para mí… Aquella noche ya había tomado varias copas de vino y de cava, así que tenía rebasado el cupo, de sobras. Me acerqué con paso lento y me situé junto a la chimenea que caía a su izquierda; me sentía alterado y sólo deseaba dejarla allí, subir las escaleras a toda prisa hasta el dormitorio, sacarme la ropa, tirarme en la cama y descansar hasta la mañana siguiente. En cambio, me quedé junto a ella como un auténtico gilipollas. Una vez más, no sabía qué decirle; me sentía como un perro a los pies de su dueña, esperando ser recriminado y castigado por una fechoría.
-¿Tienes frío? ¿Quieres que encienda el fuego?- la verdad es que la pregunta sonó totalmente absurda; nos encontrábamos a mediados de octubre pero el frío todavía no había decidido mostrarse: casi podíamos vestir con simples mangas de camisa. Laura no se giró hacia mí y simplemente respondió un sórdido “no” y dio un pequeño sorbo dejando marcados en el vaso, sus labios color carmesí.
Miré con cautela alrededor, repasando el salón como si me fuera anónimo y quisiera inspeccionarlo a escondidas de los propietarios. Me siento orgulloso de mis posesiones; puede que nuestro matrimonio resulte una farsa muy bien llevada y desconocida a vistas del exterior: la pareja feliz y compenetrada al cien por cien; pero por lo menos debo reconocer que tenemos excelente gusto y talento suficiente para ganarnos a pulso el lujo que nos envuelve.
Observé la mesa de estilo colonial a un lado del comedor con su tapiz blanco y el jarrón de flores siempre frescas encima de ésta que Sonia, la chica que nos hace las tareas domésticas, se encarga de renovar cada tres días. Al lado de la puerta, el gran mueble fabricado en madera de Mindi: con su vitrina, en la que asoma la vajilla de porcelana que nos regalaron mis suegros para la boda; al otro extremo del módulo, el casillero en el que Laura ha ido colocando algunas de las piezas y figuras que a lo largo de todos estos años hemos coleccionado de nuestros viajes a la India, Turquía, Costa Rica, Nicaragua, Argentina o Canadá y a distintas ciudades de Europa: escapadas que hemos hecho en compañía durante nuestras vacaciones de Semana Santa, verano o Navidades.
Sobre el armario, una estantería de cristal en la que reposan algunos retratos de Julia en distintas etapas de su niñez: perpetuamente preciosa con su inocente sonrisa y los enormes ojos de Laura en su rostro.