dimecres, 27 de juliol del 2011

DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO

Recuerdo que nos acostamos por primera vez, un martes. Fue un día de duro trabajo. Nos quedamos en la clínica hasta las once de la noche. Habíamos tenido más pacientes de los estipulados y además a última hora se me había presentado una urgencia; un hombre de mediana edad había entrado con paro cardíaco. Tuve pues que retrasar un cúmulo de expedientes y a más a más a la mañana siguiente partía hacia Bruselas y debía acabar de preparar la conferencia. Efectivamente, podría haber dejado mi última tasca para cuando llegara a casa pero me sentía más relajado en mi despacho, a la luz de la lámpara alógena y alejado de lo inesperado.
Magda todavía se paseaba por allí y de vez en cuando entraba en la consulta para guardar fichas en el archivador y preguntarme si requería de su ayuda. Estaba especialmente hermosa; o por lo menos a mí me lo pareció. Yo, había telefoneado a Laura para avisarla de mi demora; no se inmutó: es cierto que los dos estamos más que acostumbrados a los retrasos y a las largas noches en el hospital o en la consulta privada por saturación de faena. Una vez más, entró Magda con su tímida sonrisa:
-¿Cómo vamos? ¿has finalizado la charla de mañana?.
-Sí…- me levanté y me quité la bata blanca, colgándola en la percha de la puerta y cogiendo la chaqueta de vestir- Uf! Menuda tardecita, eh!
-Y que lo digas… menos mal que estamos preparados para todo- me miró cariñosamente- ¿Sabes la señora Rosario: a la que pusimos un marcapasos el mes pasado?- asentí descuidadamente, recogiendo la carpeta de encima de la mesa y guardando algunos papeles en mi cartera. Puse el dedo en el interruptor de la lámpara y entonces miré a Magda con interés, esperando a que me explicara- Pues resulta que me ha llamado esta tarde hacia las siete para decirme que no se encuentra bien; que le duele la zona donde le implantaste el aparato y me preguntaba si no era posible que se lo hubieras colocado mal- rió, mostrando sus grandes dientes. También sonreí.
-Bueno… puede que se le haya infectado un poco. ¿Le has dicho que se pase por la clínica?.
-Sí; la he citado para el jueves aunque esta semana la tenemos hasta los topes- levanté la mirada hacia el techo, cómicamente- No te quejes… ya querrían muchos vivir como tú.
-¿Ah, sí? ¿y cómo vivo yo?- mientras esperaba su respuesta, apagué la luz y le cedí el paso, señalando con una mano hacia fuera.
-Pues… ¿cómo te diría, doctor?... digamos que llevas un muy buen nivel de vida.
-Ah…- asentí con la cabeza de nuevo, lentamente y arqueando las cejas en un gesto simpático, añadí- vaya; que soy un maldito médico millonario ¿no?.
-Millonario, sí… maldito, no.
Caminamos juntos, despacio, cruzando la oscura sala de espera tan sólo asomando en ella las luces de emergencia y pasamos por delante de recepción hasta la puerta de salida de la clínica; seguimos bromeando acerca de mi estatus social. Cuando salimos a la calle, un fuerte viento frío nos abofeteó a los dos: en ese preciso instante cayó un rayo seguido de un fuerte trueno que casi pareció sacudir los bloques de pisos que circundaban la gran avenida donde se encontraba nuestro edificio.
-Caramba, qué tormenta se nos viene encima- empezaron a caer pequeñas gotas de agua que aumentaron rápida y progresivamente de tamaño. Miré a Magda que, refugiada en su grueso anorak gris, alzaba la vista al cielo para asegurarse de que la lluvia caía de él. Sentí un súbito impulso de besarla. Como intuyendo mi mirada, bajó los ojos hacia mí y ensanchó los labios en una sonrisa.
-Qué mala pata tengo. Ayer traje paraguas y no cayó ni una gota y hoy, he salido de casa pensando que no me sería necesario con el sol espléndido de la mañana y ahora el tiempo se decide a empeorar.
-Será que te tiene manía…
-Pues va a ser que sí – arrugó la nariz, simpáticamente.
-Bueno: mientras se decide a caer una tromba de agua, te invito a cenar y luego te acerco hasta casa con el coche.
-No me negaré…- de nuevo su hermosa sonrisa provocó en mi cuerpo una excitación que me sorprendió agradablemente.
Cenamos en un bar-restaurante que teníamos justo enfrente de la clínica. Era pequeño pero acogedor y yo lo conocía sobradamente de tomarme un respiro y un café cada tarde cuando llegaba del Agora, antes de continuar con la sesión en la privada.
La comida era buena y los platos bastante abundantes; nos lo dejamos casi todo, más por cansancio que por falta de apetito. Estuvimos hablando sobre el hospital, sobre pacientes, sobre algunos de nuestros compañeros y hacia el final cuando tomábamos el café, la conversación se volvió algo más personal. Magda se quedó callada un rato y le pregunté en qué pensaba:
-En nada… - me miró tímidamente y bajó sus ojos castaños hacia la taza.
-Vamos… siempre hay algo en lo que pensar… no eres una mujer de mente en blanco.
-¿No soy una mujer de mente en blanco?- rió – Original manera de describir un rasgo de mi persona.
-Es positivo…
-Desde luego.
-Venga, dime qué pensabas.
-Es que no resulta fácil decirlo, Jorge…
-¿Ah, no? ¿y eso por qué? ¿es que estás preocupada por algo? Sabes que puedes confiar en mí: hace años que nos conocemos…
-Muchos años… demasiados…
-¿Demasiados? ¿qué quieres decir; es que estás harta de mí? Te trato bien ¿no?- de pronto me sentí como un horrible empresario explotando a su obrera.
-Claro que sí, tonto… no es éso…
-¿Entonces? ¿por dónde van los tiros? Ya sabes que soy un poco lento para captar ciertas cosas.
-Ya… está claro que vives en otro mundo: por muchas señales de humo que se te hagan a lo lejos, no coges ni una- levantó la mirada y noté un brillo extraño en ella- ¿No te das cuenta, verdad?- negué con la cabeza intentando no perder detalle de nada de lo que pudiera decirme- Aix…- suspiró jocosamente- ¿Soy como todas, no?
-¿Como todas? ¿Como quiénes?
-Déjalo, anda… - se quedó seria y me pareció que se sonrojaba. Entendía perfectamente a lo que se refería, claro.
Crucé los brazos encima de la mesa y clavé mis ojos grises en su avergonzado rostro:
-¿Quieres decir si me fijo en tí como en otras mujeres? Pues la respuesta es que no: te veo de un modo especial.
-Claro… como tu ayudante primera; sólo como una de tus colaboradoras que tiene un cargo “algo” más relevante que otras.
Sin quitar mi mirada de ella, entrecerré los ojos:
-Te equivocas; lo que siento por tí no tiene nada que ver con tu trabajo ni con tu cargo.
Sonreí levemente aunque en mi interior se agrandó la sonrisa cuando vi su cara resplandeciente de cierta ilusión.
-Hace tanto tiempo que me gustas; tanto que lo vengo callando… me estaba volviendo loca. Jorge, me siento mal; sé que estás con Laura, que tenéis una hija y que todo ésto está fuera de lugar pero ya no podía reprimirme. Lo paso tan mal cuando estamos juntos y sé que no me perteneces a mí; que por más que mi cuerpo me lo pida, no puedo besarte, acariciarte…- de nuevo bajó la mirada, entonces yo alargué mi mano por encima de la mesa y cogí la suya: grande y fuerte para pertenecer a una mujer; seguí mirándola durante unos segundos.
-Los sentimientos no pueden reprimirse, Magda. No te sientas culpable de nada. Pasamos muchas horas unidos. Yo también me dejo llevar e igualmente debo controlarme. Eres una mujer preciosa- al escuchar mis palabras, parpadeó repetidamente, me lanzó una mirada cohibida y la desvió hacia la mesa de al lado donde empezaba a cenar una pareja que cuchicheaba y reía de vez en cuando. Por supuesto, no les prestaba atención a ellos- No creas que me resulta sencillo apartar mi pensamiento de tí cuando estamos en medio de una intervención y te tengo al lado: ni cuando entras y sales del despacho mientras tengo visitas, aquí en la clínica… trastornas a cualquier hombre- volví a encontrarme con su castaño oscuro en mis pupilas y asentí para dar fiabilidad a lo que le decía.
-Entonces… ¿qué debemos hacer, doctor Manlleu?- estaba tan atractiva justo en aquel momento, con su corto y rizado cabello negro azabache, insinuando un largo cuello, cubierto por un jersey alto de color anaranjado y a la luz de la vela que dejaban en cada mesa para ofrecer un aire más romántico al local, que entonces sí tuve que hacer un verdadero esfuerzo por no desatarme allí mismo. Me asombré por los impulsos que me empezaban a abrasar el cuerpo y que sentí por primera vez hacia ella de un modo casi salvaje pero también los atribuí al vino que habíamos tomado y que había caído en nuestros estómagos demasiado vacíos. Me dejé arrastrar por el deseo irrefrenable.
-¿Preferirías que fuéramos a otro lugar antes de que te lleve a casa?
-¿Tú qué crees?
Así que la llevé a uno de los mejores hoteles que conocía de las convenciones sobre cardiología que se habían celebrado en la ciudad y allí pasamos dos largas horas durante las que me alegré de conocer su bellísimo cuerpo y con las que disfruté de él. En aquella primera ocasión, apenas hablamos; teníamos la lívido tan subida que tan sólo nos dedicamos a gozar del placer.

dimarts, 19 de juliol del 2011

DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO

Ahora, mientras escribo estas líneas y recuerdo aquel día, siento compasión de mí mismo; la sentí entonces pero realmente no te das cuenta de las cosas hasta que no pasa el tiempo y miras hacia atrás para cerciorarte de que verdaderamente ocurrieron y para preguntarte por qué permitiste que así fuera, en contra de tu voluntad. Dicen que el amor no tiene fronteras y debería ser cierto porque sino, no encuentro respuesta a mi obediencia y a mi carácter sumiso después de tanto odio y despotismo recibido a cambio. Es ridículo, me he repetido una y mil veces a lo largo de mi vida junto a Laura, que un hombre de mis características y con mi cargo de responsabilidad, se reduzca a tan poco en su mundo personal y familiar; pero he ido asumiendo que, quizás como muchos, soy dos personas diferentes encerradas en un mismo cuerpo: el Jorge atrevido, inteligente, receptivo, práctico, eficiente y respetado en su vida laboral y el Jorge introvertido, débil, vulnerable, febril y entregado en su vida particular. Es de este modo y no puedo evitarlo.
El hecho es que, actualmente y desde hace largos meses, sí mantengo una relación con Magda; si volviéramos a discutir Laura y yo, podría darle la razón al cien por ciento y puede que su estallido de histrionismo estuviera completamente justificado.
Con esta mujer me siento a gusto: cuando estamos juntos en nuestras salidas clandestinas después de dejar la clínica o bien cuando aprovechamos una simple hora de comida y nos encontramos en un hotel, estoy abierto y relajado. Charlamos animadamente; a veces del trabajo y en muchas ocasiones, de ella; de sus conflictos; pero en general es una persona muy optimista. Yo, procuro hablar lo mínimo acerca de mí y aunque me pregunta e intenta averiguar de mi pasado y de mi cotidianidad, casi siempre me mantengo huraño al respecto y desiste rápidamente como si intuyera que pisa terreno ajeno.
Hacemos el amor lenta y apasionadamente. Nunca una queja, jamás una recriminación. Ella es libre pero sabe que yo no… y seguramente es consciente, por mucho que le cueste admitirlo, de que estoy enamorado de mi esposa.
Creo que fue Magda la que dio el primer paso. Cuatro años después de mi supuesta relación con ella y tras un largo tiempo de nuestro café de consuelo cuando aquel día la hallé llorando, empezó a mostrarse más cercana; sí que me di cuenta claramente entonces, de que se arreglaba mucho; es una mujer de una belleza un tanto exótica y sabía maquillar perfectamente sus rasgos más destacados: los labios, de una sensualidad que no me pasó desapercibida en su momento: qué hombre no está despierto al sexo por muy saturado que se encuentre o por más nefasta que sea su vida… la tendencia no nos abandona.