Ahora, mientras escribo estas líneas y recuerdo aquel día, siento compasión de mí mismo; la sentí entonces pero realmente no te das cuenta de las cosas hasta que no pasa el tiempo y miras hacia atrás para cerciorarte de que verdaderamente ocurrieron y para preguntarte por qué permitiste que así fuera, en contra de tu voluntad. Dicen que el amor no tiene fronteras y debería ser cierto porque sino, no encuentro respuesta a mi obediencia y a mi carácter sumiso después de tanto odio y despotismo recibido a cambio. Es ridículo, me he repetido una y mil veces a lo largo de mi vida junto a Laura, que un hombre de mis características y con mi cargo de responsabilidad, se reduzca a tan poco en su mundo personal y familiar; pero he ido asumiendo que, quizás como muchos, soy dos personas diferentes encerradas en un mismo cuerpo: el Jorge atrevido, inteligente, receptivo, práctico, eficiente y respetado en su vida laboral y el Jorge introvertido, débil, vulnerable, febril y entregado en su vida particular. Es de este modo y no puedo evitarlo.
El hecho es que, actualmente y desde hace largos meses, sí mantengo una relación con Magda; si volviéramos a discutir Laura y yo, podría darle la razón al cien por ciento y puede que su estallido de histrionismo estuviera completamente justificado.
Con esta mujer me siento a gusto: cuando estamos juntos en nuestras salidas clandestinas después de dejar la clínica o bien cuando aprovechamos una simple hora de comida y nos encontramos en un hotel, estoy abierto y relajado. Charlamos animadamente; a veces del trabajo y en muchas ocasiones, de ella; de sus conflictos; pero en general es una persona muy optimista. Yo, procuro hablar lo mínimo acerca de mí y aunque me pregunta e intenta averiguar de mi pasado y de mi cotidianidad, casi siempre me mantengo huraño al respecto y desiste rápidamente como si intuyera que pisa terreno ajeno.
Hacemos el amor lenta y apasionadamente. Nunca una queja, jamás una recriminación. Ella es libre pero sabe que yo no… y seguramente es consciente, por mucho que le cueste admitirlo, de que estoy enamorado de mi esposa.
Creo que fue Magda la que dio el primer paso. Cuatro años después de mi supuesta relación con ella y tras un largo tiempo de nuestro café de consuelo cuando aquel día la hallé llorando, empezó a mostrarse más cercana; sí que me di cuenta claramente entonces, de que se arreglaba mucho; es una mujer de una belleza un tanto exótica y sabía maquillar perfectamente sus rasgos más destacados: los labios, de una sensualidad que no me pasó desapercibida en su momento: qué hombre no está despierto al sexo por muy saturado que se encuentre o por más nefasta que sea su vida… la tendencia no nos abandona.
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