dissabte, 22 d’octubre del 2011

DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO

Al día siguiente Laura ya no vino de buen humor y tuve que tragarme su desidia, sin rechistar, por temor a que la emprendiera a gritos como de costumbre y para evitar que mi hija se sintiera mal.
Realmente me cuestiono a mí mismo por qué no cedo a Magda; es una mujer tan simple, tan cautivadora, tan racional, tan tierna y entusiasta... tan... corriente. Valoro el más mínimo detalle en su forma de ser porque me resulta tentadora y veo en ella una salida que no debo aceptar; sería demasiado egoísta e injusto por mi parte utilizarla para huir de mis pesadillas y así contagiarla de todas las penas acontecidas en el pasado y sé que acabaría por convertirla en una desdichada a mi lado: ahora vivo sin volver la vista pero cuando abandonara mi tétrico sendero para desviarme hacia el más protector, tarde o temprano acudirían a mí los fantasmas del ayer y mi desazón se adueñaría, sin dejarnos descansar a ninguno de los dos.
Estoy seguro de que un día, Magda se cansará de esta situación y su atención empezará a centrarse en cualquier otro hombre; por un lado, me duele pensarlo, ya que la necesito más de lo que yo mismo querría; pero también me alegraré: no hay nada que desee más en el mundo que su felicidad... y la de Julia, por descontado.
A veces intento distanciarme de ella; procuro ser algo grosero en mis respuestas, evitando palabras dulces y objeciones insinuadas; rechazando citas, mostrándome desatento cuando se dirige a mí por cuestiones personales, obligándome a estar ocupado; tonteando ante ella con otras mujeres... sobretodo, a raíz de esta noche que pasamos juntos: sin embargo, me siento mal y acabo por condescender en la mayoría de las ocasiones. Es tan sensible que me estrellaría de cabeza contra la pared una y otra vez si llegara a hacerle daño con mis patochadas. Es Magda... y me brinda lo mejor de sí misma.
Indudablemente, si remuevo los recuerdos, algo que nunca me ha gustado hacer y que ahora estoy poniendo de manifiesto en estas páginas, decido que los dos peores momentos de martirio que viví con Laura fueron; la muerte de su padre y el aborto.
El aborto aconteció mucho antes que el fallecimiento de Ernesto. Sucedió cuando Julia tenía seis años. Fue un embarazo no deseado, concebido en una noche que salimos con unas parejas amigas y llegamos demasiado “contentos” a casa; ella estaba muy despejada y yo la seguí... y, juego por juego, acabó convirtiéndose en algo fortuito. Llegó en muy mal momento ya que justo por aquel entonces, Laura estaba a punto de ser nombrada jefa del departamento de psiquiatría en el hospital: algo que, naturalmente le hacía mucha ilusión y que, consabidamente, le reportaría más tarea y, por lo tanto, menos tiempo libre del que ya apenas gozaba.
Una mañana de domingo, se levantó y se encerró en el baño a vomitar. Con la experiencia de Julia ya no hizo falta preguntarse nada; era evidente que estaba preñada.
La noticia le cayó fatal y para no perder la costumbre, me atribuyó a mí el infortunio. Yo era el único culpable por haberla embarazado. Los meses anteriores a la pérdida, fueron un calvario de constantes represalias.
Una tarde, mientras estaba en el Agora ( todavía no trabajaba en la clínica ) me llamaron de la consulta privada de Laura; era su secretaria y con una voz algo consternada me hizo saber que habían ingresado de urgencias a mi mujer por unas pérdidas que se preveían como un posible aborto. Salté de la butaca, corrí al vestuario, me cambié, hablé con el Dr. Bartolomeu, pedí a mis compañeros que intervinieran en mi lugar y se hicieran cargo de todo lo pertinente y desaparecí de su vista como un rayo.
Cuando llegué al hospital donde la habían trasladado y al abrir la puerta de su habitación, casi sin aliento por las prisas y los nervios de haber estado en una retención de tráfico durante hora y media hasta llegar a mi destino durante la cual llamé para informarme sobre el estado de mi esposa sin que supieran decirme nada, la encontré estirada en la cama, pálida y agotada por la anestesia. Estaba de siete meses y lo había perdido. Le habían tenido que practicar una cesárea. Estiró la mano para que le ofreciera la mía; me senté en la silla que descansaba junto al camastro y sosteniéndosela, se la besé.

diumenge, 2 d’octubre del 2011

DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO

-Hola, cariño ¿cómo va todo por ahí?... claro, me lo figuro... ¿ahora has acabado de cenar?... sí... he hablado con ella: mi madre la ha invitado a un chino... sí, sí he cenado en el bar y ahora estaba leyendo un poco antes de dormir- iba mirando a Magda sin que ella se diera cuenta: ojeaba un libro acerca de las técnicas del Yoga- Sí, mañana estaremos en casa cuando llegues: ¿sobre las tres?... pues adonde tú quieras. De acuerdo: cuídate. Hasta mañana... yo también- estas dos últimas palabras las pronuncié en voz baja: era evidente que respondía a un “te quiero” que Magda no hacía falta que escuchara en boca de Laura para tener la certeza.
Colgué el teléfono y lo dejé de nuevo al lado de la lamparita. Como si no pasara nada, le hablé animosamente:
-¿Qué haces leyendo un libro sobre Yoga? ¿es que lo practicas?.
-Sí... ¿lo encuentras ridículo? Para tu información, te diré que los hindúes tienen la mente mucho más despejada que nosotros los occidentales y es gracias, en parte, a la relajación- me dio la explicación con un tono algo irritado. Yo también me incorporé un poco sobre el cojín y le toqué la espalda.
-Mujer, no lo encuentro ridículo; al contrario, me parece interesante. Me iría bien controlar un poco más este cerebro que sirve para poco a estas alturas de la vida.
-Pues ya te lo pasaré cuando termine, si de verdad te parece sugestivo- volvía a estar enfadada. No le dije nada y me la quedé mirando con las cejas un poco arqueadas. Ella, después de depositar de nuevo el libro en el cajón, también me miró.
-¿Qué te pasa?
-Nada... ¿qué me va a pasar?- mentía muy mal.
-Entonces ¿por qué me hablas así?
-¿Así, cómo? Te hablo de una manera normal.
-No... antes estabas contenta; ahora estás mosqueada.
-Ya... veo que tu mujer te tiene muy controlado ¿no?- no quería pronunciar el nombre de ella.
-¿Porque me ha llamado?... no lo suele hacer; debía de estar aburrida.
-Que superficialmente hablas de ella... sin embargo eres muy afectuoso... “cariño”...
-Vamos, Magda, es mi modo de expresión. Sabes que soy así: en el hospital le digo cariño incluso a Juana- es una de las enfermeras más antiguas de planta: tiene sesenta y dos años. La verdad sea dicha; no es muy agraciada pero su bellísima persona suple la fealdad física que a todos nos pasa inadvertida.
-Mira, Jorge; ya sabes a lo que me refiero o sea que no me vengas con tonterías.
-Laura es mi pareja: no puedo evitar estar en contacto con ella. Es lógico que quiera saber qué hago y que me pregunte por Julia, si está de viaje. Yo también la telefoneo cuando estoy fuera. ¿No hacías tú lo mismo con Enric?
-Nosotros no viajábamos con todos los gastos pagados- se enfurruñó y empezó a molestarme su actitud inmadura.
-No seas niña, Magda. Somos adultos y sabemos lo que hay entre nosotros. Nunca te he engañado; desde el principio fuiste consciente de lo que teníamos y estuviste de acuerdo ¿no?.
Se giró hacia mí tapándose con la sábana casi hasta el cuello:
-Sí, es cierto; sabía de sobras que estabas casado pero no me pidas que mantenga intactos los sentimientos de aquellos primeros momentos; te he ido conociendo de un modo distinto: hemos paseado juntos; hemos cenado a la luz de las velas, hemos hecho el amor, te he hablado de mi vida aunque tú seas tan celoso de la tuya y, para colmo, pasamos todo el día el uno al lado del otro... no pretendas que te trate como a un amigo con el que tengo derecho a roce de vez en cuando, siempre que tu vida personal te lo permita.
-Es que no podría ser de otro modo...- la miré con rabia.
-¿Ah, no?... ¿puedes decirme, Jorge, qué significo para tí?- su pregunta me incomodó: demasiado personal, demasiado concreta y yo tampoco tenía la respuesta acertada; no al menos la que ella quisiera escuchar. No tenía un buen día para devanarme los sesos; quería que todo resultara sencillo y nada más. Mi vida ya se complicaba suficiente con Laura. Por lo tanto, bajo su mirada interrogante, repliqué erróneamente.
-Eres una buena amante.
Automáticamente vi sus ojos enrojecerse y llenarse de lágrimas. Su boca temblaba como si un inoportuno escalofrío se hubiera adueñado de ella. La palabra “cabrón” parpadeó en mi cabeza en grandes y brillantes letras de neón. Sus hombros temblaron y se echó a llorar sin poder controlar las emociones. Para variar, no supe qué hacer. Me sentía grotesco; medio incorporado en su cama, desnudo bajo la sábana con el miembro tan flácido como mi cerebro en aquellos precisos instantes. Estiré los brazos para abrazarla pero no tuve tiempo porque Magda se levantó, en un solo movimiento se cubrió con el camisón y desapareció del dormitorio. En cuestión de segundos oí cerrarse con el pasador, la puerta del lavabo. Me pasé la mano por la cara, frotándome los ojos y acariciándome el mentón intentando despojarme de las oscuras ideas y me dije en voz baja: “imbécil; eres un perfecto imbécil”. Levanté la vista hacia el comedor. Me puse en pie, me vestí con los calcetines y los pantalones y me dirigí al baño. Piqué débilmente a la puerta con los nudillos. No respondió.
-¿Magda?- apoyé la oreja y oí sus sollozos- Magda, cariño, perdóname; a veces soy un miserable- volví a picar, esta vez algo más fuerte- No te enfades conmigo... por favor...- seguía llorando y yo no tenía ni idea de qué decir. Era una escena un tanto dura. Me quedé meditativo durante un rato esperando su reacción y, finalmente pregunté- ¿Quieres que me vaya?- me pareció la mejor opción porque imaginé que no tendría ganas de estar con un hombre cargado de procacidad, como yo. De nuevo callé y presté atención. Su voz sonó un poco congestionada, como si estuviera pasando por un fuerte resfriado.
-No, no te vayas- percibí el sonido del rollo de papel higiénico al girar, el crujir de un trozo arrancado y a continuación la escuché sonarse la nariz. Al poco rato, corría el cerrojo, de nuevo. Entreabrió la puerta y la pude ver; los contornos de los ojos, irritados y un poco hinchados. Me miró con una expresión tristísima y todavía me juzgué más cretino que antes- Lo siento: no tenía derecho a ponerme así. Pero tampoco esperaba una respuesta tan cruel.
-Lo sé... lo siento; soy un capullo.
Se pasó un minúsculo trozo de papel por debajo de las pestañas inferiores. Se dirigió al sofá y se sentó en él. Hizo una bolita del papel mirándola descuidadamente mientras la estrujaba.
-¿De verdad que solamente soy para tí una amante con la que pasas el rato? ¿no hay nada más que éso?
Yo, seguía de pie junto al aseo y la escrutaba con la mirada. Le veía la espalda en la que se trazaba una recta espina dorsal marcada bajo su piel morena y también bajo la tela que vestía. No dije nada y ella continuó hablando:
-Estoy enamorada de tí y no puedo evitarlo. Te aseguro que cada mañana me digo a mí misma que todo ésto es un disparate. Me propongo seriamente que al llegar al hospital me olvidaré de Jorge y veré al Dr. Manlleu... pero me resulta imposible... Dios mío; es superior a mis fuerzas. Y me odio y te odio porque sé que Laura es tu mundo y yo ni tan siquiera aparezco en él cuando estás con ella- se dio media vuelta y apoyando la pierna sobre el respaldo del sillón, clavó sus bonitos ojos castaños, de nuevo amenazando lágrimas, en los míos- Dime que no estoy loca, por favor...
Me senté a su lado y le acaricié el cabello, intentando recogerle un tirabuzón tras la oreja.
-No estás loca, Magda... entiendo cómo te sientes. A veces no me detengo a pensar en lo que digo y soy capaz de mostrarme cínico; ya me conoces- asentía en silencio con la atención puesta en una peca que tiene en el brazo derecho- Mira; mentiría si te dijera que no quiero a Laura pero también lo haría si te negara que siento algo más hacia tí que un simple aprecio. No obstante, debes entender que yo no puedo dejar mi vida colgada. Pese a tenerlo todo y vivir como un señor, no soy feliz pero es el camino que me he labrado y no tiene marcha atrás...
-¿Por qué no?- interrumpió
-Pues porque éste es mi destino y no me veo ni capacitado ni preparado para dejarlo a medias. Tengo una hija y necesita la unión de sus padres- un nuevo pensamiento asaltó mi mente; era evidente que el tipo de relación que sus progenitores mantenían resultaba más negativa de lo que la afectaría un divorcio por más que pudiera dolerle hasta hacerse a la idea.
-Julia ya es mayorcita, Jorge: Pablo y Marc eran más pequeños y asimilaron bien la separación entre su padre y yo.
-Precisamente... por ese motivo lo aceptaron mejor. Julia está en una etapa crítica. Pero... tampoco es ella la principal causa. Ya te digo que no estoy en condiciones de un cambio en mi vida: no por ahora.
-Así que, de hecho, he de pensar que no rompes con tu rutina, por Laura- se obcecaba ciegamente en un masoquismo que tampoco distaba mucho de la realidad.
-Noo... ni por Julia ni por Laura; es por mí: así de claro ¿sí?- en mi gesto asiduo, arqueé las cejas y mis ojos grises la calmaron.
-Muy bien... supongo que no tengo argumentos para replicarte- puso su mano sobre mi pecho como rato antes había hecho en la cama- Maldigo ese pragmatismo en tu forma de ser: siempre tan conexo y evidente en tus razonamientos... ¿nunca te dejas llevar?- negué con la cabeza. Bajó la mano hacia mi tripa y sonrió, iluminándosele el rostro y a mí el alma- Qué mala soy... tampoco tienes tanta barriguita...
Me incliné encima de ella y volvimos a mantener relaciones en su sillón; después, la alcé en brazos y la llevé a la cama de nuevo y allí continuó nuestra exaltación.