dimecres, 9 de març del 2011

DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO

Me despedí de sus padres cerca de la media noche; había traído mi coche; un SEAT 850 que aparqué en el garaje de la casa. Laura bajó a despedirme; soplaba todavía una agradable brisa que presagiaba el dulce verano: la volví a mirar; a la luz de la luna llena, distinguí su medio rostro iluminado por las tenues luces del porche y el brillo de dos diamantes en sus pupilas; llevaba suelto el cabello sedoso a media melena que caía lacio sobre sus hombros estilizados; de nuevo, la encontré preciosa y, exaltado y algo temeroso de ser acechados por sus progenitores, alargué mi brazo y la acerqué hacia mí agarrándola con la mano por la cintura: se dejó llevar y nos besamos largamente:
-Nos veremos mañana en la facultad- le dije.
-Sí…- estaba a punto de entrar en el coche cuando me llamó- Jorge…- me detuve y la miré- siento… siento lo que ha ocurrido esta noche durante la cena.
-¿A qué te refieres?- naturalmente, sabía de qué hablaba.
-Bueno… ya sabes; la discusión con mi padre… no quería que presenciaras malas caras pero es que me saca de quicio y a veces no soy capaz de hacer caso omiso.
-Laura, mi vida: no tienes que disculparte por nada; ha sido un intercambio de opiniones ¿desde cuándo padres e hijos están de acuerdo en algo? Mi padre también suele atormentarme con sus salidas de tono y yo, a menudo suelo cabrearme con él, ya lo sabes.
-Sí… pero esta ha sido tu primera visita y yo me he comportado como una estúpida.
-No… él se ha comportado como un tonto… y… ¿sabes una cosa? Tienes madera de psiquiatra; utilizas buenos argumentos… tendrán suerte los pacientes que caigan en tus manos… y estoy seguro de que tu padre se siente muy orgulloso de tí.
-Seguramente… cuando sueña conmigo y me moldea a su gusto- le acaricié la mejilla y, de nuevo la besé.
-Buenas noches, mi amor.
-Buenas noches, hombre guapo.

Qué cosa tan mema; me volvía loco de atar cuando me llamaba “hombre guapo”: nunca he sabido si lo pensaba de veras o, si simplemente lo decía por cariño; me considero un hombre del montón: alto, un metro ochenta, delgaducho aunque luzco algo de barriga: mis ojos son grisáceos, no muy grandes pero rasgados; tengo el cabello corto y canoso, mas todavía se divisa aquel oscuro que un día fue… para mi gusto tengo la nariz demasiado grande pero parece que algunas mujeres la consideran un rasgo de gran personalidad en mi físico. Imagino que me conservo bastante bien: tengo una piel suave y pese a alguna que otra arruga no me puedo quejar de mi aspecto en general.
Pero cuando me miro al espejo cada mañana, temprano, para afeitarme antes de ir al hospital, me siento viejo, inservible y me asqueo de mí mismo; me detesto por ser tan débil y por mi falta de autoridad: esa incapacidad para frenar todo cuanto sucede a mi alrededor y poner orden y sentido a mi vida, me aborrece.
Pienso mucho en Laura; a menudo la odio por lo que es y por cómo es: y, seguidamente me maldigo por no haberme dado cuenta de la verdad oculta y por haberme dejado remolcar sin remedio hacia su cascada, tremenda y furiosa que me viene ahogando… Me acuesto con ella y me levanto con ella; en cuerpo y mente. Mientras me aseo, entra en el baño; no nos decimos nada, dependiendo de su humor la noche anterior. He aprendido con la experiencia de los años, a callar cuando su expresión adopta esa mirada con el ceño fruncido; mil pensamientos para nada calmosos deben de cruzar su cabeza, irremisiblemente: desearía poder preguntarle “¿qué te sucede, Laura? ¿por qué te sientes tan mal? ¿por qué te castigas tan duramente y por qué me castigas a mí e, indirectamente también a tu hija?”... pero si se me ocurriera insinuar lo más mínimo, todo se ennegrecería de pronto y caería la tormenta; una más sobre nosotros; gritos, recriminaciones, insultos y quizás manotazos que yo debería, de nuevo, aplacar con un, “perdona... es culpa mía... no tendría que… no volveré a…”. Resulta inútil y prefiero desviar la vista cuando a través del espejo ella me observa o, sencillamente se ojea rápidamente antes de darse una ducha.
Admiro su cuerpo cuando se desnuda: su piel blanquecina… está muy delgada; apenas come y lo entiendo: en nuestro trabajo el estrés se ha hecho hueco y se ha convertido en nuestro amargo y aceptado compañero; casi no vivimos; siempre de un lado hacia otro; primero al Hospital Agora, después a la clínica privada; reuniones, congresos, urgencias… pero nos adaptamos a todo ello hace mucho tiempo y decidimos que así sería: ahora entiendo que este ritmo frenético puede con ella. Los fines de semana cuando no viajamos alguno de los dos, que suele ser a menudo, nos relacionamos con los amigos; cenas, comidas… una excusa para no estar solos, para no caer en la amargura de nuestra realidad nefasta.

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