Me apetece explicar mi cita con Magda aquel viernes porque, de algún modo, resulta doloroso pero también más sencillo, abrir los ojos para ver y entender desde fuera cuál es el comportamiento, entendiblemente normal y el que se asume como el continuo pero decididamente, anómalo. Son el caso; Magda y Laura, respectivamente. A parte, creo no equivocarme si digo que ésa fue la primera vez que me reprochó todo aquéllo que quizá venía callando sin que yo me percatara y que escondía forzosamente para no originar conflicto entre los dos.
Hacía mucho calor aquella tarde. No me había resultado difícil allanar el terreno porque Julia decidió por sí misma que quería pasar el fin de semana con mi madre, que vive en Mollet y los hijos de Magda tenían régimen de visitas con su padre. Apenas probamos bocado y luego nos tomamos un helado. Paseamos por el puerto porque la tarde nos invitaba a ello y hacia las ocho, fuimos para su casa. Como ella vive en la ciudad, no suele llevarse el coche: acostumbra a moverse con los medios de transporte públicos, así que de nuevo cogimos mi auto.
-Esta humedad me va a matar- comenté mientras conducía por un gran paseo, secándome el sudor con un bonito kleenex adornado de elefantes y perfumado a lavanda.
-No te preocupes; en casa nos refrescaremos con el aire acondicionado.
-Buen invento.
-Buen consumo.
Sonreí con la mirada al frente.
-Ya me pasarás la factura; el castigo por llevar el aire estropeado, en mi auto- me pegó un toque en el brazo con la mano y giró los ojos moviendo negativamente la cabeza.
-Qué tontorrón eres…- la miré con mi amplia sonrisa en los labios y le pasé el brazo por encima de los hombros.
Llegamos a su piso. Naturalmente, lo conocía de otras veces. Se trataba de un pequeño pero acogedor y cuidado ático de unos cincuenta y cinco metros cuadrados; con una terracita llena de flores: nada que ver con mi gran casa por lo que, la primera vez que entré, me sentí avergonzado; tanta suntuosidad en mi mundo de élite y tanta austeridad a mi alrededor.
Los muebles eran escasos y modernos. Tenía sólo dos habitaciones; la de los niños, llena de cuadros infantiles, de juguetes y de estanterías plagadas de monigotes de todo tipo. Dormían en un tren, para ahorrar espacio. Sus hijos tienen siete y nueve años. Recuerdo perfectamente sus embarazos; con aquella barriga abultada con la que casi no podía ni caminar a última hora. Durante las bajas la encontré a faltar sobremanera aunque las chicas suplentes eran muy aplicadas y voluntariosas. No me daba cuenta: pero añoraba su persona.
Su dormitorio tampoco era muy amplio pero sí algo más que el de los críos y tenía una puerta que asomaba al balcón y dejaba ver unos geranios rojos en el suelo mientras otro azulado descansaba sobre la repisa de la ventana y entre una y otra, ofrecían una claridad grata a la estancia; lo mismo que el ventanal del comedor. Allí se respiraban buenas vibraciones; se notaba que flotaba la ternura a diario… y también la soledad.
La cocina era de barra americana y el aseo, diminuto, se encontraba en el corto corredor de la entrada. Todo olía a ambientador de pino y uno se sentía cómodo.
Dada nuestra confianza, nada más entrar me senté en el sofá de tela amarilla cubierta por una funda del mismo tono. Me saqué los zapatos y descansé las piernas sobre la parte inferior, preparada para estirarse. Antes, como por costumbre, enchufé la tele. En aquel momento comenzaban las noticias destacando la gran batalla entre Suníes y Chiitas: más muertes gratuitas y estúpidas añadidas a una guerra reciente y todavía manando sangre de su herida.
-Qué bárbaros son: parece que no han aprendido nada con todo lo que han sufrido. Pierden el tiempo matándose entre ellos y, mientras, el gobierno de EEUU frotándose las manos a sus espaldas.
-La religión es así, Magda. ¿Qué mueve al mundo, sino?
-El dinero…
-Claro: el dinero y la religión: son como hermanos siameses. A lo largo de la historia la mayor parte de los crímenes perpetrados han tenido su origen en la discrepancia al culto.
-Sea como sea, es triste. Mueren adultos y niños.
-Desde luego. La falta de cultura es un factor importante y se le añade la irracionalidad.
-Bueno… creo que a nivel mundial no se salva nadie. Ni la sabiduría de los países más elevados, evita las catástrofes humanas.
-Son demasiados los intereses que irrumpen en la resolución más adecuada. De ahí la riqueza y la pobreza. Años atrás, los propios americanos apoyaron a Sadam Hussein cuando los rusos colaboraban con Irán ¿por qué? La URS era la segunda potencia más importante y peor enemiga de los yanquis; en cambio, a partir del momento en que se puso en juego el punto fuerte que era la economía: con los pozos de petróleo kuwaitíes y tal, ellos mismos se volvieron en contra del dictador. Y al final, han conseguido derrotarlo y que la salvaje justicia de su país vaya a juzgarlo y, posiblemente a condenarlo a muerte por todos sus crímenes de los que no es el único culpable.
-Sí… qué lástima ¿verdad?
-Ya, pero es una realidad.
Se fue a su habitación y al cabo de pocos minutos apareció vestida con una graciosa prenda blanca, casi transparente y de tirantes que, más me pareció un salto de cama que un camisón.
-Te sienta divinamente…
-Gracias. Lo estreno hoy.
-¿Por mí?
-No, qué va… por mi vecino de enfrente…
-¿Qué vecino?- hice el cómico gesto de levantarme apresuradamente para dirigirme a la puerta de la calle, como si de verdad creyera en tal personaje. Ella se rió.
-Eres un payaso.
-Si te hago sonreír, no me importa lo más mínimo.
-También me haces llorar- se quedó seria y me miró con los ojos vacíos.
-Pues no es mi intención, créeme- no supe qué cara poner.
Ella cambió de expresión con suma rapidez.
-Venga… voy a preparar una buena ensalada de pasta y después te pondré a dieta con un poco de rape a la plancha y mi especial salsa verde.
-¿A dieta? ¿insinúas que me sobran quilos?
-Hombres!- miró hacia el techo y dejó ir un soplido- No te sobran quilos pero, podría decirse que las preocupaciones anidan en tu panza.
-Ésto es la curva de la felicidad, no te confundas- me acaricié la barriga tal y como haría una mujer encinta. Y pensé por inercia “menuda felicidad”.
-¿Por qué todos los hombres decís lo mismo? En teoría es a nosotras a las que nos cuesta aceptar la triste realidad.
-Algunos paleolíticos también cuidamos de nuestra estética.
Dejó ir una carcajada que llenó la vivienda:
-Resulta que eres un paleolítico… pues tienes ciertos toques de distinción que te hacen especial.
-Dispara…
Negó con la cabeza:
-Me los guardo para mí solita.
-Magda, no me hagas ésto; quiero saber cuáles son mis atributos más admirados por una dama como tú para regodearme de ellos ante tí.
-Pues, sufre porque no voy a recitártelos…vaya, tampoco creas que son tantos, eh!- adoptó una sonrisa pícara. La miré embobado. Se dirigió hasta la barra y empezó a trajinar con cacerolas y armarios.
-Pues una de tus muchas virtudes que no pasa desapercibida, es esa belleza tan “extraña” que me somete.
-¿Extraña? ¿y éso por qué?- se me quedó mirando de nuevo mientras llenaba una olla con agua caliente.
-Pues porque la tuya es una lindeza atípica. Tienes unos rasgos que te caracterizan inusualmente.
-Bueno… me lo tomaré como un cumplido.
-Nada de cumplidos, amor. Es así.
-Éso se lo dirás a todas.
-No… es que mis otras amantes son más vulgares…
Me volvió a mirar ruborizada. Cenamos perfectamente; si bien la cena era de lo más simple, tenía buen arte para cocinar. Tomamos un chupito de wisky y vimos una película de vídeo que dejamos a medias porque nuestro deseo era demasiado fuerte para no obedecerlo. Como varias otras veces, hicimos el amor: antes, mis dedos asomaron por su sexo que clamaba mi esmero y mi lengua lamió sus pezones endurecidos y poco a poco se fue deslizando hacia sus partes que fue estimulando hasta que noté como su estómago se agitaba en cortas pero seguidas convulsiones.
Después, nos quedamos estirados en la cama; yo, boca arriba con la almohada doblada bajo la cabeza y Magda con la sábana cubriéndola hasta la cadera, reposaba sobre mi pecho haciendo pequeños círculos con el dedo índice en mi piel poco poblada de bello. Yo le acariciaba el hombro, suavemente. Empezó a besarme. De pronto sonó mi móvil. Pensé que sería Julia pero al mirar el reloj en la mesilla de noche, comprobar que ya eran casi las doce y teniendo en cuenta que ya habíamos hablado por la tarde, supe que era Laura. Sin moverme, estiré el brazo y cogí el teléfono; efectivamente. Magda se incorporó e hizo ver que buscaba algo en la mesita de al lado mientras yo empezaba a hablar.
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