dissabte, 10 de setembre del 2011

DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO

Con lentitud, me arrodillé sobre la cama y a gatas me aproximé a mi esposa. Una vez colocado encima de ella, empezó a desabotonarme la camisa; volvía a suspirar y me besaba el cuello. Con una voz suplicante me pidió que la acariciara con mis manos de cirujano: así lo hice; le levanté la ropa, se la saqué suavemente y llené mis medianas manos con sus senos que se mostraban blandos y suaves.
-Dime que me quieres…
-Te quiero, cariño…- no pude reparar en si se lo decía de corazón o sólo porque me lo pedía en ese instante.
-Oh, Jorge… te deseo tanto… sigues siendo tan atractivo- no respondí ya que sus labios me besaron y preferí no atender demasiado a sus palabras.
La desnudé del todo y entonces ella se incorporó e hizo que me estirara en su lugar de manera que volvió a sentarse sobre mis partes que casi estallaban. Como la define su carácter, también le gusta llevar la iniciativa y ser la parte dominante en nuestras pocas escenas más apasionadas. A menudo me he preguntado si con su amigo el Dr. Peralta y otros, actuará de la misma forma, aunque procuro distraer la idea ya que, paradójicamente a todo, me carcomen los celos.
Me bajó la cremallera del pantalón y esta vez fue ella la que me quitó la ropa.
Hicimos el amor y yo cedí a todo lo que quiso. No hubiera podido negarme: tampoco pretendía aventurarme a descubrir qué sucedía si no era absolutamente receptivo. Tenía demasiada experiencia acumulada a la espalda como para ponerme a jugar con fuego.
La botella de vino blanco, quedó en el refrigerador…

Aquel fin de semana es digno de ser descrito como “de ensueño”. Laura se mostró totalmente serena y próxima; no tuvimos ninguna discusión ni ella presentó brote alguno de histerismo. Llegué a preguntarme si habría iniciado algún tipo de terapia sin yo saberlo. A Julia se la veía feliz de observar la armonía entre sus padres y yo me sentía un hombre afortunado: deseaba con todas mis fuerzas que aquello no terminara. Todo se desenvolvía como en cualquier hogar alumbrado por el cariño. No obstante, por décimas de segundo, se me despertaba en la cabeza un pequeño dispositivo que gritaba: “no durará, no durará”. Cuando te encuentras metido en un sin vivir como el mío, la única cosa que de verdad importa es aprovechar el hoy sin mirar hacia el mañana: éso hice.
Pasamos el sábado vagando por Camprodón, admirando sus estrechas calles y sus hermosas y cuidadas fachadas. Caminamos bordeando el río, aspirando el perfume de las flores cercanas y escuchando el murmullo del agua. Y el domingo por la tarde, antes de volver a Matadepera y a nuestras ineludibles obligaciones, nos pasamos por casa de unos viejos amigos con los que casi me atrevería a decir, pactamos el ser vecinos antes de enfrascarnos en una segunda residencia. Fue maravilloso mientras duró.

Por más que suene rocambolesco, lo cierto es que con Laura, sentirse como “el hombre” es un lujo del que no puedo disfrutar a menudo. Para ella ni tan siquiera soy persona; no me concibe como su compañero sentimental y aliado, sino como un objeto al que golpea cuando le viene en gana, desatando sus infortunios y penalidades: como el saco con el que un boxeador entrena para, después, ganar el combate.

Así pues, inicié muy bien la semana y pareció que me hubieran puesto una inyección de adrenalina. Luego, lo que no imaginaba es que aquel mismo viernes tendría que ver llorar a Magda por mi culpa y por mi falta de atención. Se dice que no puede tenerse todo en esta vida; qué tristemente acertado.
Laura se fue el jueves de madrugada para coger el avión dirección a Madrid y yo, más tarde me dirigí al hospital, en cierto modo apenado por su marcha y por otro lado, contento de saberme libre. Se lo comuniqué a Magda el lunes a primera hora de la mañana para que supiera de mi interés. Al principio se mostró algo remisa a hablarme y a mirarme pero con su naturaleza vivaz, poco le duró la apatía. Se solventó fácilmente con unas cuantas de mis bromas recurrentes desmereciendo mi propia inteligencia y capacidades, delante de todos. La verdad es que tengo gracia para la mofa; especialmente de mí mismo y la gente acostumbra a reírse con gusto; éso es sano. Al menos para los demás, resulta beneficioso.
Pero a quien de veras quería ver sonreír era a Magda y me sentí bien al conseguir mi meta. No le pasó desapercibido, ni mucho menos, que había emprendido la semana con buen humor.
-Veo que el fin de semana te ha sentado estupendamente.
-Bueno, no gran cosa… básicamente, tranquilidad. Mucha caminata y aire renovador.
-¿Solo o en compañía?- la observé de reojo: ella no me miraba. Estábamos en la sala de reuniones para discutir y decidir con otros médicos y enfermeras, entre otros asuntos, cómo resolver el caso de una chica a la que no sabíamos si poner un marcapasos o un DAI ( desfibrilador automático implantable ) porque presentaba un cuadro algo confuso. Estaba sentado en mi silla, recogiendo un montón de papeles que, dada mi torpeza habitual, se me habían esparcido por encima de la mesa justo al sentarme. Ella me ayudaba, de pie a mi lado.
-Solo- mentí. Era la respuesta que ella estaba esperando- ¿Y a tí qué tal te ha ido el fin de semana?.
-Bien: lo he pasado con mis padres y los niños en St. Pol. Disfrutan de lo lindo, allí.
-Todos los críos adoran la playa.
-Sí… ya… pero ellos lo pasan bien porque con sus abuelos hacen lo que les place sin recibir las reprimendas de mamá- me miró con su acostumbrada calidez.
-Aahh… claro- levanté el mentón exageradamente. Fue entonces cuando le comenté que Laura se iba aquella semana.
-¿Sí? ¿y cómo es éso?
-Se va a Madrid y no vuelve hasta el sábado.
-Es posible que tenga ganas de verte pero he de mirar mi agenda- me guiñó el ojo. Tenía todos los folios en orden. Se sentó a mi lado y el Dr. Bartolomeu, que se paseaba por el hospital de tanto en tanto y que, aunque jubilado, todavía tenía gran influencia, inició la reunión.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada