diumenge, 4 de setembre del 2011

DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO

Se mostró extrañamente amable y cordial conmigo. Sólo me cabía imaginar que el día le había resultado agradable, yo había aparecido en su pensamiento y, por el motivo que fuese, necesitaba estar a mi lado. No hablamos demasiado pero por poco que lo hicimos fue ella la que me estuvo explicando su deambular por psiquiatría aquella mañana y también me comunicó que a la semana siguiente tenía un congreso en Madrid: que iría el jueves y volvería el sábado hacia el mediodía. Me alegré y de nuevo pensé en Magda a la que podría compensar, después de todo. Teniendo en cuenta que pasamos la mayor parte de los días de la semana juntos como si estuviéramos pegados a fuego, la realidad es que eran pocas las ocasiones en las que nos veíamos extraordinariamente y siempre estábamos deseosos de comernos a besos. Cuando podíamos, nos metíamos en mi despacho con el pretexto de comentar algún caso o informe y aprovechábamos para acariciarnos, no sin cierto temor a ser sorprendidos. En otras ocasiones, cuando terminábamos una última intervención, ella se entretenía más que los demás en recoger o hablando amigablemente con el paciente, todavía asustado, mientras yo me quedaba a charlar en la sala. Al irse todos, Magda entraba y yo la miraba fijamente; se me acercaba, la cogía por la cintura y me dejaba llevar con cuidado.
Cuando terminamos de comer Laura y yo, sin encontrarnos con nadie, puesto que los viernes el local está poco solicitado, nos dirigimos al parking del hospital y cogimos nuestros respectivos coches. Prefería seguirme durante el viaje de ida por las mañanas y, por supuesto, igualmente me siguió en nuestra marcha de vuelta. Convenimos que yo recogería a la niña en tanto que ella ordenaba cuatro cosas en casa antes de partir hacia Camprodón.
Pese a todo, me gustaba la idea de pasar el fin de semana en la paz de la montaña gerundense. Hace algunos largos años que compramos la torre. Una vez, estando Laura embarazada, pasamos tres o cuatro días hospedados en este bonito pueblo y nos cautivó de modo que, tiempo después estuvimos tanteando la posibilidad de hacernos con una propiedad y así fue. Es positivo para todos: para nuestra hija porque tiene un grupo de amistades con las que se lo pasa en grande y para Laura y para mí porque respiramos aire fresco que, aún así, no me exime de las confrontaciones que igualmente se producen.
Llegamos hacia las diez de la noche; aunque el calor en la ciudad empezaba a dar señales de un verano crudo, allí nos encontrábamos a una buena temperatura. Preparamos una apetitosa cena y, casi de inmediato, Julia salió en busca de los suyos. En Matadepera tiene cierta libertad de movimiento pero ella es perfectamente consciente de que debe cumplir con una disciplina si sabe lo que le conviene; sin embargo en Camprodón, casi puede decirse que no tiene franja horaria aunque es bastante responsable y nunca la hemos tenido que poner sobre aviso.
Entre Laura y yo recogimos la mesa y mientras ella llenaba el lavavajillas, aproveché para subir al estudio, que es mi refugio más preciado, donde paso largas horas meditando, corrigiendo artículos, preparando mis trabajos, leyendo o escuchando música en el equipo. Estuve allí hasta la una de la madrugada y entonces oí los pasos de Laura sobre las escaleras de madera. Apareció por la pequeña puertecilla contra la que, dada mi gran estatura y por contra, su baja altura, me había pegado varios golpes en la cabeza al entrar y al salir; sobretodo cuando todavía no conocía demasiado la estancia.
Llevaba puesto un camisón de seda, lila; entallado, muy escotado y corto que dejaba ver sus largas piernas. Tenía el cabello suelto a la altura de los hombros y destellaba bajo la cálida luz artificial de la sala.
Me miró y sus ojos se habían teñido de un color violeta al reflejo de la tela. Bajo ésta se insinuaban sus pechos y destacaban los pezones que levantaban un poco la prenda. Era toda una hermosura y ella lo sabía. Se me acercó a paso lento, arrastrando sus pies desnudos. Hasta ese momento yo había estado pensando en Magda una vez más pero la visión de Laura frente a mí, desvió mi mente de sus persona, automáticamente; era evidente que mi mujer tenía poderes hipnóticos sobre mi ser que nadie más alcanzaría a poseer. Cuando estuvo tan cerca que sus rodillas me rozaron, abrió las piernas y se me sentó encima a horcajadas; pude verle las bragas a conjunto con el camisón y la imagen me puso nervioso de golpe. Me pasó los brazos alrededor del cuello y empezó a acariciarme la nuca, subiendo los dedos por mi cabello. Me susurró al oído:
-¿No vienes a la cama?
En mi estado catatónico sólo se me ocurrió preguntar si Julia había llegado ya.
-Nooo…- sonrió- parece mentira que no la conozcas; no aparecerá por casa hasta las cuatro de la madrugada. Carlos está en el pueblo…- es un chico de la edad de Julia; se llevan algo más que bien. Es un buen muchacho. Sus padres también tienen una torre cercana a la nuestra; los dos son abogados criminalistas y el chaval disfruta narrando los casos más escabrosos con los que se han encontrado a lo largo de su profesión y, ya de paso, se convierte en el centro de atención; sobretodo para mi hija. Me cae bien pero, sinceramente y bajo mi egoísmo paternal, me satisface que no viva en Matadepera. La idea de que Julia tenga novio a sus dieciséis años no me tienta demasiado aunque por descontado, yo quedaré al margen cuando ella se decida a dar el paso; y, francamente, mi poca picardía no me permite deducir que a lo mejor, mi niña ya no es tan cría… mas intuyo que todavía es muy frágil- Podemos coger una botella de vino blanco, acostarnos y… bueno… ya veremos qué sucede después ¿no te parece?.
Sentía su dulce aliento sobre la frente y bajo mi barbilla temblaban sus senos mientras hablaba murmurando. Mis manos se movieron solas por arte de magia y empecé a acariciarle la espalda con una en tanto que la otra se deslizaba por su cintura hacia los glúteos que tenía sobre mis piernas. Escuché un leve gemido salir de sus labios y mis partes bajas reaccionaron de inmediato.
Se levantó y me estiró del brazo ligeramente y, tal y como si yo no tuviera voluntad ( que, verdaderamente no la tenía ), me llevó, guiándome por las escaleras, hasta la primera planta y llegando a nuestra habitación, forrada de madera clara. Se dejó caer en la gran cama y la fina camisola le subió hasta la parte superior de los muslos. Separó, casi imperceptiblemente las piernas en un gesto que interpreté provocativo mientras dejaba un brazo estirado junto a su cuerpo y levantaba el otro para dejarlo medio doblado reposando la cabeza sobre la palma de su mano. Respiraba con fuerza, de modo que ahora sus pechos subían y bajaban con cierta furia… con el dedo índice de la mano que reposaba encima del lecho, me hizo una seña para que me acercara a ella. Yo, vestía unos finos pantalones de lino y se me abultaba notablemente el pene que pugnaba por encontrar su hueco. A estas alturas, tal y como ya he dicho, no acostumbro a sentirme demasiado estimulado para practicar el sexo con Laura pero aquella noche era tan sublime su belleza; esa mirada penetrante, los labios húmedos, su piel tan fina… que mi cuerpo actuó por cuenta propia sin preguntarme si quiera.

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