Y la verdad es que su padre me cayó bastante bien: era un tipo totalmente distinto a su hija; bajito, rechoncho, de amplia calva y gruesos cabellos grisáceos alrededor de ésta. Se intuía un atisbo de Laura en sus, también ojos azules de pestañas oscuras.
Aparentemente era un hombre simpático aunque, desde luego muy puesto en su papel de empresario dominante y controlador. Estuvo claro ya des del principio que nos gustamos mutuamente; el hecho de que yo fuera un joven estudiante con pretensiones de futuro y, especialmente con vocación de cardiólogo, lo ensanchó gustosamente y empezó a explicarme con sumo interés los fallecimientos por infarto que habían acontecido en la estirpe: su padre, su abuelo… toda una saga de muertes súbitas que, posiblemente a él también lo arrastrarían algún día:
-De algo debemos morir ¿no es cierto, muchacho?- sonreía satisfecho con sus mofletes rosados por el coñac añejo que brillaba en la gran copa que mantenía en su mano derecha, agitándolo levemente como buen entendedor de licores. Yo, mantenía la mía a una prudente distancia de mí, sobre la mesita de su despacho: la verdad es que no estaba muy habituado a beber y los sorbos que diera al buen Brandy podían poner en peligro mi integridad psíquica ante aquel que, probablemente más pronto que tarde sería mi suegro.
-Bueno… a decir verdad, precisamente lo que yo desearía es hallar la razón de esas muertes repentinas y con los conocimientos suficientes, ponerles remedio. Estoy convencido de que existe la clave a cierto tipo de arritmias que son las que provocan esas deficiencias que, inevitablemente conllevan al fallecimiento.
-Ja, ja, ja!!- su imprevista carcajada me espantó con lo que di un pequeño respingo casi imperceptible en la butaca donde estaba sentado- Eres un chico con expectativas de futuro… eso me gusta sumamente, Jorge; Laura también es una mujer con ideas propias y… demasiado bien puestas, sinceramente. Me gustaría que fuera capaz de ceder de vez en cuando pero tampoco puedo culparla: al fin y al cabo es como su padre… de alguien tiene que haber sacado esos genes obstinados…
Sorbió de su coñac y me miró durante unos segundos. Después, retiró la mirada hacia la ventana por donde se divisaban las ramas de grandes hojas verdes de una de las moreras que se agitaban en el jardín con el suave vientecillo de aquella tarde de domingo de finales de Mayo. Laura estaba fuera de la sala; se había juntado con su madre para preparar unas tapas ligeras que, esta vez querían presentar ellas mismas prescindiendo de las cocineras de la casa.
Vivían en una lujosa mansión que, de entrada me resultó algo apabullante; yo provengo de una familia humilde que, aún gracias, pudo permitirse el lujo de pagarme parte de los estudios; hasta el primer año de especialidad: aquel segundo curso yo mismo me lo cubriría puesto que para el verano me había surgido un trabajo que, con suerte podía alargarse si me lo ganaba esforzadamente.
Pese a que sí es cierto que me sorprendió tanta riqueza en el hogar de Laura y teniendo en cuenta que ella ya me había contado, a la vez, me gustó el estilo discreto y clásico con que se habían amueblado las habitaciones, los salones e incluso la cocina por poco que ellos la utilizaran; mucho espacio y bien dispuesto. Me pareció algo ostentoso para que sólo cuatro miembros de una familia lo habitaran pero ya se sabe que el dinero y el poder de adquisición aportan mucho más bien material del que uno necesita y lo digo por propia experiencia ya que ahora soy yo el que vive sumido en lujos y caprichos.
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