diumenge, 27 de febrer del 2011

DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO

Justamente por pensar en ella, alcé la mirada para observar con detenimiento a Matilde que se sentaba en uno de los extremos de la mesa; en frente de su marido; al mismo tiempo, Laura y yo también nos sentábamos uno delante del otro. La mujer pareció intuir mi mirada porque, rápidamente llamó al servicio con una pequeña campanilla que me trasladó a la esclavitud de los negros en EEUU cuando algunos de éstos, con mayor suerte, servían a los blancos en sus residencias: ya casi esperaba ver salir de la cocina a una dama de piel oscura, gruesa, mayor, de grandes ojos como la noche y cabello ensortijadísimo: con su vestido negro y delantal blanco cuando, por el contrario, salió una muchacha joven de unos diecinueve años, eso sí; vestida con su atuendo propio de criada y el delantal pegado a su cuerpecillo menudo.
-Raquel, haga el favor de servir los entrantes.
-Sí, señora Matilde- la chica dio media vuelta y con su gran moño caoba bajo la cofia, se metió por donde había salido.
-Querida, veo que Laura y tú habéis predispuesto la mesa con mucha gracia- Ernesto alargó la mano hacia un centro de flores que tenía justo delante de su cara- Estas violetas son preciosas.
-Sí, querido; le he pedido a Martina que las comprara esta mañana: dan un aire más desenfadado ¿no es cierto, Jorge?.
-Sí, desde luego… son de muy buen gusto.
La pregunta me cogió desprevenido y cuando la miré a los ojos me di cuenta de que ahora era ella la que me escudriñaba aunque con cierta timidez. Realmente se trataba de una mujer guapa: en aquellos años rozaba los cuarenta y ocho pero seguía manteniendo una cierta jovialidad en el rostro. Era alta y muy delgada como su hija y pese a que sus ojos tenían una tonalidad grisácea apagada, su expresión era tal cual la de Laura; al margen de las, casi imperceptibles patas de gallo en las comisuras de su mirada, se adivinaba una piel tersa y suave sin tan siquiera acariciarla; llevaba el cabello dorado, algo más apagado que el de su hija, en un agraciado y cuidado recogido que a buen seguro se habría hecho ella misma; aparentaba bastante sencillez: para aquella ocasión había escogido un largo vestido granate oscuro que conjuntaba con el esmalte de sus uñas; naturalmente, cuidadas y pulcras; en delicados dedos que, durante una época de su vida debían haber llevado un buen ritmo de trabajo hasta que la riqueza los retiró para gran alivio.
Si bien simulaba estar a la altura de la situación, con esa notoria amabilidad, esos modos finos y atentos y esa fugaz sonrisa acogedora en el semblante, a la vez, quizás por mi asociación a todo lo que Laura me había contado, detectaba en su actitud un cierto aire de abatimiento y de incomodidad: la noté crispada con sus soñolientos ojos mirando alrededor sin saber, exactamente, cómo mostrarse o qué decir. Naturalmente, hacía años que tenía más que estudiados todos y cada uno de los gestos que le tocaba representar delante de sus invitados; acaso por saber que era el novio de su hija, se sentía algo más relajada y con ello era consciente de que nunca, bajo ningún concepto, podía bajar la guardia; y menos delante de su marido al que podía avergonzar, caso de perder la compostura.
Retiré mi mirada de ella y la desplacé hacia delante con lo cual me di cuenta de que Laura también me había estado atisbando en silencio: observador, observado. En aquella mesa todo era un juego ridículo de palabras calladas y pensamientos flotando en el ambiente; supuse que siempre había sido así, sin embargo yo estaba acostumbrado a hablar más que a mirar. Le sonreí cariñosamente y ella correspondió con cierta distracción. Ernesto, de nuevo, rompió el silencio:
-Bueno, bueno… ¿estás de prácticas en el Hospital Agora, no es cierto, Jorge?
-Sí… sí. La verdad es que resulta interesante y, por descontado, se aprende a gran velocidad.
-Claro… no hay nada mejor que pasar a la acción para llenarse de experiencia; la teoría es importante pero la base empieza cuando uno ve con sus propios ojos todo aquello que sucede a su alrededor. El papeleo es aburridísimo; lo mejor es pasearse por los pasillos de un centro hospitalario y controlar de cerca: la vida y la muerte ¿verdad?.
-Por descontado pero, lógicamente, en clase aprendo todo aquello sin lo cual no podría desenvolverme en el mundo real. De hecho, existen carreras en las que la materia casi no aporta más que cultura porque lo que de veras tiene validez después, es la práctica: pero no es mi caso. Si desconoces la anatomía humana; venas, arterias, músculos… de nada te sirve tener un bisturí en las manos; cuando lo utilices, provocarás un caos.
-No es lo mismo que coger un pincel y ponerte a pintar un lienzo; puede que desconozcas el arte pero en cambio, si lo llevas dentro como un instinto, te bastará dejarte arrastrar por él para plasmar un hermoso cuadro- Laura se había echado hacia delante con las manos cruzadas por encima de la mesa, alrededor de su plato mientras hablaba con su coherencia innata.
-Ya…
Justo cuando Ernesto iba a manifestar su opinión de nuevo entró Raquel con una bandeja de plata repleta de canapés que, a decir verdad, tenían muy buena pinta. La posó sobre la mesa, delante de mis futuras esposa y suegra. Al cabo de unos segundos volvió con otra fuente del mismo tamaño, cargada de montaditos y tartaletas y esta vez la dejó entre mi futuro suegro y yo. Al rato, apareció con una botella de vino tinto, gran Reserva y la depositó en medio de la mesa. Me vi en el deber de servirlo y, del modo más delicado posible me levanté y llené las copas ( sin equivocarme y vaciarlo en las más grandes que, evidentemente eran las de agua ): primero las señoras y después los caballeros. Matilde agradeció con un leve movimiento de cabeza, Laura, ofreciéndome un de sus ensanchadas sonrisas y mostrando sus dientes blancos y ordenados y Ernesto con un “gracias, joven”, alto y claro. De nuevo volví a sentarme y Laura me pasó una de las bandejas de canapés: desde luego no eran los típicos que hubiera podido degustar en cualquier cena de fin de año o celebración familiar; aquellos eran “buenos” canapés; de Jamón de Bellota, de Mouse de Queso Azul con Nuez y Anchoa, con Salmón Ahumado y Caviar ( por el gusto se adivinaba que no eran de los más baratos )…
-Humm… son deliciosos- me dirigí directamente a Matilde, al probar el primer bocado.
-Oh, bueno… gracias: poca cosa; de hecho, los canapés y las tartaletas se me dan bien aunque debo reconocer que el resto de la cena la preparó Mayra: es vasca, así que el menú vendrá derechamente de San Sebastián- rió algo tontamente y a continuación quedó seria de nuevo.
-No tengo problema para ningún tipo de cocina; creo que casi toda me gusta de modo que estaré bien servido, no se preocupe- Matilde alzó la vista hacia mí de un modo más directo y supe que estaba agradecida.
-En fin… como íbamos diciendo…Laura- Ernesto se dirigió hacia su hija de una forma un tanto inquisitiva- Se podría considerar que, a diferencia de Jorge tu especialidad como psiquiatra sí que requiere de más práctica que teoría ¿no es cierto?.
-¿Ah, sí?... ¿qué te hace pensar eso, papá?.
-Pues, querida mía; para reconocer a un loco sólo hay que plantarse frente a otra persona, mirarla con detenimiento y deducir que algo falla en su cabeza; para eso no hace falta leer libros ni dar lecciones: yo trato con un montón de ellos a diario…
-Ya… creo que tú sí deberías haber estudiado para psiquiatra: está claro que tienes el don suficiente para entender de todo un poco pero… ¿sabes?... si desconoces lo que es una paranoia, una neurosis, una esquizofrenia o, por ejemplo, una simple depresión, por más que sepas que aquella persona no está bien, te faltará entender qué camino has de coger y estarás en blanco, naturalmente, aún conociendo la medicación: porque yo también debo saber qué tipo de tratamiento pertenece a cada enfermedad ¿comprendes, verdad, que no es nada sencillo?- detectaba en Laura la ira que su padre empezaba a desatar con sus burlas.
-¿Te has fijado, Jorge, qué bien habla mi hija? Desde luego, ella tiene las dotes suficientes para convencer a cualquiera de sus argumentos; de hecho, casi logra persuadirme a mí también…- mi mirada hacia él fue algo dura pero no respondí.
-¿Disfrutas menospreciándome, no es cierto? ¿Nunca te detienes a pensar que puedas estar fastidiando a los demás con tus ironías fuera de lugar?.
-Laura, hija, no te lo tomes tan a pecho; sé que estás haciendo un gran trabajo y que tus prácticas son de vital importancia para tí…
-No son las prácticas, papá; es MI futuro trabajo lo que de verdad tiene sentido; estoy estudiando aquello que me gusta, en lo que me siento identificada y realizada; mi sueño era éste; ahondar en el cerebro humano y, quizás lograr algún día, entender todo lo que ahora se me presenta tan absurdo y complejo: puede que incluso llegara a entenderte a ti también… pero, claro; te resulta totalmente imposible aceptar que tu querida hija sea una “loquera” ¿verdad?... pretendías que llegara a ser una gran abogada de prestigio y así, presumir ante tus supuestas amistades… a ver quién consigue subir más alto; pues lo siento… seré psiquiatra tanto si te gusta como si no y me importa poco lo que te complazca a ti.
Se hizo un silencio incómodo. Laura, reteniéndose las lágrimas, esquivó mis ojos y miró hacia abajo, sujetando su servilleta, retorciéndola con los dedos en un evidente estado de nerviosismo. Por su parte, Ernesto calló y su mirada azul mar, se oscureció por unos instantes… observó con cierta pena a su hija y después, de soslayo, me ojeó a mí, supongo que para averiguar mi reacción. Sentí lástima hacia él; tenía el semblante enrojecido aunque, sinceramente, tampoco estaba seguro de, hasta qué punto se trataba de furor o de vergüenza: me decanté hacia la segunda opción.
Matilde, como si nada hubiera sucedido, habló de pronto con voz moderada pero algo estridente:
-Pediré a Raquel que nos traiga el primer plato.
De nuevo, meneó la campanilla de plata y al acto apareció la bonita chica; con los brazos cruzados y sus manos reposando sobre la falda se afanó en colocarse ante su señora:
-Raquel, querida, sirva ya el primer plato, por favor.
-Enseguida…
-Ah! Y traiga también otra botella de vino.
-Sí, señora.
La cena propiamente como tal, me resultó muy grata; no entendí a qué se había referido la madre de Laura cuando habló del menú de San Sebastián; de hecho, un Roast-Beef con salsa Cumberland y un segundo de Salmón bella-vista con mahonesa de gazpacho, no es que fueran puramente vascos; supuse que hablaba de las manos culinarias de una cocinera vasca: que tenía mucho talento, todo fuera dicho.
En cuanto a la velada… trascurrió algo más tensa pero hacia los postres y después de un buen vino blanco y un buen cava, acompañando éste a unas tartaletas de melocotón y manzana y unos tocinillos de cielo, se hizo más distendida y Ernesto volvía a hablar con alegre ánimo. Laura se mantuvo callada y distante y yo, junto a ella, sentados los dos en el gran sofá del salón al lado de un romántico fuego a tierra apagado y con Ernesto y Matilde ante nosotros, sostuve su mano entre las mías, sintiendo sus finos y largos dedos fríos, entre ellas.

dijous, 17 de febrer del 2011

DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO

Mi conversación con el padre de Laura se extendió a una hora y media en su elegante estudio de grandes estantes llenos de libros de toda temática; algunos de lo más curiosos; de aeronáutica y también de historia, filosofía, ciencias… hasta biografías de destacados personajes incluso del mundo del espectáculo: novelas… supuse que unos cuantos de ellos debían pertenecer a su mujer: no me cupo ninguna duda de que Ernesto era un hombre culto y sabio: había empezado desde abajo y trabajado muy duro a lo largo de toda su vida para ganarse justamente todo aquello que poseía y a pesar de sus maneras algo prepotentes, buscaba a toda costa, el bienestar de los suyos… de una forma algo especial, todo sea dicho.
Al tratarlo; al escucharle hablar, al admirar sus expresiones, sus gestos y analizar de un modo objetivo sus planteamientos y teorías, quedaba muy claro que su hija era heredera absoluta de su carácter y de su ímpetu: me gustaba pensar que ella me había aceptado como parte de su vida y de sus sentimientos y la idea de que me quisiera me llenaba de un placer indescriptible… estaba subyugado y me era inevitable desearla con locura: y excluir su presencia; la sola idea de perderla, me angustiaba.
Cuando al fin salimos de la sala, algo acalorados por el espacio cargado y la conversación animada acerca de política empresarial ( sobre la cual yo conocía poca cosa: más bien me limitaba a escuchar y a asentir ) y distando mucho de la política social a la que yo me aferraba más con mis ideas un tanto “vanguardistas” de estudiante todavía un poco hippie, nos reunimos en el salón con Laura y con su esposa Matilde y fue Laura la que recriminó a su padre que me hubiera absorbido por completo:
-Vaya, papá…¿pretendes robarme a Jorge?- me miró tiernamente- ¿Qué te ha contado? ¿Sus batallitas en la empresa?... Pues, créeme que todavía no sabes nada. A partir de ahora cuando pongas los pies en esta casa no te escaparás de sus razones, de sus quejas ni de sus trifulcas… piensa que estás tratando con un hombre de clase social alta; con un gran apoderado…- sonrió y miró a su padre de reojo, esperando la reacción de éste que no tardó en pronunciarse.
-Muy bien, Laura; ríete de mí delante de mi yerno pero que sepas que has ido a encontrar a un joven que comparte mis ideas, así que no tendrás mucho tiempo para burlas insolentes, muchachita- Ernesto me palmeó la espalda con un deje paternal que incitó a miradas entre su hija y yo con la sorpresa en ellas: no sólo por el gesto tan familiar, sino por la desenvoltura con la que había utilizado el vocablo “yerno” tal y como si Laura y yo ya estuviéramos casados.
-No te quepa duda de que seguiré teniendo mucho tiempo para ensañarme contigo…- arrugó el entrecejo y sus ojos claros se reflejaron en los de Ernesto. Observándolos así en aquel intercambio irónico entre padre e hija parecía que fueran los más bien avenidos… y, de hecho él así lo creía… por parte de ella todo era distinto; en su interior se desencadenaban una serie de emociones encontradas que nunca supo esclarecer… hoy, recapitulando y deteniéndome en cada detalle de nuestras vidas, llego a la conclusión de que, parte del motivo de sus miedos, inseguridades y agresividad, hallan la respuesta en aquella conducta reticente que mantuvo con sus progenitores… entre otras causas.
Pasamos al comedor; medía unos treinta metros cuadrados: en el centro de éste se hallaba dispuesta una mesa de cerezo, tres metros de largo, cubierta por un gran mantel de cruz estampado de flores liláceas, hecho a mano: más tarde, Laura me explicó que ella misma lo había elaborado.
Nos sentamos alrededor de la gran mesa que cubría todos los requisitos necesarios para una buena presentación; como en las revistas de diseño y moda que mi madre solía tener por casa, de vez en cuando: enormes servilletas blancas dobladas con gracia junto a los platos llanos y al lado de éstas dos tenedores para la carne y el pescado a mi izquierda y dos cuchillos para el corte a mi derecha y más arriba del plato, cuatro bonitas copas de cristal; para el agua, el vino tinto, el vino blanco y para el champán. Por unos instantes me acongojó la idea de tener que guardar las bonitas formas delante de aquella familia durante toda la vida; no es que estuviera falto de educación pero mi vivir se había limitado a una existencia bastante más humilde y campechana aunque por suerte mis padres se habían afanado en mis maneras. En aquellos momentos se lo agradecí profundamente a mi pobre madre.

dijous, 3 de febrer del 2011

DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO

Y la verdad es que su padre me cayó bastante bien: era un tipo totalmente distinto a su hija; bajito, rechoncho, de amplia calva y gruesos cabellos grisáceos alrededor de ésta. Se intuía un atisbo de Laura en sus, también ojos azules de pestañas oscuras.
Aparentemente era un hombre simpático aunque, desde luego muy puesto en su papel de empresario dominante y controlador. Estuvo claro ya des del principio que nos gustamos mutuamente; el hecho de que yo fuera un joven estudiante con pretensiones de futuro y, especialmente con vocación de cardiólogo, lo ensanchó gustosamente y empezó a explicarme con sumo interés los fallecimientos por infarto que habían acontecido en la estirpe: su padre, su abuelo… toda una saga de muertes súbitas que, posiblemente a él también lo arrastrarían algún día:
-De algo debemos morir ¿no es cierto, muchacho?- sonreía satisfecho con sus mofletes rosados por el coñac añejo que brillaba en la gran copa que mantenía en su mano derecha, agitándolo levemente como buen entendedor de licores. Yo, mantenía la mía a una prudente distancia de mí, sobre la mesita de su despacho: la verdad es que no estaba muy habituado a beber y los sorbos que diera al buen Brandy podían poner en peligro mi integridad psíquica ante aquel que, probablemente más pronto que tarde sería mi suegro.
-Bueno… a decir verdad, precisamente lo que yo desearía es hallar la razón de esas muertes repentinas y con los conocimientos suficientes, ponerles remedio. Estoy convencido de que existe la clave a cierto tipo de arritmias que son las que provocan esas deficiencias que, inevitablemente conllevan al fallecimiento.
-Ja, ja, ja!!- su imprevista carcajada me espantó con lo que di un pequeño respingo casi imperceptible en la butaca donde estaba sentado- Eres un chico con expectativas de futuro… eso me gusta sumamente, Jorge; Laura también es una mujer con ideas propias y… demasiado bien puestas, sinceramente. Me gustaría que fuera capaz de ceder de vez en cuando pero tampoco puedo culparla: al fin y al cabo es como su padre… de alguien tiene que haber sacado esos genes obstinados…
Sorbió de su coñac y me miró durante unos segundos. Después, retiró la mirada hacia la ventana por donde se divisaban las ramas de grandes hojas verdes de una de las moreras que se agitaban en el jardín con el suave vientecillo de aquella tarde de domingo de finales de Mayo. Laura estaba fuera de la sala; se había juntado con su madre para preparar unas tapas ligeras que, esta vez querían presentar ellas mismas prescindiendo de las cocineras de la casa.
Vivían en una lujosa mansión que, de entrada me resultó algo apabullante; yo provengo de una familia humilde que, aún gracias, pudo permitirse el lujo de pagarme parte de los estudios; hasta el primer año de especialidad: aquel segundo curso yo mismo me lo cubriría puesto que para el verano me había surgido un trabajo que, con suerte podía alargarse si me lo ganaba esforzadamente.
Pese a que sí es cierto que me sorprendió tanta riqueza en el hogar de Laura y teniendo en cuenta que ella ya me había contado, a la vez, me gustó el estilo discreto y clásico con que se habían amueblado las habitaciones, los salones e incluso la cocina por poco que ellos la utilizaran; mucho espacio y bien dispuesto. Me pareció algo ostentoso para que sólo cuatro miembros de una familia lo habitaran pero ya se sabe que el dinero y el poder de adquisición aportan mucho más bien material del que uno necesita y lo digo por propia experiencia ya que ahora soy yo el que vive sumido en lujos y caprichos.