-Era un niño, Jorge...- me miraba de reojo, sin girar la cara y veía una lágrima que quería resbalar por su sien. En parte por su rabia a lo no-esperado y también por dejarlo en una incógnita, no habíamos querido saber el sexo de la criatura. Sonreí tristemente.
-Laura... son cosas que deben suceder y ya está. Con el tiempo te sentirás mejor, ya verás.
-Yo no lo deseaba... y por eso ha muerto. He empezado a perder líquido. Han dicho que se le ha detenido el corazón: demasiado esfuerzo; tenía el cordón umbilical atado al cuello; no hubiera podido bajar. Era muy grande... iba a ser un hombre alto: como tú- también sonrió y se puso a llorar. La abracé.
-No digas éso: nadie tiene la culpa. Es cierto que fue algo inesperado para nosotros pero en realidad lo queríamos- hablaba, básicamente por mí.
-¿Qué le diremos a Julia? Estaba encantada con la llegada de un hermanito- clavó la mirada en la pared blanca de la fría y vacía sala hospitalaria.
-No lo sé... déjamelo a mí, ya me las apañaré. Ahora lo que debes hacer es descansar, preciosa: tu cuerpo también ha sufrido una pérdida repentina.
-Sí...- cerró los ojos y se perdió en sus sueños extraños.
Al cabo de nueve días ya se paseaba por el Agora a cuarenta grados de fiebre y con el convencimiento de que todo iba bien. Yo, mientras tanto, sufría como un condenado en el ala norte por si me avisaban de un desmayo o crisis nerviosa y llevaba el móvil pegado al culo. Lógicamente, ni se me ocurrió discutirle el que se quedara en casa a reposar durante al menos una semana más: no era solamente por el aborto y sus consecuencias físicas, sino más bien por su estado psíquico que, si ya resultaba complejo de por sí, todavía se agravaba considerablemente con la situación y no creía que el tratar a gente problemática pudiera, precisamente, ayudarla.
Por mi parte, miré de explicarle a mi hija lo sucedido. A sus seis años ya demostraba una capacidad de recepción, increíble; es cierto que los niños que viven conflictos familiares, se ven obligados a madurar antes que otros que viven en condiciones estables. Julia, como vengo afirmando en algunos de mis comentarios, recibe mucho amor de los suyos; no ya de sus padres, también de sus abuelos y de sus tíos maternos cuando están en el país ( yo soy hijo único ) pero nada ha podido impedir su frustración y su impotencia.
El mismo día que volvimos del hospital, me pasé por casa de mi madre a recogerla, después de dejar a Laura durmiendo bajo el efecto de un sedante. Cuando se despidió de su abuela y subió al coche, la besé en la frente:
-¿Cómo está la niña más guapa del pueblo?
-Bien- meditó un rato antes de preguntar- ¿Y mamá?
-En casa… descansando.
-¿Qué ha pasado? ¿por qué no ha estado en casa estos días? ¿no se encontraba bien?
-No, Julia…- pensé en cómo debía contarle lo sucedido sin ser demasiado riguroso y mirando de ponerme a su nivel- Verás: mamá ya no lleva a su niño en el vientre.
-¿Ya ha nacido?- se le iluminó la cara y yo pensé: “bien, Jorge: estupendo”
-Bueno… no exactamente.
-Papá, no lo entiendo- frunció el entrecejo y meneó la cabeza, confusa. Realmente era patético que, justo cuanto más necesitaba el don de palabra, no me salieran más que vocablos de deficiente.
-Cómo te diría…- apoyé el brazo sobre su respaldo y me giré directamente hacia ella- Tu hermanito se ha tenido que ir al cielo de los bebés.
-¿Se ha muerto?- yo mismo noté la cara de imbécil que se me quedaba en cuanto Julia pronunció estas palabras. ¿Es que en el colegio ya le enseñaban el significado de la muerte? ¿dónde estaban el cielo y las cigüeñas y todo aquello de antaño?. Me di cuenta de lo mal que estaba y del poco contacto que mantenía con mi propia hija. Sentí pena de mí mismo.
-Sí, cariño. Ha fallecido- ahora ya pasaba a la faceta de hablarle a una niña-adulta. Era lo que mejor se me daba- Y tu madre debe reposar porque no se encuentra demasiado bien ¿entiendes?- la besé de nuevo. Ella me miró con sus ojitos apenados.
-¿Y por qué se ha muerto? Yo quería que viviese con nosotros: ¿es porque mamá no se porta bien?- Una jarra de agua fría cayó sobre mi cabeza. Definitivamente, no estaba preparado para conversar con una chiquilla de seis años demasiado lista como para sortear sus preguntas.
-Mamá no se ha portado mal; es sólo que a veces estas cosas pasan y ya está. La muerte no tiene explicación; viene y no puede evitarse. Tu hermanito tenía débil el corazón y no ha podido aguantar tanto esfuerzo en la barriguita de tu madre.
Parecía conformarse con esta simple respuesta cuando de pronto dijo:
-Pero si tú eres médico y curas el corazón de la gente: ¿Por qué no has podido curar el suyo también?- otra expresión de idiota en mi rostro. Esta vez, no respondí. Se quedó muy seria y miró por la ventana con aire perdido. Le acaricié el cabello claro y fino y ella se dejó hacer. No derramó ni una lágrima.
Al llegar a casa, subió a toda prisa las escaleras, se plantó delante de nuestra habitación y observó a Laura dormir. Me puse tras ella y coloqué mis manos en sus menudos hombros. Sigilosamente, se acercó hasta la cama y besó a su madre. Cuando volvió a acercarse a mí, pronunció con su vocecilla infantil:
-Me da pena porque ahora mamá sufrirá mucho más… y también te hará sufrir a tí- la miré callado. Era más lúcida que toda la familia junta.
La tarde siguiente al regreso de Laura, nos visitaron mis suegros. Al abrir la puerta, apareció Matilde con su típica mueca lastimera: me dio dos besos. Detrás de ella, Ernesto mostraba aquella pose suya que tan bien conocía a aquellas alturas; propia en la mayor parte de los hombres cuando estamos alterados y aparentamos que nada nos afecta. Bueno, qué decir a parte de que es nuestra actitud tan masculina.
Me miró con sus pequeños ojos vidriosos y enrojecidos, evidentemente por la abundante bebida que debía ingerir cada día.
-¿Qué tal, muchacho? ¿cómo lo llevas?- me dio una palmada en la espalda.
-Lo llevo, que ya es suficiente.
El hombre sonrió ligeramente, afirmando. Matilde había entrado en el comedor y besaba a Julia. Nos quedamos en la entrada Ernesto y yo. Disminuyendo el tono de voz, preguntó preocupado:
-¿Y Laura? ¿cómo está ella?
-No lo ha encajado bien. Se siente culpable, ya sabes.
-Claro… claro- lo decía muy serio, mirando hacia la puerta del salón- Pero debe entender que no es responsable del aborto. Que no desearais este niño tanto como a Julia en su momento, no significa que lo fuerais a rechazar. De hecho, si hubierais querido, podría haber interrumpido el embarazo sin ningún tipo de miramientos.
-Lo sé pero ella no atiende a razones: ya la conoces; es tremendamente tozuda y le cuesta ver la realidad. Prefiere castigarse sin motivo- Desde luego, tanto Ernesto como Matilde conocían bien el carácter arduo de su hija pero, indudablemente, no las facetas más agresivas y oscuras de su temperamento.
Nos acercamos hasta el comedor y nos unimos a Matilde y a mi hija. Les ofrecí unas bebidas y cuando me dirigía a la cocina en su busca, Laura bajaba las escaleras. Parecía un espectro con la faz tan blanca y los cabellos enmarañados y mates. Llevaba una bata rosa hasta los tobillos.
-Hola, guapa ¿cómo te encuentras? ¿has podido dormir un rato?
-Sí…- se puso los dedos en las sienes- me duele la cabeza, terriblemente.
-Ves al comedor; han venido tus padres. Ahora te llevo una aspirina.
Volví a la sala con dos coca-colas, un zumo para Julia y un vasito de agua con el analgésico efervescente. Laura estaba sentada en la butaca con la mirada sombría. Delante de ella, sus padres la escrutaban con disimulo en tanto que Julia hablaba incansablemente acerca del caballo “Trote” que le habían regalado para su cumpleaños a Andrea, una niña de su clase.
-Abuelo ¿me comprarás uno a mí? Yo también quiero un caballo. Dice Andrea que el suyo es marrón oscuro y que tiene el pelo muy brillante.
-Bueno, pequeña; eso le tendrás que preguntar a tus padres. Un animal así necesita muchas atenciones, cuidados y mimos- Ernesto acariciaba a Julia tiernamente pero la mirada estaba fija en su hija.
-Prometo que se los daré- me miró a mí, suplicante- Papá, di que sí!
-Ya hablaremos de ello en otro momento ¿de acuerdo?- como siempre ha sido habitual en su naturaleza conformista, igual que la mía, no insistió más.
Matilde, por su parte, observaba la escena como si se tratara de un espectador al margen de las vivencias de los demás que, a fin de cuentas eran las suyas. Con los años, ha llegado a indigestárseme esa parsimonia y falta de carisma que, más bien, rozan el autismo.
dijous, 12 d’abril del 2012
dissabte, 22 d’octubre del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
Al día siguiente Laura ya no vino de buen humor y tuve que tragarme su desidia, sin rechistar, por temor a que la emprendiera a gritos como de costumbre y para evitar que mi hija se sintiera mal.
Realmente me cuestiono a mí mismo por qué no cedo a Magda; es una mujer tan simple, tan cautivadora, tan racional, tan tierna y entusiasta... tan... corriente. Valoro el más mínimo detalle en su forma de ser porque me resulta tentadora y veo en ella una salida que no debo aceptar; sería demasiado egoísta e injusto por mi parte utilizarla para huir de mis pesadillas y así contagiarla de todas las penas acontecidas en el pasado y sé que acabaría por convertirla en una desdichada a mi lado: ahora vivo sin volver la vista pero cuando abandonara mi tétrico sendero para desviarme hacia el más protector, tarde o temprano acudirían a mí los fantasmas del ayer y mi desazón se adueñaría, sin dejarnos descansar a ninguno de los dos.
Estoy seguro de que un día, Magda se cansará de esta situación y su atención empezará a centrarse en cualquier otro hombre; por un lado, me duele pensarlo, ya que la necesito más de lo que yo mismo querría; pero también me alegraré: no hay nada que desee más en el mundo que su felicidad... y la de Julia, por descontado.
A veces intento distanciarme de ella; procuro ser algo grosero en mis respuestas, evitando palabras dulces y objeciones insinuadas; rechazando citas, mostrándome desatento cuando se dirige a mí por cuestiones personales, obligándome a estar ocupado; tonteando ante ella con otras mujeres... sobretodo, a raíz de esta noche que pasamos juntos: sin embargo, me siento mal y acabo por condescender en la mayoría de las ocasiones. Es tan sensible que me estrellaría de cabeza contra la pared una y otra vez si llegara a hacerle daño con mis patochadas. Es Magda... y me brinda lo mejor de sí misma.
Indudablemente, si remuevo los recuerdos, algo que nunca me ha gustado hacer y que ahora estoy poniendo de manifiesto en estas páginas, decido que los dos peores momentos de martirio que viví con Laura fueron; la muerte de su padre y el aborto.
El aborto aconteció mucho antes que el fallecimiento de Ernesto. Sucedió cuando Julia tenía seis años. Fue un embarazo no deseado, concebido en una noche que salimos con unas parejas amigas y llegamos demasiado “contentos” a casa; ella estaba muy despejada y yo la seguí... y, juego por juego, acabó convirtiéndose en algo fortuito. Llegó en muy mal momento ya que justo por aquel entonces, Laura estaba a punto de ser nombrada jefa del departamento de psiquiatría en el hospital: algo que, naturalmente le hacía mucha ilusión y que, consabidamente, le reportaría más tarea y, por lo tanto, menos tiempo libre del que ya apenas gozaba.
Una mañana de domingo, se levantó y se encerró en el baño a vomitar. Con la experiencia de Julia ya no hizo falta preguntarse nada; era evidente que estaba preñada.
La noticia le cayó fatal y para no perder la costumbre, me atribuyó a mí el infortunio. Yo era el único culpable por haberla embarazado. Los meses anteriores a la pérdida, fueron un calvario de constantes represalias.
Una tarde, mientras estaba en el Agora ( todavía no trabajaba en la clínica ) me llamaron de la consulta privada de Laura; era su secretaria y con una voz algo consternada me hizo saber que habían ingresado de urgencias a mi mujer por unas pérdidas que se preveían como un posible aborto. Salté de la butaca, corrí al vestuario, me cambié, hablé con el Dr. Bartolomeu, pedí a mis compañeros que intervinieran en mi lugar y se hicieran cargo de todo lo pertinente y desaparecí de su vista como un rayo.
Cuando llegué al hospital donde la habían trasladado y al abrir la puerta de su habitación, casi sin aliento por las prisas y los nervios de haber estado en una retención de tráfico durante hora y media hasta llegar a mi destino durante la cual llamé para informarme sobre el estado de mi esposa sin que supieran decirme nada, la encontré estirada en la cama, pálida y agotada por la anestesia. Estaba de siete meses y lo había perdido. Le habían tenido que practicar una cesárea. Estiró la mano para que le ofreciera la mía; me senté en la silla que descansaba junto al camastro y sosteniéndosela, se la besé.
Realmente me cuestiono a mí mismo por qué no cedo a Magda; es una mujer tan simple, tan cautivadora, tan racional, tan tierna y entusiasta... tan... corriente. Valoro el más mínimo detalle en su forma de ser porque me resulta tentadora y veo en ella una salida que no debo aceptar; sería demasiado egoísta e injusto por mi parte utilizarla para huir de mis pesadillas y así contagiarla de todas las penas acontecidas en el pasado y sé que acabaría por convertirla en una desdichada a mi lado: ahora vivo sin volver la vista pero cuando abandonara mi tétrico sendero para desviarme hacia el más protector, tarde o temprano acudirían a mí los fantasmas del ayer y mi desazón se adueñaría, sin dejarnos descansar a ninguno de los dos.
Estoy seguro de que un día, Magda se cansará de esta situación y su atención empezará a centrarse en cualquier otro hombre; por un lado, me duele pensarlo, ya que la necesito más de lo que yo mismo querría; pero también me alegraré: no hay nada que desee más en el mundo que su felicidad... y la de Julia, por descontado.
A veces intento distanciarme de ella; procuro ser algo grosero en mis respuestas, evitando palabras dulces y objeciones insinuadas; rechazando citas, mostrándome desatento cuando se dirige a mí por cuestiones personales, obligándome a estar ocupado; tonteando ante ella con otras mujeres... sobretodo, a raíz de esta noche que pasamos juntos: sin embargo, me siento mal y acabo por condescender en la mayoría de las ocasiones. Es tan sensible que me estrellaría de cabeza contra la pared una y otra vez si llegara a hacerle daño con mis patochadas. Es Magda... y me brinda lo mejor de sí misma.
Indudablemente, si remuevo los recuerdos, algo que nunca me ha gustado hacer y que ahora estoy poniendo de manifiesto en estas páginas, decido que los dos peores momentos de martirio que viví con Laura fueron; la muerte de su padre y el aborto.
El aborto aconteció mucho antes que el fallecimiento de Ernesto. Sucedió cuando Julia tenía seis años. Fue un embarazo no deseado, concebido en una noche que salimos con unas parejas amigas y llegamos demasiado “contentos” a casa; ella estaba muy despejada y yo la seguí... y, juego por juego, acabó convirtiéndose en algo fortuito. Llegó en muy mal momento ya que justo por aquel entonces, Laura estaba a punto de ser nombrada jefa del departamento de psiquiatría en el hospital: algo que, naturalmente le hacía mucha ilusión y que, consabidamente, le reportaría más tarea y, por lo tanto, menos tiempo libre del que ya apenas gozaba.
Una mañana de domingo, se levantó y se encerró en el baño a vomitar. Con la experiencia de Julia ya no hizo falta preguntarse nada; era evidente que estaba preñada.
La noticia le cayó fatal y para no perder la costumbre, me atribuyó a mí el infortunio. Yo era el único culpable por haberla embarazado. Los meses anteriores a la pérdida, fueron un calvario de constantes represalias.
Una tarde, mientras estaba en el Agora ( todavía no trabajaba en la clínica ) me llamaron de la consulta privada de Laura; era su secretaria y con una voz algo consternada me hizo saber que habían ingresado de urgencias a mi mujer por unas pérdidas que se preveían como un posible aborto. Salté de la butaca, corrí al vestuario, me cambié, hablé con el Dr. Bartolomeu, pedí a mis compañeros que intervinieran en mi lugar y se hicieran cargo de todo lo pertinente y desaparecí de su vista como un rayo.
Cuando llegué al hospital donde la habían trasladado y al abrir la puerta de su habitación, casi sin aliento por las prisas y los nervios de haber estado en una retención de tráfico durante hora y media hasta llegar a mi destino durante la cual llamé para informarme sobre el estado de mi esposa sin que supieran decirme nada, la encontré estirada en la cama, pálida y agotada por la anestesia. Estaba de siete meses y lo había perdido. Le habían tenido que practicar una cesárea. Estiró la mano para que le ofreciera la mía; me senté en la silla que descansaba junto al camastro y sosteniéndosela, se la besé.
diumenge, 2 d’octubre del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
-Hola, cariño ¿cómo va todo por ahí?... claro, me lo figuro... ¿ahora has acabado de cenar?... sí... he hablado con ella: mi madre la ha invitado a un chino... sí, sí he cenado en el bar y ahora estaba leyendo un poco antes de dormir- iba mirando a Magda sin que ella se diera cuenta: ojeaba un libro acerca de las técnicas del Yoga- Sí, mañana estaremos en casa cuando llegues: ¿sobre las tres?... pues adonde tú quieras. De acuerdo: cuídate. Hasta mañana... yo también- estas dos últimas palabras las pronuncié en voz baja: era evidente que respondía a un “te quiero” que Magda no hacía falta que escuchara en boca de Laura para tener la certeza.
Colgué el teléfono y lo dejé de nuevo al lado de la lamparita. Como si no pasara nada, le hablé animosamente:
-¿Qué haces leyendo un libro sobre Yoga? ¿es que lo practicas?.
-Sí... ¿lo encuentras ridículo? Para tu información, te diré que los hindúes tienen la mente mucho más despejada que nosotros los occidentales y es gracias, en parte, a la relajación- me dio la explicación con un tono algo irritado. Yo también me incorporé un poco sobre el cojín y le toqué la espalda.
-Mujer, no lo encuentro ridículo; al contrario, me parece interesante. Me iría bien controlar un poco más este cerebro que sirve para poco a estas alturas de la vida.
-Pues ya te lo pasaré cuando termine, si de verdad te parece sugestivo- volvía a estar enfadada. No le dije nada y me la quedé mirando con las cejas un poco arqueadas. Ella, después de depositar de nuevo el libro en el cajón, también me miró.
-¿Qué te pasa?
-Nada... ¿qué me va a pasar?- mentía muy mal.
-Entonces ¿por qué me hablas así?
-¿Así, cómo? Te hablo de una manera normal.
-No... antes estabas contenta; ahora estás mosqueada.
-Ya... veo que tu mujer te tiene muy controlado ¿no?- no quería pronunciar el nombre de ella.
-¿Porque me ha llamado?... no lo suele hacer; debía de estar aburrida.
-Que superficialmente hablas de ella... sin embargo eres muy afectuoso... “cariño”...
-Vamos, Magda, es mi modo de expresión. Sabes que soy así: en el hospital le digo cariño incluso a Juana- es una de las enfermeras más antiguas de planta: tiene sesenta y dos años. La verdad sea dicha; no es muy agraciada pero su bellísima persona suple la fealdad física que a todos nos pasa inadvertida.
-Mira, Jorge; ya sabes a lo que me refiero o sea que no me vengas con tonterías.
-Laura es mi pareja: no puedo evitar estar en contacto con ella. Es lógico que quiera saber qué hago y que me pregunte por Julia, si está de viaje. Yo también la telefoneo cuando estoy fuera. ¿No hacías tú lo mismo con Enric?
-Nosotros no viajábamos con todos los gastos pagados- se enfurruñó y empezó a molestarme su actitud inmadura.
-No seas niña, Magda. Somos adultos y sabemos lo que hay entre nosotros. Nunca te he engañado; desde el principio fuiste consciente de lo que teníamos y estuviste de acuerdo ¿no?.
Se giró hacia mí tapándose con la sábana casi hasta el cuello:
-Sí, es cierto; sabía de sobras que estabas casado pero no me pidas que mantenga intactos los sentimientos de aquellos primeros momentos; te he ido conociendo de un modo distinto: hemos paseado juntos; hemos cenado a la luz de las velas, hemos hecho el amor, te he hablado de mi vida aunque tú seas tan celoso de la tuya y, para colmo, pasamos todo el día el uno al lado del otro... no pretendas que te trate como a un amigo con el que tengo derecho a roce de vez en cuando, siempre que tu vida personal te lo permita.
-Es que no podría ser de otro modo...- la miré con rabia.
-¿Ah, no?... ¿puedes decirme, Jorge, qué significo para tí?- su pregunta me incomodó: demasiado personal, demasiado concreta y yo tampoco tenía la respuesta acertada; no al menos la que ella quisiera escuchar. No tenía un buen día para devanarme los sesos; quería que todo resultara sencillo y nada más. Mi vida ya se complicaba suficiente con Laura. Por lo tanto, bajo su mirada interrogante, repliqué erróneamente.
-Eres una buena amante.
Automáticamente vi sus ojos enrojecerse y llenarse de lágrimas. Su boca temblaba como si un inoportuno escalofrío se hubiera adueñado de ella. La palabra “cabrón” parpadeó en mi cabeza en grandes y brillantes letras de neón. Sus hombros temblaron y se echó a llorar sin poder controlar las emociones. Para variar, no supe qué hacer. Me sentía grotesco; medio incorporado en su cama, desnudo bajo la sábana con el miembro tan flácido como mi cerebro en aquellos precisos instantes. Estiré los brazos para abrazarla pero no tuve tiempo porque Magda se levantó, en un solo movimiento se cubrió con el camisón y desapareció del dormitorio. En cuestión de segundos oí cerrarse con el pasador, la puerta del lavabo. Me pasé la mano por la cara, frotándome los ojos y acariciándome el mentón intentando despojarme de las oscuras ideas y me dije en voz baja: “imbécil; eres un perfecto imbécil”. Levanté la vista hacia el comedor. Me puse en pie, me vestí con los calcetines y los pantalones y me dirigí al baño. Piqué débilmente a la puerta con los nudillos. No respondió.
-¿Magda?- apoyé la oreja y oí sus sollozos- Magda, cariño, perdóname; a veces soy un miserable- volví a picar, esta vez algo más fuerte- No te enfades conmigo... por favor...- seguía llorando y yo no tenía ni idea de qué decir. Era una escena un tanto dura. Me quedé meditativo durante un rato esperando su reacción y, finalmente pregunté- ¿Quieres que me vaya?- me pareció la mejor opción porque imaginé que no tendría ganas de estar con un hombre cargado de procacidad, como yo. De nuevo callé y presté atención. Su voz sonó un poco congestionada, como si estuviera pasando por un fuerte resfriado.
-No, no te vayas- percibí el sonido del rollo de papel higiénico al girar, el crujir de un trozo arrancado y a continuación la escuché sonarse la nariz. Al poco rato, corría el cerrojo, de nuevo. Entreabrió la puerta y la pude ver; los contornos de los ojos, irritados y un poco hinchados. Me miró con una expresión tristísima y todavía me juzgué más cretino que antes- Lo siento: no tenía derecho a ponerme así. Pero tampoco esperaba una respuesta tan cruel.
-Lo sé... lo siento; soy un capullo.
Se pasó un minúsculo trozo de papel por debajo de las pestañas inferiores. Se dirigió al sofá y se sentó en él. Hizo una bolita del papel mirándola descuidadamente mientras la estrujaba.
-¿De verdad que solamente soy para tí una amante con la que pasas el rato? ¿no hay nada más que éso?
Yo, seguía de pie junto al aseo y la escrutaba con la mirada. Le veía la espalda en la que se trazaba una recta espina dorsal marcada bajo su piel morena y también bajo la tela que vestía. No dije nada y ella continuó hablando:
-Estoy enamorada de tí y no puedo evitarlo. Te aseguro que cada mañana me digo a mí misma que todo ésto es un disparate. Me propongo seriamente que al llegar al hospital me olvidaré de Jorge y veré al Dr. Manlleu... pero me resulta imposible... Dios mío; es superior a mis fuerzas. Y me odio y te odio porque sé que Laura es tu mundo y yo ni tan siquiera aparezco en él cuando estás con ella- se dio media vuelta y apoyando la pierna sobre el respaldo del sillón, clavó sus bonitos ojos castaños, de nuevo amenazando lágrimas, en los míos- Dime que no estoy loca, por favor...
Me senté a su lado y le acaricié el cabello, intentando recogerle un tirabuzón tras la oreja.
-No estás loca, Magda... entiendo cómo te sientes. A veces no me detengo a pensar en lo que digo y soy capaz de mostrarme cínico; ya me conoces- asentía en silencio con la atención puesta en una peca que tiene en el brazo derecho- Mira; mentiría si te dijera que no quiero a Laura pero también lo haría si te negara que siento algo más hacia tí que un simple aprecio. No obstante, debes entender que yo no puedo dejar mi vida colgada. Pese a tenerlo todo y vivir como un señor, no soy feliz pero es el camino que me he labrado y no tiene marcha atrás...
-¿Por qué no?- interrumpió
-Pues porque éste es mi destino y no me veo ni capacitado ni preparado para dejarlo a medias. Tengo una hija y necesita la unión de sus padres- un nuevo pensamiento asaltó mi mente; era evidente que el tipo de relación que sus progenitores mantenían resultaba más negativa de lo que la afectaría un divorcio por más que pudiera dolerle hasta hacerse a la idea.
-Julia ya es mayorcita, Jorge: Pablo y Marc eran más pequeños y asimilaron bien la separación entre su padre y yo.
-Precisamente... por ese motivo lo aceptaron mejor. Julia está en una etapa crítica. Pero... tampoco es ella la principal causa. Ya te digo que no estoy en condiciones de un cambio en mi vida: no por ahora.
-Así que, de hecho, he de pensar que no rompes con tu rutina, por Laura- se obcecaba ciegamente en un masoquismo que tampoco distaba mucho de la realidad.
-Noo... ni por Julia ni por Laura; es por mí: así de claro ¿sí?- en mi gesto asiduo, arqueé las cejas y mis ojos grises la calmaron.
-Muy bien... supongo que no tengo argumentos para replicarte- puso su mano sobre mi pecho como rato antes había hecho en la cama- Maldigo ese pragmatismo en tu forma de ser: siempre tan conexo y evidente en tus razonamientos... ¿nunca te dejas llevar?- negué con la cabeza. Bajó la mano hacia mi tripa y sonrió, iluminándosele el rostro y a mí el alma- Qué mala soy... tampoco tienes tanta barriguita...
Me incliné encima de ella y volvimos a mantener relaciones en su sillón; después, la alcé en brazos y la llevé a la cama de nuevo y allí continuó nuestra exaltación.
Colgué el teléfono y lo dejé de nuevo al lado de la lamparita. Como si no pasara nada, le hablé animosamente:
-¿Qué haces leyendo un libro sobre Yoga? ¿es que lo practicas?.
-Sí... ¿lo encuentras ridículo? Para tu información, te diré que los hindúes tienen la mente mucho más despejada que nosotros los occidentales y es gracias, en parte, a la relajación- me dio la explicación con un tono algo irritado. Yo también me incorporé un poco sobre el cojín y le toqué la espalda.
-Mujer, no lo encuentro ridículo; al contrario, me parece interesante. Me iría bien controlar un poco más este cerebro que sirve para poco a estas alturas de la vida.
-Pues ya te lo pasaré cuando termine, si de verdad te parece sugestivo- volvía a estar enfadada. No le dije nada y me la quedé mirando con las cejas un poco arqueadas. Ella, después de depositar de nuevo el libro en el cajón, también me miró.
-¿Qué te pasa?
-Nada... ¿qué me va a pasar?- mentía muy mal.
-Entonces ¿por qué me hablas así?
-¿Así, cómo? Te hablo de una manera normal.
-No... antes estabas contenta; ahora estás mosqueada.
-Ya... veo que tu mujer te tiene muy controlado ¿no?- no quería pronunciar el nombre de ella.
-¿Porque me ha llamado?... no lo suele hacer; debía de estar aburrida.
-Que superficialmente hablas de ella... sin embargo eres muy afectuoso... “cariño”...
-Vamos, Magda, es mi modo de expresión. Sabes que soy así: en el hospital le digo cariño incluso a Juana- es una de las enfermeras más antiguas de planta: tiene sesenta y dos años. La verdad sea dicha; no es muy agraciada pero su bellísima persona suple la fealdad física que a todos nos pasa inadvertida.
-Mira, Jorge; ya sabes a lo que me refiero o sea que no me vengas con tonterías.
-Laura es mi pareja: no puedo evitar estar en contacto con ella. Es lógico que quiera saber qué hago y que me pregunte por Julia, si está de viaje. Yo también la telefoneo cuando estoy fuera. ¿No hacías tú lo mismo con Enric?
-Nosotros no viajábamos con todos los gastos pagados- se enfurruñó y empezó a molestarme su actitud inmadura.
-No seas niña, Magda. Somos adultos y sabemos lo que hay entre nosotros. Nunca te he engañado; desde el principio fuiste consciente de lo que teníamos y estuviste de acuerdo ¿no?.
Se giró hacia mí tapándose con la sábana casi hasta el cuello:
-Sí, es cierto; sabía de sobras que estabas casado pero no me pidas que mantenga intactos los sentimientos de aquellos primeros momentos; te he ido conociendo de un modo distinto: hemos paseado juntos; hemos cenado a la luz de las velas, hemos hecho el amor, te he hablado de mi vida aunque tú seas tan celoso de la tuya y, para colmo, pasamos todo el día el uno al lado del otro... no pretendas que te trate como a un amigo con el que tengo derecho a roce de vez en cuando, siempre que tu vida personal te lo permita.
-Es que no podría ser de otro modo...- la miré con rabia.
-¿Ah, no?... ¿puedes decirme, Jorge, qué significo para tí?- su pregunta me incomodó: demasiado personal, demasiado concreta y yo tampoco tenía la respuesta acertada; no al menos la que ella quisiera escuchar. No tenía un buen día para devanarme los sesos; quería que todo resultara sencillo y nada más. Mi vida ya se complicaba suficiente con Laura. Por lo tanto, bajo su mirada interrogante, repliqué erróneamente.
-Eres una buena amante.
Automáticamente vi sus ojos enrojecerse y llenarse de lágrimas. Su boca temblaba como si un inoportuno escalofrío se hubiera adueñado de ella. La palabra “cabrón” parpadeó en mi cabeza en grandes y brillantes letras de neón. Sus hombros temblaron y se echó a llorar sin poder controlar las emociones. Para variar, no supe qué hacer. Me sentía grotesco; medio incorporado en su cama, desnudo bajo la sábana con el miembro tan flácido como mi cerebro en aquellos precisos instantes. Estiré los brazos para abrazarla pero no tuve tiempo porque Magda se levantó, en un solo movimiento se cubrió con el camisón y desapareció del dormitorio. En cuestión de segundos oí cerrarse con el pasador, la puerta del lavabo. Me pasé la mano por la cara, frotándome los ojos y acariciándome el mentón intentando despojarme de las oscuras ideas y me dije en voz baja: “imbécil; eres un perfecto imbécil”. Levanté la vista hacia el comedor. Me puse en pie, me vestí con los calcetines y los pantalones y me dirigí al baño. Piqué débilmente a la puerta con los nudillos. No respondió.
-¿Magda?- apoyé la oreja y oí sus sollozos- Magda, cariño, perdóname; a veces soy un miserable- volví a picar, esta vez algo más fuerte- No te enfades conmigo... por favor...- seguía llorando y yo no tenía ni idea de qué decir. Era una escena un tanto dura. Me quedé meditativo durante un rato esperando su reacción y, finalmente pregunté- ¿Quieres que me vaya?- me pareció la mejor opción porque imaginé que no tendría ganas de estar con un hombre cargado de procacidad, como yo. De nuevo callé y presté atención. Su voz sonó un poco congestionada, como si estuviera pasando por un fuerte resfriado.
-No, no te vayas- percibí el sonido del rollo de papel higiénico al girar, el crujir de un trozo arrancado y a continuación la escuché sonarse la nariz. Al poco rato, corría el cerrojo, de nuevo. Entreabrió la puerta y la pude ver; los contornos de los ojos, irritados y un poco hinchados. Me miró con una expresión tristísima y todavía me juzgué más cretino que antes- Lo siento: no tenía derecho a ponerme así. Pero tampoco esperaba una respuesta tan cruel.
-Lo sé... lo siento; soy un capullo.
Se pasó un minúsculo trozo de papel por debajo de las pestañas inferiores. Se dirigió al sofá y se sentó en él. Hizo una bolita del papel mirándola descuidadamente mientras la estrujaba.
-¿De verdad que solamente soy para tí una amante con la que pasas el rato? ¿no hay nada más que éso?
Yo, seguía de pie junto al aseo y la escrutaba con la mirada. Le veía la espalda en la que se trazaba una recta espina dorsal marcada bajo su piel morena y también bajo la tela que vestía. No dije nada y ella continuó hablando:
-Estoy enamorada de tí y no puedo evitarlo. Te aseguro que cada mañana me digo a mí misma que todo ésto es un disparate. Me propongo seriamente que al llegar al hospital me olvidaré de Jorge y veré al Dr. Manlleu... pero me resulta imposible... Dios mío; es superior a mis fuerzas. Y me odio y te odio porque sé que Laura es tu mundo y yo ni tan siquiera aparezco en él cuando estás con ella- se dio media vuelta y apoyando la pierna sobre el respaldo del sillón, clavó sus bonitos ojos castaños, de nuevo amenazando lágrimas, en los míos- Dime que no estoy loca, por favor...
Me senté a su lado y le acaricié el cabello, intentando recogerle un tirabuzón tras la oreja.
-No estás loca, Magda... entiendo cómo te sientes. A veces no me detengo a pensar en lo que digo y soy capaz de mostrarme cínico; ya me conoces- asentía en silencio con la atención puesta en una peca que tiene en el brazo derecho- Mira; mentiría si te dijera que no quiero a Laura pero también lo haría si te negara que siento algo más hacia tí que un simple aprecio. No obstante, debes entender que yo no puedo dejar mi vida colgada. Pese a tenerlo todo y vivir como un señor, no soy feliz pero es el camino que me he labrado y no tiene marcha atrás...
-¿Por qué no?- interrumpió
-Pues porque éste es mi destino y no me veo ni capacitado ni preparado para dejarlo a medias. Tengo una hija y necesita la unión de sus padres- un nuevo pensamiento asaltó mi mente; era evidente que el tipo de relación que sus progenitores mantenían resultaba más negativa de lo que la afectaría un divorcio por más que pudiera dolerle hasta hacerse a la idea.
-Julia ya es mayorcita, Jorge: Pablo y Marc eran más pequeños y asimilaron bien la separación entre su padre y yo.
-Precisamente... por ese motivo lo aceptaron mejor. Julia está en una etapa crítica. Pero... tampoco es ella la principal causa. Ya te digo que no estoy en condiciones de un cambio en mi vida: no por ahora.
-Así que, de hecho, he de pensar que no rompes con tu rutina, por Laura- se obcecaba ciegamente en un masoquismo que tampoco distaba mucho de la realidad.
-Noo... ni por Julia ni por Laura; es por mí: así de claro ¿sí?- en mi gesto asiduo, arqueé las cejas y mis ojos grises la calmaron.
-Muy bien... supongo que no tengo argumentos para replicarte- puso su mano sobre mi pecho como rato antes había hecho en la cama- Maldigo ese pragmatismo en tu forma de ser: siempre tan conexo y evidente en tus razonamientos... ¿nunca te dejas llevar?- negué con la cabeza. Bajó la mano hacia mi tripa y sonrió, iluminándosele el rostro y a mí el alma- Qué mala soy... tampoco tienes tanta barriguita...
Me incliné encima de ella y volvimos a mantener relaciones en su sillón; después, la alcé en brazos y la llevé a la cama de nuevo y allí continuó nuestra exaltación.
dijous, 15 de setembre del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
Me apetece explicar mi cita con Magda aquel viernes porque, de algún modo, resulta doloroso pero también más sencillo, abrir los ojos para ver y entender desde fuera cuál es el comportamiento, entendiblemente normal y el que se asume como el continuo pero decididamente, anómalo. Son el caso; Magda y Laura, respectivamente. A parte, creo no equivocarme si digo que ésa fue la primera vez que me reprochó todo aquéllo que quizá venía callando sin que yo me percatara y que escondía forzosamente para no originar conflicto entre los dos.
Hacía mucho calor aquella tarde. No me había resultado difícil allanar el terreno porque Julia decidió por sí misma que quería pasar el fin de semana con mi madre, que vive en Mollet y los hijos de Magda tenían régimen de visitas con su padre. Apenas probamos bocado y luego nos tomamos un helado. Paseamos por el puerto porque la tarde nos invitaba a ello y hacia las ocho, fuimos para su casa. Como ella vive en la ciudad, no suele llevarse el coche: acostumbra a moverse con los medios de transporte públicos, así que de nuevo cogimos mi auto.
-Esta humedad me va a matar- comenté mientras conducía por un gran paseo, secándome el sudor con un bonito kleenex adornado de elefantes y perfumado a lavanda.
-No te preocupes; en casa nos refrescaremos con el aire acondicionado.
-Buen invento.
-Buen consumo.
Sonreí con la mirada al frente.
-Ya me pasarás la factura; el castigo por llevar el aire estropeado, en mi auto- me pegó un toque en el brazo con la mano y giró los ojos moviendo negativamente la cabeza.
-Qué tontorrón eres…- la miré con mi amplia sonrisa en los labios y le pasé el brazo por encima de los hombros.
Llegamos a su piso. Naturalmente, lo conocía de otras veces. Se trataba de un pequeño pero acogedor y cuidado ático de unos cincuenta y cinco metros cuadrados; con una terracita llena de flores: nada que ver con mi gran casa por lo que, la primera vez que entré, me sentí avergonzado; tanta suntuosidad en mi mundo de élite y tanta austeridad a mi alrededor.
Los muebles eran escasos y modernos. Tenía sólo dos habitaciones; la de los niños, llena de cuadros infantiles, de juguetes y de estanterías plagadas de monigotes de todo tipo. Dormían en un tren, para ahorrar espacio. Sus hijos tienen siete y nueve años. Recuerdo perfectamente sus embarazos; con aquella barriga abultada con la que casi no podía ni caminar a última hora. Durante las bajas la encontré a faltar sobremanera aunque las chicas suplentes eran muy aplicadas y voluntariosas. No me daba cuenta: pero añoraba su persona.
Su dormitorio tampoco era muy amplio pero sí algo más que el de los críos y tenía una puerta que asomaba al balcón y dejaba ver unos geranios rojos en el suelo mientras otro azulado descansaba sobre la repisa de la ventana y entre una y otra, ofrecían una claridad grata a la estancia; lo mismo que el ventanal del comedor. Allí se respiraban buenas vibraciones; se notaba que flotaba la ternura a diario… y también la soledad.
La cocina era de barra americana y el aseo, diminuto, se encontraba en el corto corredor de la entrada. Todo olía a ambientador de pino y uno se sentía cómodo.
Dada nuestra confianza, nada más entrar me senté en el sofá de tela amarilla cubierta por una funda del mismo tono. Me saqué los zapatos y descansé las piernas sobre la parte inferior, preparada para estirarse. Antes, como por costumbre, enchufé la tele. En aquel momento comenzaban las noticias destacando la gran batalla entre Suníes y Chiitas: más muertes gratuitas y estúpidas añadidas a una guerra reciente y todavía manando sangre de su herida.
-Qué bárbaros son: parece que no han aprendido nada con todo lo que han sufrido. Pierden el tiempo matándose entre ellos y, mientras, el gobierno de EEUU frotándose las manos a sus espaldas.
-La religión es así, Magda. ¿Qué mueve al mundo, sino?
-El dinero…
-Claro: el dinero y la religión: son como hermanos siameses. A lo largo de la historia la mayor parte de los crímenes perpetrados han tenido su origen en la discrepancia al culto.
-Sea como sea, es triste. Mueren adultos y niños.
-Desde luego. La falta de cultura es un factor importante y se le añade la irracionalidad.
-Bueno… creo que a nivel mundial no se salva nadie. Ni la sabiduría de los países más elevados, evita las catástrofes humanas.
-Son demasiados los intereses que irrumpen en la resolución más adecuada. De ahí la riqueza y la pobreza. Años atrás, los propios americanos apoyaron a Sadam Hussein cuando los rusos colaboraban con Irán ¿por qué? La URS era la segunda potencia más importante y peor enemiga de los yanquis; en cambio, a partir del momento en que se puso en juego el punto fuerte que era la economía: con los pozos de petróleo kuwaitíes y tal, ellos mismos se volvieron en contra del dictador. Y al final, han conseguido derrotarlo y que la salvaje justicia de su país vaya a juzgarlo y, posiblemente a condenarlo a muerte por todos sus crímenes de los que no es el único culpable.
-Sí… qué lástima ¿verdad?
-Ya, pero es una realidad.
Se fue a su habitación y al cabo de pocos minutos apareció vestida con una graciosa prenda blanca, casi transparente y de tirantes que, más me pareció un salto de cama que un camisón.
-Te sienta divinamente…
-Gracias. Lo estreno hoy.
-¿Por mí?
-No, qué va… por mi vecino de enfrente…
-¿Qué vecino?- hice el cómico gesto de levantarme apresuradamente para dirigirme a la puerta de la calle, como si de verdad creyera en tal personaje. Ella se rió.
-Eres un payaso.
-Si te hago sonreír, no me importa lo más mínimo.
-También me haces llorar- se quedó seria y me miró con los ojos vacíos.
-Pues no es mi intención, créeme- no supe qué cara poner.
Ella cambió de expresión con suma rapidez.
-Venga… voy a preparar una buena ensalada de pasta y después te pondré a dieta con un poco de rape a la plancha y mi especial salsa verde.
-¿A dieta? ¿insinúas que me sobran quilos?
-Hombres!- miró hacia el techo y dejó ir un soplido- No te sobran quilos pero, podría decirse que las preocupaciones anidan en tu panza.
-Ésto es la curva de la felicidad, no te confundas- me acaricié la barriga tal y como haría una mujer encinta. Y pensé por inercia “menuda felicidad”.
-¿Por qué todos los hombres decís lo mismo? En teoría es a nosotras a las que nos cuesta aceptar la triste realidad.
-Algunos paleolíticos también cuidamos de nuestra estética.
Dejó ir una carcajada que llenó la vivienda:
-Resulta que eres un paleolítico… pues tienes ciertos toques de distinción que te hacen especial.
-Dispara…
Negó con la cabeza:
-Me los guardo para mí solita.
-Magda, no me hagas ésto; quiero saber cuáles son mis atributos más admirados por una dama como tú para regodearme de ellos ante tí.
-Pues, sufre porque no voy a recitártelos…vaya, tampoco creas que son tantos, eh!- adoptó una sonrisa pícara. La miré embobado. Se dirigió hasta la barra y empezó a trajinar con cacerolas y armarios.
-Pues una de tus muchas virtudes que no pasa desapercibida, es esa belleza tan “extraña” que me somete.
-¿Extraña? ¿y éso por qué?- se me quedó mirando de nuevo mientras llenaba una olla con agua caliente.
-Pues porque la tuya es una lindeza atípica. Tienes unos rasgos que te caracterizan inusualmente.
-Bueno… me lo tomaré como un cumplido.
-Nada de cumplidos, amor. Es así.
-Éso se lo dirás a todas.
-No… es que mis otras amantes son más vulgares…
Me volvió a mirar ruborizada. Cenamos perfectamente; si bien la cena era de lo más simple, tenía buen arte para cocinar. Tomamos un chupito de wisky y vimos una película de vídeo que dejamos a medias porque nuestro deseo era demasiado fuerte para no obedecerlo. Como varias otras veces, hicimos el amor: antes, mis dedos asomaron por su sexo que clamaba mi esmero y mi lengua lamió sus pezones endurecidos y poco a poco se fue deslizando hacia sus partes que fue estimulando hasta que noté como su estómago se agitaba en cortas pero seguidas convulsiones.
Después, nos quedamos estirados en la cama; yo, boca arriba con la almohada doblada bajo la cabeza y Magda con la sábana cubriéndola hasta la cadera, reposaba sobre mi pecho haciendo pequeños círculos con el dedo índice en mi piel poco poblada de bello. Yo le acariciaba el hombro, suavemente. Empezó a besarme. De pronto sonó mi móvil. Pensé que sería Julia pero al mirar el reloj en la mesilla de noche, comprobar que ya eran casi las doce y teniendo en cuenta que ya habíamos hablado por la tarde, supe que era Laura. Sin moverme, estiré el brazo y cogí el teléfono; efectivamente. Magda se incorporó e hizo ver que buscaba algo en la mesita de al lado mientras yo empezaba a hablar.
Hacía mucho calor aquella tarde. No me había resultado difícil allanar el terreno porque Julia decidió por sí misma que quería pasar el fin de semana con mi madre, que vive en Mollet y los hijos de Magda tenían régimen de visitas con su padre. Apenas probamos bocado y luego nos tomamos un helado. Paseamos por el puerto porque la tarde nos invitaba a ello y hacia las ocho, fuimos para su casa. Como ella vive en la ciudad, no suele llevarse el coche: acostumbra a moverse con los medios de transporte públicos, así que de nuevo cogimos mi auto.
-Esta humedad me va a matar- comenté mientras conducía por un gran paseo, secándome el sudor con un bonito kleenex adornado de elefantes y perfumado a lavanda.
-No te preocupes; en casa nos refrescaremos con el aire acondicionado.
-Buen invento.
-Buen consumo.
Sonreí con la mirada al frente.
-Ya me pasarás la factura; el castigo por llevar el aire estropeado, en mi auto- me pegó un toque en el brazo con la mano y giró los ojos moviendo negativamente la cabeza.
-Qué tontorrón eres…- la miré con mi amplia sonrisa en los labios y le pasé el brazo por encima de los hombros.
Llegamos a su piso. Naturalmente, lo conocía de otras veces. Se trataba de un pequeño pero acogedor y cuidado ático de unos cincuenta y cinco metros cuadrados; con una terracita llena de flores: nada que ver con mi gran casa por lo que, la primera vez que entré, me sentí avergonzado; tanta suntuosidad en mi mundo de élite y tanta austeridad a mi alrededor.
Los muebles eran escasos y modernos. Tenía sólo dos habitaciones; la de los niños, llena de cuadros infantiles, de juguetes y de estanterías plagadas de monigotes de todo tipo. Dormían en un tren, para ahorrar espacio. Sus hijos tienen siete y nueve años. Recuerdo perfectamente sus embarazos; con aquella barriga abultada con la que casi no podía ni caminar a última hora. Durante las bajas la encontré a faltar sobremanera aunque las chicas suplentes eran muy aplicadas y voluntariosas. No me daba cuenta: pero añoraba su persona.
Su dormitorio tampoco era muy amplio pero sí algo más que el de los críos y tenía una puerta que asomaba al balcón y dejaba ver unos geranios rojos en el suelo mientras otro azulado descansaba sobre la repisa de la ventana y entre una y otra, ofrecían una claridad grata a la estancia; lo mismo que el ventanal del comedor. Allí se respiraban buenas vibraciones; se notaba que flotaba la ternura a diario… y también la soledad.
La cocina era de barra americana y el aseo, diminuto, se encontraba en el corto corredor de la entrada. Todo olía a ambientador de pino y uno se sentía cómodo.
Dada nuestra confianza, nada más entrar me senté en el sofá de tela amarilla cubierta por una funda del mismo tono. Me saqué los zapatos y descansé las piernas sobre la parte inferior, preparada para estirarse. Antes, como por costumbre, enchufé la tele. En aquel momento comenzaban las noticias destacando la gran batalla entre Suníes y Chiitas: más muertes gratuitas y estúpidas añadidas a una guerra reciente y todavía manando sangre de su herida.
-Qué bárbaros son: parece que no han aprendido nada con todo lo que han sufrido. Pierden el tiempo matándose entre ellos y, mientras, el gobierno de EEUU frotándose las manos a sus espaldas.
-La religión es así, Magda. ¿Qué mueve al mundo, sino?
-El dinero…
-Claro: el dinero y la religión: son como hermanos siameses. A lo largo de la historia la mayor parte de los crímenes perpetrados han tenido su origen en la discrepancia al culto.
-Sea como sea, es triste. Mueren adultos y niños.
-Desde luego. La falta de cultura es un factor importante y se le añade la irracionalidad.
-Bueno… creo que a nivel mundial no se salva nadie. Ni la sabiduría de los países más elevados, evita las catástrofes humanas.
-Son demasiados los intereses que irrumpen en la resolución más adecuada. De ahí la riqueza y la pobreza. Años atrás, los propios americanos apoyaron a Sadam Hussein cuando los rusos colaboraban con Irán ¿por qué? La URS era la segunda potencia más importante y peor enemiga de los yanquis; en cambio, a partir del momento en que se puso en juego el punto fuerte que era la economía: con los pozos de petróleo kuwaitíes y tal, ellos mismos se volvieron en contra del dictador. Y al final, han conseguido derrotarlo y que la salvaje justicia de su país vaya a juzgarlo y, posiblemente a condenarlo a muerte por todos sus crímenes de los que no es el único culpable.
-Sí… qué lástima ¿verdad?
-Ya, pero es una realidad.
Se fue a su habitación y al cabo de pocos minutos apareció vestida con una graciosa prenda blanca, casi transparente y de tirantes que, más me pareció un salto de cama que un camisón.
-Te sienta divinamente…
-Gracias. Lo estreno hoy.
-¿Por mí?
-No, qué va… por mi vecino de enfrente…
-¿Qué vecino?- hice el cómico gesto de levantarme apresuradamente para dirigirme a la puerta de la calle, como si de verdad creyera en tal personaje. Ella se rió.
-Eres un payaso.
-Si te hago sonreír, no me importa lo más mínimo.
-También me haces llorar- se quedó seria y me miró con los ojos vacíos.
-Pues no es mi intención, créeme- no supe qué cara poner.
Ella cambió de expresión con suma rapidez.
-Venga… voy a preparar una buena ensalada de pasta y después te pondré a dieta con un poco de rape a la plancha y mi especial salsa verde.
-¿A dieta? ¿insinúas que me sobran quilos?
-Hombres!- miró hacia el techo y dejó ir un soplido- No te sobran quilos pero, podría decirse que las preocupaciones anidan en tu panza.
-Ésto es la curva de la felicidad, no te confundas- me acaricié la barriga tal y como haría una mujer encinta. Y pensé por inercia “menuda felicidad”.
-¿Por qué todos los hombres decís lo mismo? En teoría es a nosotras a las que nos cuesta aceptar la triste realidad.
-Algunos paleolíticos también cuidamos de nuestra estética.
Dejó ir una carcajada que llenó la vivienda:
-Resulta que eres un paleolítico… pues tienes ciertos toques de distinción que te hacen especial.
-Dispara…
Negó con la cabeza:
-Me los guardo para mí solita.
-Magda, no me hagas ésto; quiero saber cuáles son mis atributos más admirados por una dama como tú para regodearme de ellos ante tí.
-Pues, sufre porque no voy a recitártelos…vaya, tampoco creas que son tantos, eh!- adoptó una sonrisa pícara. La miré embobado. Se dirigió hasta la barra y empezó a trajinar con cacerolas y armarios.
-Pues una de tus muchas virtudes que no pasa desapercibida, es esa belleza tan “extraña” que me somete.
-¿Extraña? ¿y éso por qué?- se me quedó mirando de nuevo mientras llenaba una olla con agua caliente.
-Pues porque la tuya es una lindeza atípica. Tienes unos rasgos que te caracterizan inusualmente.
-Bueno… me lo tomaré como un cumplido.
-Nada de cumplidos, amor. Es así.
-Éso se lo dirás a todas.
-No… es que mis otras amantes son más vulgares…
Me volvió a mirar ruborizada. Cenamos perfectamente; si bien la cena era de lo más simple, tenía buen arte para cocinar. Tomamos un chupito de wisky y vimos una película de vídeo que dejamos a medias porque nuestro deseo era demasiado fuerte para no obedecerlo. Como varias otras veces, hicimos el amor: antes, mis dedos asomaron por su sexo que clamaba mi esmero y mi lengua lamió sus pezones endurecidos y poco a poco se fue deslizando hacia sus partes que fue estimulando hasta que noté como su estómago se agitaba en cortas pero seguidas convulsiones.
Después, nos quedamos estirados en la cama; yo, boca arriba con la almohada doblada bajo la cabeza y Magda con la sábana cubriéndola hasta la cadera, reposaba sobre mi pecho haciendo pequeños círculos con el dedo índice en mi piel poco poblada de bello. Yo le acariciaba el hombro, suavemente. Empezó a besarme. De pronto sonó mi móvil. Pensé que sería Julia pero al mirar el reloj en la mesilla de noche, comprobar que ya eran casi las doce y teniendo en cuenta que ya habíamos hablado por la tarde, supe que era Laura. Sin moverme, estiré el brazo y cogí el teléfono; efectivamente. Magda se incorporó e hizo ver que buscaba algo en la mesita de al lado mientras yo empezaba a hablar.
dissabte, 10 de setembre del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
Con lentitud, me arrodillé sobre la cama y a gatas me aproximé a mi esposa. Una vez colocado encima de ella, empezó a desabotonarme la camisa; volvía a suspirar y me besaba el cuello. Con una voz suplicante me pidió que la acariciara con mis manos de cirujano: así lo hice; le levanté la ropa, se la saqué suavemente y llené mis medianas manos con sus senos que se mostraban blandos y suaves.
-Dime que me quieres…
-Te quiero, cariño…- no pude reparar en si se lo decía de corazón o sólo porque me lo pedía en ese instante.
-Oh, Jorge… te deseo tanto… sigues siendo tan atractivo- no respondí ya que sus labios me besaron y preferí no atender demasiado a sus palabras.
La desnudé del todo y entonces ella se incorporó e hizo que me estirara en su lugar de manera que volvió a sentarse sobre mis partes que casi estallaban. Como la define su carácter, también le gusta llevar la iniciativa y ser la parte dominante en nuestras pocas escenas más apasionadas. A menudo me he preguntado si con su amigo el Dr. Peralta y otros, actuará de la misma forma, aunque procuro distraer la idea ya que, paradójicamente a todo, me carcomen los celos.
Me bajó la cremallera del pantalón y esta vez fue ella la que me quitó la ropa.
Hicimos el amor y yo cedí a todo lo que quiso. No hubiera podido negarme: tampoco pretendía aventurarme a descubrir qué sucedía si no era absolutamente receptivo. Tenía demasiada experiencia acumulada a la espalda como para ponerme a jugar con fuego.
La botella de vino blanco, quedó en el refrigerador…
Aquel fin de semana es digno de ser descrito como “de ensueño”. Laura se mostró totalmente serena y próxima; no tuvimos ninguna discusión ni ella presentó brote alguno de histerismo. Llegué a preguntarme si habría iniciado algún tipo de terapia sin yo saberlo. A Julia se la veía feliz de observar la armonía entre sus padres y yo me sentía un hombre afortunado: deseaba con todas mis fuerzas que aquello no terminara. Todo se desenvolvía como en cualquier hogar alumbrado por el cariño. No obstante, por décimas de segundo, se me despertaba en la cabeza un pequeño dispositivo que gritaba: “no durará, no durará”. Cuando te encuentras metido en un sin vivir como el mío, la única cosa que de verdad importa es aprovechar el hoy sin mirar hacia el mañana: éso hice.
Pasamos el sábado vagando por Camprodón, admirando sus estrechas calles y sus hermosas y cuidadas fachadas. Caminamos bordeando el río, aspirando el perfume de las flores cercanas y escuchando el murmullo del agua. Y el domingo por la tarde, antes de volver a Matadepera y a nuestras ineludibles obligaciones, nos pasamos por casa de unos viejos amigos con los que casi me atrevería a decir, pactamos el ser vecinos antes de enfrascarnos en una segunda residencia. Fue maravilloso mientras duró.
Por más que suene rocambolesco, lo cierto es que con Laura, sentirse como “el hombre” es un lujo del que no puedo disfrutar a menudo. Para ella ni tan siquiera soy persona; no me concibe como su compañero sentimental y aliado, sino como un objeto al que golpea cuando le viene en gana, desatando sus infortunios y penalidades: como el saco con el que un boxeador entrena para, después, ganar el combate.
Así pues, inicié muy bien la semana y pareció que me hubieran puesto una inyección de adrenalina. Luego, lo que no imaginaba es que aquel mismo viernes tendría que ver llorar a Magda por mi culpa y por mi falta de atención. Se dice que no puede tenerse todo en esta vida; qué tristemente acertado.
Laura se fue el jueves de madrugada para coger el avión dirección a Madrid y yo, más tarde me dirigí al hospital, en cierto modo apenado por su marcha y por otro lado, contento de saberme libre. Se lo comuniqué a Magda el lunes a primera hora de la mañana para que supiera de mi interés. Al principio se mostró algo remisa a hablarme y a mirarme pero con su naturaleza vivaz, poco le duró la apatía. Se solventó fácilmente con unas cuantas de mis bromas recurrentes desmereciendo mi propia inteligencia y capacidades, delante de todos. La verdad es que tengo gracia para la mofa; especialmente de mí mismo y la gente acostumbra a reírse con gusto; éso es sano. Al menos para los demás, resulta beneficioso.
Pero a quien de veras quería ver sonreír era a Magda y me sentí bien al conseguir mi meta. No le pasó desapercibido, ni mucho menos, que había emprendido la semana con buen humor.
-Veo que el fin de semana te ha sentado estupendamente.
-Bueno, no gran cosa… básicamente, tranquilidad. Mucha caminata y aire renovador.
-¿Solo o en compañía?- la observé de reojo: ella no me miraba. Estábamos en la sala de reuniones para discutir y decidir con otros médicos y enfermeras, entre otros asuntos, cómo resolver el caso de una chica a la que no sabíamos si poner un marcapasos o un DAI ( desfibrilador automático implantable ) porque presentaba un cuadro algo confuso. Estaba sentado en mi silla, recogiendo un montón de papeles que, dada mi torpeza habitual, se me habían esparcido por encima de la mesa justo al sentarme. Ella me ayudaba, de pie a mi lado.
-Solo- mentí. Era la respuesta que ella estaba esperando- ¿Y a tí qué tal te ha ido el fin de semana?.
-Bien: lo he pasado con mis padres y los niños en St. Pol. Disfrutan de lo lindo, allí.
-Todos los críos adoran la playa.
-Sí… ya… pero ellos lo pasan bien porque con sus abuelos hacen lo que les place sin recibir las reprimendas de mamá- me miró con su acostumbrada calidez.
-Aahh… claro- levanté el mentón exageradamente. Fue entonces cuando le comenté que Laura se iba aquella semana.
-¿Sí? ¿y cómo es éso?
-Se va a Madrid y no vuelve hasta el sábado.
-Es posible que tenga ganas de verte pero he de mirar mi agenda- me guiñó el ojo. Tenía todos los folios en orden. Se sentó a mi lado y el Dr. Bartolomeu, que se paseaba por el hospital de tanto en tanto y que, aunque jubilado, todavía tenía gran influencia, inició la reunión.
-Dime que me quieres…
-Te quiero, cariño…- no pude reparar en si se lo decía de corazón o sólo porque me lo pedía en ese instante.
-Oh, Jorge… te deseo tanto… sigues siendo tan atractivo- no respondí ya que sus labios me besaron y preferí no atender demasiado a sus palabras.
La desnudé del todo y entonces ella se incorporó e hizo que me estirara en su lugar de manera que volvió a sentarse sobre mis partes que casi estallaban. Como la define su carácter, también le gusta llevar la iniciativa y ser la parte dominante en nuestras pocas escenas más apasionadas. A menudo me he preguntado si con su amigo el Dr. Peralta y otros, actuará de la misma forma, aunque procuro distraer la idea ya que, paradójicamente a todo, me carcomen los celos.
Me bajó la cremallera del pantalón y esta vez fue ella la que me quitó la ropa.
Hicimos el amor y yo cedí a todo lo que quiso. No hubiera podido negarme: tampoco pretendía aventurarme a descubrir qué sucedía si no era absolutamente receptivo. Tenía demasiada experiencia acumulada a la espalda como para ponerme a jugar con fuego.
La botella de vino blanco, quedó en el refrigerador…
Aquel fin de semana es digno de ser descrito como “de ensueño”. Laura se mostró totalmente serena y próxima; no tuvimos ninguna discusión ni ella presentó brote alguno de histerismo. Llegué a preguntarme si habría iniciado algún tipo de terapia sin yo saberlo. A Julia se la veía feliz de observar la armonía entre sus padres y yo me sentía un hombre afortunado: deseaba con todas mis fuerzas que aquello no terminara. Todo se desenvolvía como en cualquier hogar alumbrado por el cariño. No obstante, por décimas de segundo, se me despertaba en la cabeza un pequeño dispositivo que gritaba: “no durará, no durará”. Cuando te encuentras metido en un sin vivir como el mío, la única cosa que de verdad importa es aprovechar el hoy sin mirar hacia el mañana: éso hice.
Pasamos el sábado vagando por Camprodón, admirando sus estrechas calles y sus hermosas y cuidadas fachadas. Caminamos bordeando el río, aspirando el perfume de las flores cercanas y escuchando el murmullo del agua. Y el domingo por la tarde, antes de volver a Matadepera y a nuestras ineludibles obligaciones, nos pasamos por casa de unos viejos amigos con los que casi me atrevería a decir, pactamos el ser vecinos antes de enfrascarnos en una segunda residencia. Fue maravilloso mientras duró.
Por más que suene rocambolesco, lo cierto es que con Laura, sentirse como “el hombre” es un lujo del que no puedo disfrutar a menudo. Para ella ni tan siquiera soy persona; no me concibe como su compañero sentimental y aliado, sino como un objeto al que golpea cuando le viene en gana, desatando sus infortunios y penalidades: como el saco con el que un boxeador entrena para, después, ganar el combate.
Así pues, inicié muy bien la semana y pareció que me hubieran puesto una inyección de adrenalina. Luego, lo que no imaginaba es que aquel mismo viernes tendría que ver llorar a Magda por mi culpa y por mi falta de atención. Se dice que no puede tenerse todo en esta vida; qué tristemente acertado.
Laura se fue el jueves de madrugada para coger el avión dirección a Madrid y yo, más tarde me dirigí al hospital, en cierto modo apenado por su marcha y por otro lado, contento de saberme libre. Se lo comuniqué a Magda el lunes a primera hora de la mañana para que supiera de mi interés. Al principio se mostró algo remisa a hablarme y a mirarme pero con su naturaleza vivaz, poco le duró la apatía. Se solventó fácilmente con unas cuantas de mis bromas recurrentes desmereciendo mi propia inteligencia y capacidades, delante de todos. La verdad es que tengo gracia para la mofa; especialmente de mí mismo y la gente acostumbra a reírse con gusto; éso es sano. Al menos para los demás, resulta beneficioso.
Pero a quien de veras quería ver sonreír era a Magda y me sentí bien al conseguir mi meta. No le pasó desapercibido, ni mucho menos, que había emprendido la semana con buen humor.
-Veo que el fin de semana te ha sentado estupendamente.
-Bueno, no gran cosa… básicamente, tranquilidad. Mucha caminata y aire renovador.
-¿Solo o en compañía?- la observé de reojo: ella no me miraba. Estábamos en la sala de reuniones para discutir y decidir con otros médicos y enfermeras, entre otros asuntos, cómo resolver el caso de una chica a la que no sabíamos si poner un marcapasos o un DAI ( desfibrilador automático implantable ) porque presentaba un cuadro algo confuso. Estaba sentado en mi silla, recogiendo un montón de papeles que, dada mi torpeza habitual, se me habían esparcido por encima de la mesa justo al sentarme. Ella me ayudaba, de pie a mi lado.
-Solo- mentí. Era la respuesta que ella estaba esperando- ¿Y a tí qué tal te ha ido el fin de semana?.
-Bien: lo he pasado con mis padres y los niños en St. Pol. Disfrutan de lo lindo, allí.
-Todos los críos adoran la playa.
-Sí… ya… pero ellos lo pasan bien porque con sus abuelos hacen lo que les place sin recibir las reprimendas de mamá- me miró con su acostumbrada calidez.
-Aahh… claro- levanté el mentón exageradamente. Fue entonces cuando le comenté que Laura se iba aquella semana.
-¿Sí? ¿y cómo es éso?
-Se va a Madrid y no vuelve hasta el sábado.
-Es posible que tenga ganas de verte pero he de mirar mi agenda- me guiñó el ojo. Tenía todos los folios en orden. Se sentó a mi lado y el Dr. Bartolomeu, que se paseaba por el hospital de tanto en tanto y que, aunque jubilado, todavía tenía gran influencia, inició la reunión.
diumenge, 4 de setembre del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
Se mostró extrañamente amable y cordial conmigo. Sólo me cabía imaginar que el día le había resultado agradable, yo había aparecido en su pensamiento y, por el motivo que fuese, necesitaba estar a mi lado. No hablamos demasiado pero por poco que lo hicimos fue ella la que me estuvo explicando su deambular por psiquiatría aquella mañana y también me comunicó que a la semana siguiente tenía un congreso en Madrid: que iría el jueves y volvería el sábado hacia el mediodía. Me alegré y de nuevo pensé en Magda a la que podría compensar, después de todo. Teniendo en cuenta que pasamos la mayor parte de los días de la semana juntos como si estuviéramos pegados a fuego, la realidad es que eran pocas las ocasiones en las que nos veíamos extraordinariamente y siempre estábamos deseosos de comernos a besos. Cuando podíamos, nos metíamos en mi despacho con el pretexto de comentar algún caso o informe y aprovechábamos para acariciarnos, no sin cierto temor a ser sorprendidos. En otras ocasiones, cuando terminábamos una última intervención, ella se entretenía más que los demás en recoger o hablando amigablemente con el paciente, todavía asustado, mientras yo me quedaba a charlar en la sala. Al irse todos, Magda entraba y yo la miraba fijamente; se me acercaba, la cogía por la cintura y me dejaba llevar con cuidado.
Cuando terminamos de comer Laura y yo, sin encontrarnos con nadie, puesto que los viernes el local está poco solicitado, nos dirigimos al parking del hospital y cogimos nuestros respectivos coches. Prefería seguirme durante el viaje de ida por las mañanas y, por supuesto, igualmente me siguió en nuestra marcha de vuelta. Convenimos que yo recogería a la niña en tanto que ella ordenaba cuatro cosas en casa antes de partir hacia Camprodón.
Pese a todo, me gustaba la idea de pasar el fin de semana en la paz de la montaña gerundense. Hace algunos largos años que compramos la torre. Una vez, estando Laura embarazada, pasamos tres o cuatro días hospedados en este bonito pueblo y nos cautivó de modo que, tiempo después estuvimos tanteando la posibilidad de hacernos con una propiedad y así fue. Es positivo para todos: para nuestra hija porque tiene un grupo de amistades con las que se lo pasa en grande y para Laura y para mí porque respiramos aire fresco que, aún así, no me exime de las confrontaciones que igualmente se producen.
Llegamos hacia las diez de la noche; aunque el calor en la ciudad empezaba a dar señales de un verano crudo, allí nos encontrábamos a una buena temperatura. Preparamos una apetitosa cena y, casi de inmediato, Julia salió en busca de los suyos. En Matadepera tiene cierta libertad de movimiento pero ella es perfectamente consciente de que debe cumplir con una disciplina si sabe lo que le conviene; sin embargo en Camprodón, casi puede decirse que no tiene franja horaria aunque es bastante responsable y nunca la hemos tenido que poner sobre aviso.
Entre Laura y yo recogimos la mesa y mientras ella llenaba el lavavajillas, aproveché para subir al estudio, que es mi refugio más preciado, donde paso largas horas meditando, corrigiendo artículos, preparando mis trabajos, leyendo o escuchando música en el equipo. Estuve allí hasta la una de la madrugada y entonces oí los pasos de Laura sobre las escaleras de madera. Apareció por la pequeña puertecilla contra la que, dada mi gran estatura y por contra, su baja altura, me había pegado varios golpes en la cabeza al entrar y al salir; sobretodo cuando todavía no conocía demasiado la estancia.
Llevaba puesto un camisón de seda, lila; entallado, muy escotado y corto que dejaba ver sus largas piernas. Tenía el cabello suelto a la altura de los hombros y destellaba bajo la cálida luz artificial de la sala.
Me miró y sus ojos se habían teñido de un color violeta al reflejo de la tela. Bajo ésta se insinuaban sus pechos y destacaban los pezones que levantaban un poco la prenda. Era toda una hermosura y ella lo sabía. Se me acercó a paso lento, arrastrando sus pies desnudos. Hasta ese momento yo había estado pensando en Magda una vez más pero la visión de Laura frente a mí, desvió mi mente de sus persona, automáticamente; era evidente que mi mujer tenía poderes hipnóticos sobre mi ser que nadie más alcanzaría a poseer. Cuando estuvo tan cerca que sus rodillas me rozaron, abrió las piernas y se me sentó encima a horcajadas; pude verle las bragas a conjunto con el camisón y la imagen me puso nervioso de golpe. Me pasó los brazos alrededor del cuello y empezó a acariciarme la nuca, subiendo los dedos por mi cabello. Me susurró al oído:
-¿No vienes a la cama?
En mi estado catatónico sólo se me ocurrió preguntar si Julia había llegado ya.
-Nooo…- sonrió- parece mentira que no la conozcas; no aparecerá por casa hasta las cuatro de la madrugada. Carlos está en el pueblo…- es un chico de la edad de Julia; se llevan algo más que bien. Es un buen muchacho. Sus padres también tienen una torre cercana a la nuestra; los dos son abogados criminalistas y el chaval disfruta narrando los casos más escabrosos con los que se han encontrado a lo largo de su profesión y, ya de paso, se convierte en el centro de atención; sobretodo para mi hija. Me cae bien pero, sinceramente y bajo mi egoísmo paternal, me satisface que no viva en Matadepera. La idea de que Julia tenga novio a sus dieciséis años no me tienta demasiado aunque por descontado, yo quedaré al margen cuando ella se decida a dar el paso; y, francamente, mi poca picardía no me permite deducir que a lo mejor, mi niña ya no es tan cría… mas intuyo que todavía es muy frágil- Podemos coger una botella de vino blanco, acostarnos y… bueno… ya veremos qué sucede después ¿no te parece?.
Sentía su dulce aliento sobre la frente y bajo mi barbilla temblaban sus senos mientras hablaba murmurando. Mis manos se movieron solas por arte de magia y empecé a acariciarle la espalda con una en tanto que la otra se deslizaba por su cintura hacia los glúteos que tenía sobre mis piernas. Escuché un leve gemido salir de sus labios y mis partes bajas reaccionaron de inmediato.
Se levantó y me estiró del brazo ligeramente y, tal y como si yo no tuviera voluntad ( que, verdaderamente no la tenía ), me llevó, guiándome por las escaleras, hasta la primera planta y llegando a nuestra habitación, forrada de madera clara. Se dejó caer en la gran cama y la fina camisola le subió hasta la parte superior de los muslos. Separó, casi imperceptiblemente las piernas en un gesto que interpreté provocativo mientras dejaba un brazo estirado junto a su cuerpo y levantaba el otro para dejarlo medio doblado reposando la cabeza sobre la palma de su mano. Respiraba con fuerza, de modo que ahora sus pechos subían y bajaban con cierta furia… con el dedo índice de la mano que reposaba encima del lecho, me hizo una seña para que me acercara a ella. Yo, vestía unos finos pantalones de lino y se me abultaba notablemente el pene que pugnaba por encontrar su hueco. A estas alturas, tal y como ya he dicho, no acostumbro a sentirme demasiado estimulado para practicar el sexo con Laura pero aquella noche era tan sublime su belleza; esa mirada penetrante, los labios húmedos, su piel tan fina… que mi cuerpo actuó por cuenta propia sin preguntarme si quiera.
Cuando terminamos de comer Laura y yo, sin encontrarnos con nadie, puesto que los viernes el local está poco solicitado, nos dirigimos al parking del hospital y cogimos nuestros respectivos coches. Prefería seguirme durante el viaje de ida por las mañanas y, por supuesto, igualmente me siguió en nuestra marcha de vuelta. Convenimos que yo recogería a la niña en tanto que ella ordenaba cuatro cosas en casa antes de partir hacia Camprodón.
Pese a todo, me gustaba la idea de pasar el fin de semana en la paz de la montaña gerundense. Hace algunos largos años que compramos la torre. Una vez, estando Laura embarazada, pasamos tres o cuatro días hospedados en este bonito pueblo y nos cautivó de modo que, tiempo después estuvimos tanteando la posibilidad de hacernos con una propiedad y así fue. Es positivo para todos: para nuestra hija porque tiene un grupo de amistades con las que se lo pasa en grande y para Laura y para mí porque respiramos aire fresco que, aún así, no me exime de las confrontaciones que igualmente se producen.
Llegamos hacia las diez de la noche; aunque el calor en la ciudad empezaba a dar señales de un verano crudo, allí nos encontrábamos a una buena temperatura. Preparamos una apetitosa cena y, casi de inmediato, Julia salió en busca de los suyos. En Matadepera tiene cierta libertad de movimiento pero ella es perfectamente consciente de que debe cumplir con una disciplina si sabe lo que le conviene; sin embargo en Camprodón, casi puede decirse que no tiene franja horaria aunque es bastante responsable y nunca la hemos tenido que poner sobre aviso.
Entre Laura y yo recogimos la mesa y mientras ella llenaba el lavavajillas, aproveché para subir al estudio, que es mi refugio más preciado, donde paso largas horas meditando, corrigiendo artículos, preparando mis trabajos, leyendo o escuchando música en el equipo. Estuve allí hasta la una de la madrugada y entonces oí los pasos de Laura sobre las escaleras de madera. Apareció por la pequeña puertecilla contra la que, dada mi gran estatura y por contra, su baja altura, me había pegado varios golpes en la cabeza al entrar y al salir; sobretodo cuando todavía no conocía demasiado la estancia.
Llevaba puesto un camisón de seda, lila; entallado, muy escotado y corto que dejaba ver sus largas piernas. Tenía el cabello suelto a la altura de los hombros y destellaba bajo la cálida luz artificial de la sala.
Me miró y sus ojos se habían teñido de un color violeta al reflejo de la tela. Bajo ésta se insinuaban sus pechos y destacaban los pezones que levantaban un poco la prenda. Era toda una hermosura y ella lo sabía. Se me acercó a paso lento, arrastrando sus pies desnudos. Hasta ese momento yo había estado pensando en Magda una vez más pero la visión de Laura frente a mí, desvió mi mente de sus persona, automáticamente; era evidente que mi mujer tenía poderes hipnóticos sobre mi ser que nadie más alcanzaría a poseer. Cuando estuvo tan cerca que sus rodillas me rozaron, abrió las piernas y se me sentó encima a horcajadas; pude verle las bragas a conjunto con el camisón y la imagen me puso nervioso de golpe. Me pasó los brazos alrededor del cuello y empezó a acariciarme la nuca, subiendo los dedos por mi cabello. Me susurró al oído:
-¿No vienes a la cama?
En mi estado catatónico sólo se me ocurrió preguntar si Julia había llegado ya.
-Nooo…- sonrió- parece mentira que no la conozcas; no aparecerá por casa hasta las cuatro de la madrugada. Carlos está en el pueblo…- es un chico de la edad de Julia; se llevan algo más que bien. Es un buen muchacho. Sus padres también tienen una torre cercana a la nuestra; los dos son abogados criminalistas y el chaval disfruta narrando los casos más escabrosos con los que se han encontrado a lo largo de su profesión y, ya de paso, se convierte en el centro de atención; sobretodo para mi hija. Me cae bien pero, sinceramente y bajo mi egoísmo paternal, me satisface que no viva en Matadepera. La idea de que Julia tenga novio a sus dieciséis años no me tienta demasiado aunque por descontado, yo quedaré al margen cuando ella se decida a dar el paso; y, francamente, mi poca picardía no me permite deducir que a lo mejor, mi niña ya no es tan cría… mas intuyo que todavía es muy frágil- Podemos coger una botella de vino blanco, acostarnos y… bueno… ya veremos qué sucede después ¿no te parece?.
Sentía su dulce aliento sobre la frente y bajo mi barbilla temblaban sus senos mientras hablaba murmurando. Mis manos se movieron solas por arte de magia y empecé a acariciarle la espalda con una en tanto que la otra se deslizaba por su cintura hacia los glúteos que tenía sobre mis piernas. Escuché un leve gemido salir de sus labios y mis partes bajas reaccionaron de inmediato.
Se levantó y me estiró del brazo ligeramente y, tal y como si yo no tuviera voluntad ( que, verdaderamente no la tenía ), me llevó, guiándome por las escaleras, hasta la primera planta y llegando a nuestra habitación, forrada de madera clara. Se dejó caer en la gran cama y la fina camisola le subió hasta la parte superior de los muslos. Separó, casi imperceptiblemente las piernas en un gesto que interpreté provocativo mientras dejaba un brazo estirado junto a su cuerpo y levantaba el otro para dejarlo medio doblado reposando la cabeza sobre la palma de su mano. Respiraba con fuerza, de modo que ahora sus pechos subían y bajaban con cierta furia… con el dedo índice de la mano que reposaba encima del lecho, me hizo una seña para que me acercara a ella. Yo, vestía unos finos pantalones de lino y se me abultaba notablemente el pene que pugnaba por encontrar su hueco. A estas alturas, tal y como ya he dicho, no acostumbro a sentirme demasiado estimulado para practicar el sexo con Laura pero aquella noche era tan sublime su belleza; esa mirada penetrante, los labios húmedos, su piel tan fina… que mi cuerpo actuó por cuenta propia sin preguntarme si quiera.
dilluns, 22 d’agost del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
Aunque desgraciadamente en la balanza de mi vida junto a Laura pese más lo malo que lo bueno, de igual forma hemos tenido algunos ratos agradables. Cuando está de buenas puede llegar a ser la mujer más dulce que haya conocido jamás y entonces me embriago de esa ternura y, por corto espacio, me invade una amnesia celestial.
En cuanto se refiere a nuestros actos íntimos, no resulta difícil llegar a imaginar que son casi inexistentes pero aún así, todavía disfrutamos de alguno que otro.
Hace unos meses, me sorprendió apareciendo por la planta de cardiología. Estaba en el departamento de post que es donde habitualmente trabajo, cuando al salir de mi oficina, algo acelerado porque me habían llamado de marcapasos para que echara un vistazo al registro del reveal ( que es como un holter de unos diez centímetros de largo que se implanta temporalmente de forma subcutánea para poder controlar cualquier tipo de alteración ) de un joven al que venía tratando desde hacía una larga temporada y que sufría fuertes episodios de lo que, sospechaba, podían ser taquicardias provocadas por fibrilación ventricular, topé de cara con Laura. Venía sonriendo.
-Te veo atareado.
-Sí; ya sabes que ésto es una locura…- estaba algo estupefacto porque como ya he dicho, las visitas entre nosotros eran realmente extraordinarias y estrictamente obligatorias, en su caso.
-Yo hoy tengo un día tranquilo. Salvo que hemos ingresado a una chica de veintidós años por un ataque de nervios, todo en paz. Figúrate; su novio la dejó ayer por la noche y ella ha intentado suicidarse. Esta mañana la han traído sus padres: qué pena, estaban horrorizados.
-No me extraña… quién no lo estaría- íbamos caminando por el pasillo, pasando por delante de las puertas donde descansaban parte de mis enfermos, la mayoría, gente de más de sesenta años; sólo tenía a una chica de treinta, bien despierta y muerta de aburrimiento en la habitación: la habían subido de urgencias hacía dos días; había entrado con un fuerte dolor en el pecho y aunque yo descartaba cualquier tipo de dolencia cardiaca, preferí dejarla en observación y monitorizada, si bien las camas estaban verdaderamente solicitadas.
-Le he tenido que suministrar tal cantidad de calmantes como para dormir a un caballo- rió como solía hacer de antaño, en nuestra mejor época- Pobre chica; debía de querer mucho a ese joven… tanto como para decidir que su vida no tenía sentido sin él- quedó pensativa.
Salimos al rellano y bajamos por las escaleras hasta el tercer piso. Cuando estás acostumbrado a ir de un lado para otro y a recorrer todo el hospital, llega un punto en el que coger el ascensor se te hace pesado; tardas menos yendo a pie que esperando impacientemente a que suene el timbre del elevador para indicar que ya está aquí; para entonces cuando abre sus puertas no queda de ti más que tu perfume en el ambiente.
Una vez llegados a la tercera planta, nos quedamos uno frente al otro, antes de que yo entrara en el descansillo.
-¿Qué tienes?
-Un chico de treinta y cinco años que lleva un reveal. Parece que esta madrugada ha sufrido un síncope que se ha podido grabar con el mando.
-¿Es grave?
-Uf…- me pasé la mano por mi corto cabello canoso- es un caso complejo; llevamos tiempo tras él y se nos escapa de las manos: en un principio pensamos que podía tratarse de una fibrilación auricular pero no ha respondido favorablemente a las dos ablaciones que le hemos practicado y los episodios de caída repentina, indican que puede tratarse del ventrículo y no de la aurícula como hasta ahora creíamos. Llega a las doscientas sesenta pulsaciones por minuto.
-Dios mío; es una aberrancia…
-Eso imaginamos… este caso me lleva por el camino de la amargura.
-En fin… sólo venía a proponerte que comiéramos juntos. Como es viernes, he pensado que podrías salir antes. Luego pasamos a buscar a Julia, dejamos mi coche en casa y nos vamos para Camprodón- normalmente, los viernes suelo salir del hospital alrededor de las seis. Laura por entonces ya ha finalizado su turno hacia las tres y acostumbra a ser ella la que pasa a buscar a Julia por el instituto. Cuando yo llego a Matadepera sobre las siete y media, las recojo y nos vamos hacia Camprodón. Allí tenemos una torre donde residimos la mayor parte de los fines de semana, tanto en invierno como en verano.
-Claro… sobre las cuatro habré terminado- pensé en Magda; en realidad había quedado con ella. Sabía que no le haría ninguna gracia que anulara la cita.
-De acuerdo; iré adelantando faena para el lunes: a las cuatro y cuarto te espero en la entrada- se me acercó y me besó los labios- Hasta luego, mi amor- siguió bajando las escaleras y yo me quedé plantado como un vegetal, viendo desaparecer su bata blanca e intentando descifrar el misterio de su buen humor.
Enseguida llamé a Magda. Eran las tres menos cuarto de la tarde y, posiblemente ya no nos encontraríamos porque aquel día ella también acababa a las cuatro: entre el largo rato que yo tardara en subir más el que ella pudiera emplear en sus tareas, no coincidiríamos ya que, naturalmente, no querría verme antes de irse.
-Eh! ¿tanto me encuentras a faltar en dos horas que hace que hemos salido del quirófano como para tener que llamarme?- estaba contenta.
-Ya sabes que sí…- hice una pausa, quedando en silencio.
-Bueno… ¿qué quieres?.
-Verás…- volví a pasarme la mano por el cabello; es un gesto inconsciente muy típico en mí que se acentúa cuando estoy nervioso- Laura ha venido a verme: quiere que salgamos a comer ahora a las cuatro para después marcharnos juntos…
-Ya… entiendo- su tono se volvió seco- Tranquilo, no pasa nada. Cambio de planes: saldré con Sandra y con Mireia: antes me han propuesto ir a tomar algo.
Era evidente que estaba enfadada y me sentí mal por romper nuestro encuentro sólo una hora antes y de modo tan poco delicado. Entendía que yo me sintiera atado a mi vida familiar y que debiera cumplir cuando se daba la situación pero sus sentimientos la descubrían y la decepción de aquel momento, lógicamente, se tenía que vislumbrar. En realidad, mi deseo era verla a ella; charlar largo y tendido, compartiendo sonrisas y después algo más, en vez de sentarme frente a Laura, seguirle la corriente y preguntarme cuándo iba a sucederse el cambio.
-¿Todo bien?.
-Sí… perfectamente, doctor. Ya sabes que yo nunca me quedo sola- intentó mostrarse risueña y despreocupada pero la conocía suficiente para saber cómo se sentía.
-Éso está bien… Lo siento, Magda, cariño; acabo de hablar con Laura ahora mismo, sino no te hubiera avisado a última hora.
-Ya te he dicho que no pasa nada, Jorge. Ves tranquilo a comer con tu mujer; ella es lo primero… y que pases un buen fin de semana. Nos veremos el lunes- con éso de “ella es lo primero” delataba su rabia: dicho de un modo aparentemente normal, ni se notaba.
-Cuídate, mi vida. Un beso a tus niños.
-Otro para tí- colgó.
Laura y yo comimos un plato combinado en un bar a dos manzanas del Agora que frecuentan muchos médicos y enfermeras. Sirven con suma rapidez y gran eficacia que es justo lo que nosotros necesitamos por nuestro escueto tiempo libre antes de volver con las pilas recargadas. He ido centenares de veces; solo, con Magda y en compañía de los colegas. Con Laura era la segunda.
En cuanto se refiere a nuestros actos íntimos, no resulta difícil llegar a imaginar que son casi inexistentes pero aún así, todavía disfrutamos de alguno que otro.
Hace unos meses, me sorprendió apareciendo por la planta de cardiología. Estaba en el departamento de post que es donde habitualmente trabajo, cuando al salir de mi oficina, algo acelerado porque me habían llamado de marcapasos para que echara un vistazo al registro del reveal ( que es como un holter de unos diez centímetros de largo que se implanta temporalmente de forma subcutánea para poder controlar cualquier tipo de alteración ) de un joven al que venía tratando desde hacía una larga temporada y que sufría fuertes episodios de lo que, sospechaba, podían ser taquicardias provocadas por fibrilación ventricular, topé de cara con Laura. Venía sonriendo.
-Te veo atareado.
-Sí; ya sabes que ésto es una locura…- estaba algo estupefacto porque como ya he dicho, las visitas entre nosotros eran realmente extraordinarias y estrictamente obligatorias, en su caso.
-Yo hoy tengo un día tranquilo. Salvo que hemos ingresado a una chica de veintidós años por un ataque de nervios, todo en paz. Figúrate; su novio la dejó ayer por la noche y ella ha intentado suicidarse. Esta mañana la han traído sus padres: qué pena, estaban horrorizados.
-No me extraña… quién no lo estaría- íbamos caminando por el pasillo, pasando por delante de las puertas donde descansaban parte de mis enfermos, la mayoría, gente de más de sesenta años; sólo tenía a una chica de treinta, bien despierta y muerta de aburrimiento en la habitación: la habían subido de urgencias hacía dos días; había entrado con un fuerte dolor en el pecho y aunque yo descartaba cualquier tipo de dolencia cardiaca, preferí dejarla en observación y monitorizada, si bien las camas estaban verdaderamente solicitadas.
-Le he tenido que suministrar tal cantidad de calmantes como para dormir a un caballo- rió como solía hacer de antaño, en nuestra mejor época- Pobre chica; debía de querer mucho a ese joven… tanto como para decidir que su vida no tenía sentido sin él- quedó pensativa.
Salimos al rellano y bajamos por las escaleras hasta el tercer piso. Cuando estás acostumbrado a ir de un lado para otro y a recorrer todo el hospital, llega un punto en el que coger el ascensor se te hace pesado; tardas menos yendo a pie que esperando impacientemente a que suene el timbre del elevador para indicar que ya está aquí; para entonces cuando abre sus puertas no queda de ti más que tu perfume en el ambiente.
Una vez llegados a la tercera planta, nos quedamos uno frente al otro, antes de que yo entrara en el descansillo.
-¿Qué tienes?
-Un chico de treinta y cinco años que lleva un reveal. Parece que esta madrugada ha sufrido un síncope que se ha podido grabar con el mando.
-¿Es grave?
-Uf…- me pasé la mano por mi corto cabello canoso- es un caso complejo; llevamos tiempo tras él y se nos escapa de las manos: en un principio pensamos que podía tratarse de una fibrilación auricular pero no ha respondido favorablemente a las dos ablaciones que le hemos practicado y los episodios de caída repentina, indican que puede tratarse del ventrículo y no de la aurícula como hasta ahora creíamos. Llega a las doscientas sesenta pulsaciones por minuto.
-Dios mío; es una aberrancia…
-Eso imaginamos… este caso me lleva por el camino de la amargura.
-En fin… sólo venía a proponerte que comiéramos juntos. Como es viernes, he pensado que podrías salir antes. Luego pasamos a buscar a Julia, dejamos mi coche en casa y nos vamos para Camprodón- normalmente, los viernes suelo salir del hospital alrededor de las seis. Laura por entonces ya ha finalizado su turno hacia las tres y acostumbra a ser ella la que pasa a buscar a Julia por el instituto. Cuando yo llego a Matadepera sobre las siete y media, las recojo y nos vamos hacia Camprodón. Allí tenemos una torre donde residimos la mayor parte de los fines de semana, tanto en invierno como en verano.
-Claro… sobre las cuatro habré terminado- pensé en Magda; en realidad había quedado con ella. Sabía que no le haría ninguna gracia que anulara la cita.
-De acuerdo; iré adelantando faena para el lunes: a las cuatro y cuarto te espero en la entrada- se me acercó y me besó los labios- Hasta luego, mi amor- siguió bajando las escaleras y yo me quedé plantado como un vegetal, viendo desaparecer su bata blanca e intentando descifrar el misterio de su buen humor.
Enseguida llamé a Magda. Eran las tres menos cuarto de la tarde y, posiblemente ya no nos encontraríamos porque aquel día ella también acababa a las cuatro: entre el largo rato que yo tardara en subir más el que ella pudiera emplear en sus tareas, no coincidiríamos ya que, naturalmente, no querría verme antes de irse.
-Eh! ¿tanto me encuentras a faltar en dos horas que hace que hemos salido del quirófano como para tener que llamarme?- estaba contenta.
-Ya sabes que sí…- hice una pausa, quedando en silencio.
-Bueno… ¿qué quieres?.
-Verás…- volví a pasarme la mano por el cabello; es un gesto inconsciente muy típico en mí que se acentúa cuando estoy nervioso- Laura ha venido a verme: quiere que salgamos a comer ahora a las cuatro para después marcharnos juntos…
-Ya… entiendo- su tono se volvió seco- Tranquilo, no pasa nada. Cambio de planes: saldré con Sandra y con Mireia: antes me han propuesto ir a tomar algo.
Era evidente que estaba enfadada y me sentí mal por romper nuestro encuentro sólo una hora antes y de modo tan poco delicado. Entendía que yo me sintiera atado a mi vida familiar y que debiera cumplir cuando se daba la situación pero sus sentimientos la descubrían y la decepción de aquel momento, lógicamente, se tenía que vislumbrar. En realidad, mi deseo era verla a ella; charlar largo y tendido, compartiendo sonrisas y después algo más, en vez de sentarme frente a Laura, seguirle la corriente y preguntarme cuándo iba a sucederse el cambio.
-¿Todo bien?.
-Sí… perfectamente, doctor. Ya sabes que yo nunca me quedo sola- intentó mostrarse risueña y despreocupada pero la conocía suficiente para saber cómo se sentía.
-Éso está bien… Lo siento, Magda, cariño; acabo de hablar con Laura ahora mismo, sino no te hubiera avisado a última hora.
-Ya te he dicho que no pasa nada, Jorge. Ves tranquilo a comer con tu mujer; ella es lo primero… y que pases un buen fin de semana. Nos veremos el lunes- con éso de “ella es lo primero” delataba su rabia: dicho de un modo aparentemente normal, ni se notaba.
-Cuídate, mi vida. Un beso a tus niños.
-Otro para tí- colgó.
Laura y yo comimos un plato combinado en un bar a dos manzanas del Agora que frecuentan muchos médicos y enfermeras. Sirven con suma rapidez y gran eficacia que es justo lo que nosotros necesitamos por nuestro escueto tiempo libre antes de volver con las pilas recargadas. He ido centenares de veces; solo, con Magda y en compañía de los colegas. Con Laura era la segunda.
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