Aunque desgraciadamente en la balanza de mi vida junto a Laura pese más lo malo que lo bueno, de igual forma hemos tenido algunos ratos agradables. Cuando está de buenas puede llegar a ser la mujer más dulce que haya conocido jamás y entonces me embriago de esa ternura y, por corto espacio, me invade una amnesia celestial.
En cuanto se refiere a nuestros actos íntimos, no resulta difícil llegar a imaginar que son casi inexistentes pero aún así, todavía disfrutamos de alguno que otro.
Hace unos meses, me sorprendió apareciendo por la planta de cardiología. Estaba en el departamento de post que es donde habitualmente trabajo, cuando al salir de mi oficina, algo acelerado porque me habían llamado de marcapasos para que echara un vistazo al registro del reveal ( que es como un holter de unos diez centímetros de largo que se implanta temporalmente de forma subcutánea para poder controlar cualquier tipo de alteración ) de un joven al que venía tratando desde hacía una larga temporada y que sufría fuertes episodios de lo que, sospechaba, podían ser taquicardias provocadas por fibrilación ventricular, topé de cara con Laura. Venía sonriendo.
-Te veo atareado.
-Sí; ya sabes que ésto es una locura…- estaba algo estupefacto porque como ya he dicho, las visitas entre nosotros eran realmente extraordinarias y estrictamente obligatorias, en su caso.
-Yo hoy tengo un día tranquilo. Salvo que hemos ingresado a una chica de veintidós años por un ataque de nervios, todo en paz. Figúrate; su novio la dejó ayer por la noche y ella ha intentado suicidarse. Esta mañana la han traído sus padres: qué pena, estaban horrorizados.
-No me extraña… quién no lo estaría- íbamos caminando por el pasillo, pasando por delante de las puertas donde descansaban parte de mis enfermos, la mayoría, gente de más de sesenta años; sólo tenía a una chica de treinta, bien despierta y muerta de aburrimiento en la habitación: la habían subido de urgencias hacía dos días; había entrado con un fuerte dolor en el pecho y aunque yo descartaba cualquier tipo de dolencia cardiaca, preferí dejarla en observación y monitorizada, si bien las camas estaban verdaderamente solicitadas.
-Le he tenido que suministrar tal cantidad de calmantes como para dormir a un caballo- rió como solía hacer de antaño, en nuestra mejor época- Pobre chica; debía de querer mucho a ese joven… tanto como para decidir que su vida no tenía sentido sin él- quedó pensativa.
Salimos al rellano y bajamos por las escaleras hasta el tercer piso. Cuando estás acostumbrado a ir de un lado para otro y a recorrer todo el hospital, llega un punto en el que coger el ascensor se te hace pesado; tardas menos yendo a pie que esperando impacientemente a que suene el timbre del elevador para indicar que ya está aquí; para entonces cuando abre sus puertas no queda de ti más que tu perfume en el ambiente.
Una vez llegados a la tercera planta, nos quedamos uno frente al otro, antes de que yo entrara en el descansillo.
-¿Qué tienes?
-Un chico de treinta y cinco años que lleva un reveal. Parece que esta madrugada ha sufrido un síncope que se ha podido grabar con el mando.
-¿Es grave?
-Uf…- me pasé la mano por mi corto cabello canoso- es un caso complejo; llevamos tiempo tras él y se nos escapa de las manos: en un principio pensamos que podía tratarse de una fibrilación auricular pero no ha respondido favorablemente a las dos ablaciones que le hemos practicado y los episodios de caída repentina, indican que puede tratarse del ventrículo y no de la aurícula como hasta ahora creíamos. Llega a las doscientas sesenta pulsaciones por minuto.
-Dios mío; es una aberrancia…
-Eso imaginamos… este caso me lleva por el camino de la amargura.
-En fin… sólo venía a proponerte que comiéramos juntos. Como es viernes, he pensado que podrías salir antes. Luego pasamos a buscar a Julia, dejamos mi coche en casa y nos vamos para Camprodón- normalmente, los viernes suelo salir del hospital alrededor de las seis. Laura por entonces ya ha finalizado su turno hacia las tres y acostumbra a ser ella la que pasa a buscar a Julia por el instituto. Cuando yo llego a Matadepera sobre las siete y media, las recojo y nos vamos hacia Camprodón. Allí tenemos una torre donde residimos la mayor parte de los fines de semana, tanto en invierno como en verano.
-Claro… sobre las cuatro habré terminado- pensé en Magda; en realidad había quedado con ella. Sabía que no le haría ninguna gracia que anulara la cita.
-De acuerdo; iré adelantando faena para el lunes: a las cuatro y cuarto te espero en la entrada- se me acercó y me besó los labios- Hasta luego, mi amor- siguió bajando las escaleras y yo me quedé plantado como un vegetal, viendo desaparecer su bata blanca e intentando descifrar el misterio de su buen humor.
Enseguida llamé a Magda. Eran las tres menos cuarto de la tarde y, posiblemente ya no nos encontraríamos porque aquel día ella también acababa a las cuatro: entre el largo rato que yo tardara en subir más el que ella pudiera emplear en sus tareas, no coincidiríamos ya que, naturalmente, no querría verme antes de irse.
-Eh! ¿tanto me encuentras a faltar en dos horas que hace que hemos salido del quirófano como para tener que llamarme?- estaba contenta.
-Ya sabes que sí…- hice una pausa, quedando en silencio.
-Bueno… ¿qué quieres?.
-Verás…- volví a pasarme la mano por el cabello; es un gesto inconsciente muy típico en mí que se acentúa cuando estoy nervioso- Laura ha venido a verme: quiere que salgamos a comer ahora a las cuatro para después marcharnos juntos…
-Ya… entiendo- su tono se volvió seco- Tranquilo, no pasa nada. Cambio de planes: saldré con Sandra y con Mireia: antes me han propuesto ir a tomar algo.
Era evidente que estaba enfadada y me sentí mal por romper nuestro encuentro sólo una hora antes y de modo tan poco delicado. Entendía que yo me sintiera atado a mi vida familiar y que debiera cumplir cuando se daba la situación pero sus sentimientos la descubrían y la decepción de aquel momento, lógicamente, se tenía que vislumbrar. En realidad, mi deseo era verla a ella; charlar largo y tendido, compartiendo sonrisas y después algo más, en vez de sentarme frente a Laura, seguirle la corriente y preguntarme cuándo iba a sucederse el cambio.
-¿Todo bien?.
-Sí… perfectamente, doctor. Ya sabes que yo nunca me quedo sola- intentó mostrarse risueña y despreocupada pero la conocía suficiente para saber cómo se sentía.
-Éso está bien… Lo siento, Magda, cariño; acabo de hablar con Laura ahora mismo, sino no te hubiera avisado a última hora.
-Ya te he dicho que no pasa nada, Jorge. Ves tranquilo a comer con tu mujer; ella es lo primero… y que pases un buen fin de semana. Nos veremos el lunes- con éso de “ella es lo primero” delataba su rabia: dicho de un modo aparentemente normal, ni se notaba.
-Cuídate, mi vida. Un beso a tus niños.
-Otro para tí- colgó.
Laura y yo comimos un plato combinado en un bar a dos manzanas del Agora que frecuentan muchos médicos y enfermeras. Sirven con suma rapidez y gran eficacia que es justo lo que nosotros necesitamos por nuestro escueto tiempo libre antes de volver con las pilas recargadas. He ido centenares de veces; solo, con Magda y en compañía de los colegas. Con Laura era la segunda.
dilluns, 22 d’agost del 2011
dijous, 18 d’agost del 2011
DIARIO DE UN HOMBRE MALTRATADO
Cuando llegué a casa eran las tres de la madrugada. Durante el camino de vuelta, empecé a inquietarme temiendo que Laura estuviera despierta y captara en mí aquello que realmente había sucedido inevitablemente. Pero al bajar por la cuesta de mi calle, observé con alivio que las luces de la vivienda estaban apagadas.
Entré con sigilo y subí las escaleras, agradecido de que todo estuviera en la paz de la noche. Pasé al dormitorio y percibí, suave y serena, la respiración de ella en nuestra cama. Como teníamos la calefacción encendida, no necesitábamos dormir demasiado abrigados de modo que Laura sólo llevaba la prenda interior de abajo. Estaba medio destapada y a la luz de la luna que se adentraba por la ventana en un cielo ya despejado, me quedé admirando su perfección, anonadado y abrumado por la excitación que volvía a conmover mi sexo a la vez que extrañado y aburrido de no aprender la lección. Pero era tan sumamente agraciada que no le podía sacar la vista de encima. Todavía sentía el contacto cálido de Magda; sus manos acariciando mi pecho, sus labios besando los míos, su lengua en mi boca… aún me sentía dentro de ella.
Reaccioné de pronto y experimenté el temor de que Laura pudiera percatarse del aroma de otra mujer en mis ropas e incluso en mi piel, de modo que me apresuré en darme una ducha en el baño de la planta baja y dejar las prendas en el cubo de la ropa sucia para que a la mañana siguiente, Sonia las pusiera a lavar.
Finalmente me metí en la cama y miré largo rato a mi esposa: en su sueño se la veía tan feliz y despreocupada con una expresión calmosa y quieta… sentí lástima y arrepentimiento por lo que había hecho y, en silencio, le pedí disculpas aunque era muy sensato y sabía que no iba a ser la primera y última vez. Magda estaría a mi lado dos días después y al siguiente y al otro y así no lograría olvidar lo sucedido y volveríamos a tropezar de nuevo y pese a que en aquellos instantes no me sentía especialmente orgulloso a la vez era consciente de que a la que Laura se mostrara opresora y cruel conmigo, ya no me importaría haber caído en la tentación. Ella también vivía sus historias. No obstante, sí que había una persona en nuestras vidas a la que debíamos pedir perdón; y esa era Julia.
Es una niña muy afectuosa: supongo que no puedo evitar mi amor de padre hacia ella de manera que debo decir que es un encanto de criatura; a parte de que es guapísima y de que tiene una inteligencia y una madurez visiblemente despiertas para su edad, es receptiva y sensible: esto último, un defecto teniendo en cuenta la triste vida familiar que le ha tocado aceptar tanto a gusto como a disgusto. Sí es verdad que, pese a todo, su madre y yo siempre hemos intentado darle el apoyo y el cariño que cualquier hijo necesita pero, al menos yo por mi parte, me siento frustrado por no haberle evitado algunas trifulcas: unas cuantas han sido demasiado fuertes para ella y después de que Laura me hubiese rebajado al nivel del suelo, corría hacia su cuarto donde hallaba a Julia tirada en la cama llorando bajo la almohada. Laura tiene por costumbre salir de casa cuando se descarga conmigo; dejarnos a su hija y a mí y volver al cabo de un par de horas en las que nunca he tenido ni idea de lo que hacía; imagino que pensar y darle vueltas a su cabeza maltrecha y fatigada mientras se pasea por el pueblo; a veces va caminando y otras coge el coche, lo cual me hace sufrir ya que temo que el día menos pensado se estrelle en un ataque de furia; y, en los peores de mis lapsos también he llegado a pensar que para mí, sería lo mejor.
Recuerdo un día en el que Laura se enfadó porque había hablado por teléfono con Mónica, una buena amiga suya de la facultad y había quedado para comer con ella y con su marido sin su consentimiento ni opinión. Pensé que la idea le encantaría pero una vez más, me equivoqué; su mente es tan peligrosa que uno no puede ni permitirse el lujo de decidir algo tan sencillo sin previo aviso. Montó en una cólera tan extrema que incluso Julia bajó consternada, excitada y chillando y con un mar de lágrimas en los ojos le gritó que se callara y que me dejara en paz. Y Laura obedeció: la miró con angustia, después me miró a mí con desdén y se marchó.
Me quedé frente a mi hija que no sabía cómo actuar; en realidad yo tampoco encontraba las palabras justas para tranquilizarla. Doy gracias una y otra vez de que ella no acostumbre por norma a encontrarse en medio de los huracanes. Aquel día no tuvo tanta suerte.
Volvió a subir las escaleras y cerró la puerta con un gran estruendo. Tras ella, subí yo. Estaba en la cama, tendida boca abajo, sollozando:
-Julia, mi vida…
-Déjame- me cortó en voz baja. No entendí. Me quedé allí, mirándola desesperado. Ella se giró hacia mí- ¿Por qué dejas que mamá te haga ésto? ¿por qué permites que te trate así? La detesto!!.
-Julia, no… mamá está enferma; no actúa así por placer: necesita ayuda pero no se da cuenta.
-¿Y éso es excusa para hablarte del modo en que lo hace, para gritarte? Pues no lo acepto- volvió a sollozar. Me acerqué a su cama y me senté junto a ella. Le acaricié el cabello tan rubio como yo sabía que Laura lo había tenido a su misma edad.
-Cariño, no estoy diciendo que sea excusable por ello pero debemos mirar de ayudarla en lo máximo posible.
-¿Y cómo la ayudas tú, papá? ¿dejándote pisotear por ella?... ¿y yo: cómo debo ayudarla, eh? ¿cómo?- realmente no sabía qué decir; igual que cada vez que sufría el menosprecio de mi mujer, era tan vulnerable que después, durante largo rato, estaba ausente; falto de reflejos y de perspicacia- Ésto no le pasa a ninguna de mis amigas. Los padres de Marta se llevan muy bien: se nota porque constantemente se sonríen y se besan. Mamá y tú nunca os abrazáis; siempre estáis distanciados: cada uno a la suya… estoy harta!- tenía tanta razón y lo decía con tanta tristeza y convicción que me vinieron ganas de echarme a llorar con ella. Sin embargo, respondí.
-Mira, Julia; cada hogar es un universo; desde fuera nos puede parecer que los demás viven en una nube pero en su interior existen tantos o más problemas de los que podamos tener nosotros- me sentí asquerosamente hipócrita.
-Me da lo mismo. No quiero que mamá siga maltratándote.
-No me maltrata… es sólo que se pone algo nerviosa y yo soy su válvula de escape. Trabajamos muchas horas y acumulamos tensiones: ya ves que no tenemos demasiado tiempo libre y coincidimos muy poco… tampoco a tí te dedicamos lo necesario.
-Pero ella a mí no me alza la voz ni me insulta…
-Claro que no! Julia, tu madre te quiere muchísimo. Jamás se atrevería a hacerte daño.
-Pues si te lo hace a tí es como si me lo hiciera a mí misma; eres mi padre- su elocuencia me dejó desarmado. Abrí los brazos y se acurrucó entre ellos. Lloró largo rato…
Entré con sigilo y subí las escaleras, agradecido de que todo estuviera en la paz de la noche. Pasé al dormitorio y percibí, suave y serena, la respiración de ella en nuestra cama. Como teníamos la calefacción encendida, no necesitábamos dormir demasiado abrigados de modo que Laura sólo llevaba la prenda interior de abajo. Estaba medio destapada y a la luz de la luna que se adentraba por la ventana en un cielo ya despejado, me quedé admirando su perfección, anonadado y abrumado por la excitación que volvía a conmover mi sexo a la vez que extrañado y aburrido de no aprender la lección. Pero era tan sumamente agraciada que no le podía sacar la vista de encima. Todavía sentía el contacto cálido de Magda; sus manos acariciando mi pecho, sus labios besando los míos, su lengua en mi boca… aún me sentía dentro de ella.
Reaccioné de pronto y experimenté el temor de que Laura pudiera percatarse del aroma de otra mujer en mis ropas e incluso en mi piel, de modo que me apresuré en darme una ducha en el baño de la planta baja y dejar las prendas en el cubo de la ropa sucia para que a la mañana siguiente, Sonia las pusiera a lavar.
Finalmente me metí en la cama y miré largo rato a mi esposa: en su sueño se la veía tan feliz y despreocupada con una expresión calmosa y quieta… sentí lástima y arrepentimiento por lo que había hecho y, en silencio, le pedí disculpas aunque era muy sensato y sabía que no iba a ser la primera y última vez. Magda estaría a mi lado dos días después y al siguiente y al otro y así no lograría olvidar lo sucedido y volveríamos a tropezar de nuevo y pese a que en aquellos instantes no me sentía especialmente orgulloso a la vez era consciente de que a la que Laura se mostrara opresora y cruel conmigo, ya no me importaría haber caído en la tentación. Ella también vivía sus historias. No obstante, sí que había una persona en nuestras vidas a la que debíamos pedir perdón; y esa era Julia.
Es una niña muy afectuosa: supongo que no puedo evitar mi amor de padre hacia ella de manera que debo decir que es un encanto de criatura; a parte de que es guapísima y de que tiene una inteligencia y una madurez visiblemente despiertas para su edad, es receptiva y sensible: esto último, un defecto teniendo en cuenta la triste vida familiar que le ha tocado aceptar tanto a gusto como a disgusto. Sí es verdad que, pese a todo, su madre y yo siempre hemos intentado darle el apoyo y el cariño que cualquier hijo necesita pero, al menos yo por mi parte, me siento frustrado por no haberle evitado algunas trifulcas: unas cuantas han sido demasiado fuertes para ella y después de que Laura me hubiese rebajado al nivel del suelo, corría hacia su cuarto donde hallaba a Julia tirada en la cama llorando bajo la almohada. Laura tiene por costumbre salir de casa cuando se descarga conmigo; dejarnos a su hija y a mí y volver al cabo de un par de horas en las que nunca he tenido ni idea de lo que hacía; imagino que pensar y darle vueltas a su cabeza maltrecha y fatigada mientras se pasea por el pueblo; a veces va caminando y otras coge el coche, lo cual me hace sufrir ya que temo que el día menos pensado se estrelle en un ataque de furia; y, en los peores de mis lapsos también he llegado a pensar que para mí, sería lo mejor.
Recuerdo un día en el que Laura se enfadó porque había hablado por teléfono con Mónica, una buena amiga suya de la facultad y había quedado para comer con ella y con su marido sin su consentimiento ni opinión. Pensé que la idea le encantaría pero una vez más, me equivoqué; su mente es tan peligrosa que uno no puede ni permitirse el lujo de decidir algo tan sencillo sin previo aviso. Montó en una cólera tan extrema que incluso Julia bajó consternada, excitada y chillando y con un mar de lágrimas en los ojos le gritó que se callara y que me dejara en paz. Y Laura obedeció: la miró con angustia, después me miró a mí con desdén y se marchó.
Me quedé frente a mi hija que no sabía cómo actuar; en realidad yo tampoco encontraba las palabras justas para tranquilizarla. Doy gracias una y otra vez de que ella no acostumbre por norma a encontrarse en medio de los huracanes. Aquel día no tuvo tanta suerte.
Volvió a subir las escaleras y cerró la puerta con un gran estruendo. Tras ella, subí yo. Estaba en la cama, tendida boca abajo, sollozando:
-Julia, mi vida…
-Déjame- me cortó en voz baja. No entendí. Me quedé allí, mirándola desesperado. Ella se giró hacia mí- ¿Por qué dejas que mamá te haga ésto? ¿por qué permites que te trate así? La detesto!!.
-Julia, no… mamá está enferma; no actúa así por placer: necesita ayuda pero no se da cuenta.
-¿Y éso es excusa para hablarte del modo en que lo hace, para gritarte? Pues no lo acepto- volvió a sollozar. Me acerqué a su cama y me senté junto a ella. Le acaricié el cabello tan rubio como yo sabía que Laura lo había tenido a su misma edad.
-Cariño, no estoy diciendo que sea excusable por ello pero debemos mirar de ayudarla en lo máximo posible.
-¿Y cómo la ayudas tú, papá? ¿dejándote pisotear por ella?... ¿y yo: cómo debo ayudarla, eh? ¿cómo?- realmente no sabía qué decir; igual que cada vez que sufría el menosprecio de mi mujer, era tan vulnerable que después, durante largo rato, estaba ausente; falto de reflejos y de perspicacia- Ésto no le pasa a ninguna de mis amigas. Los padres de Marta se llevan muy bien: se nota porque constantemente se sonríen y se besan. Mamá y tú nunca os abrazáis; siempre estáis distanciados: cada uno a la suya… estoy harta!- tenía tanta razón y lo decía con tanta tristeza y convicción que me vinieron ganas de echarme a llorar con ella. Sin embargo, respondí.
-Mira, Julia; cada hogar es un universo; desde fuera nos puede parecer que los demás viven en una nube pero en su interior existen tantos o más problemas de los que podamos tener nosotros- me sentí asquerosamente hipócrita.
-Me da lo mismo. No quiero que mamá siga maltratándote.
-No me maltrata… es sólo que se pone algo nerviosa y yo soy su válvula de escape. Trabajamos muchas horas y acumulamos tensiones: ya ves que no tenemos demasiado tiempo libre y coincidimos muy poco… tampoco a tí te dedicamos lo necesario.
-Pero ella a mí no me alza la voz ni me insulta…
-Claro que no! Julia, tu madre te quiere muchísimo. Jamás se atrevería a hacerte daño.
-Pues si te lo hace a tí es como si me lo hiciera a mí misma; eres mi padre- su elocuencia me dejó desarmado. Abrí los brazos y se acurrucó entre ellos. Lloró largo rato…
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